martes, 31 de octubre de 2017

Reflexiones catódicas: LA NOCHE DE... STEPHEN KING

Estamos en la noche de Halloween, una velada que, por más que a algunos les moleste por su tradición americana (aunque su origen real sea celta). Aquí en España no se ha adaptado todavía la costumbre del “truco o trato”, aunque cada vez se ven a más niños (o mayores) disfrazados, y hay que recordar que el elemento terrorífico de nuestra “noche de difuntos” siempre ha estado ahí (releeros si no las geniales Leyendas de Bécquer).
Como sea, es una noche propicia para ir al cine a ver una película de terror o quedarse en casa y tirar de DVD o televisión, que ahora con la cantidad de series y películas en streaming tampoco es una mala opción.
Así pues, este mes he decidido dedicar mis reflexiones catódicas a Stephen King, el llamado “maestro del terror”, aunque quienes conocen su obra sabe que hay mucho más que simple terror tras ellas. King es uno de los mejores escritores contemporáneos, por mucho que haya quien lo discrimine por el género en el que suele moverse, pero sus fans son legión y las adaptaciones al cine o televisión de sus obras se cuentan por decenas. Cierto es que la calidad de las mismas no siempre ha sido pareja a la calidad de sus textos, pero eso ya es otro cantar.
Este 2017, después de algunos años relegado a la serie B, el cine ha vuelto a confiar por todo lo grande en el escritor de Maine con dos superproducciones de opuestos resultados: la fallida (pese a que la idea de la secuela sigue en pie) La Torre Oscura y la genial y taquillera (ya ha alcanzado los 700 millones) It. Y en televisión la cosa no es para menos.
En realidad, King siempre ha estado presente en la tele de una manera u otra, aunque en la mayoría de los casos con productos muy irregulares por querer estirar demasiado tramas que no lo necesitaban y terminar por desdibujarse por completo la idea original. 
Es por ello que durante un tiempo lo que mejor representaba a las novelas de King eran las miniseries, desde la icónica It de1990 hasta la melancólica Los años dorados, pasado por clásicos televisivos como El misterio de Salems’s Lot o productos más olvidables como El resplandor (la versión que aspiraba a ser más fiel a King que la película de Kubrick), Langoliers, Tommyknockers, La tormenta perfecta (con guion del propio King) o Apocalipsis. Mini series todas ellas muy heredaras de su época pero que componen un buen escaparate para contemplar la obra de Stephen King de los ochenta y los noventa.
Existen también alguna serie abierta de aquella ápoca, pero por desgracia casi todas partían de un arranque interesante y terminaban naufragando y cayendo en el olvido. Son casos como los de La zona muerta, o Kingdom Hospital (que debería haberse conformado con una primera e interesante temporada).
Da la sensación de que cuando uno piensa en las adaptaciones de Stephen King estas se remontan al siglo pasado, sobre todo a raíz de los grandes títulos que impulsaron su carrera de la mano de maestros como John Carpenter, Stanley Kubrick, Brian de Palma y, posteriormente, Rob Reyner, teniendo que recurrir a Frank Darabont para recordar los mejores trabajos de este siglo XXI, pero King ha estado constantemente presente en la televisión de la última década, con seriales como Heaven o La Cúpula, recientemente cancelada.
En realidad, la última gran apuesta en series por indagar en el mundo de King es La Niebla, que es el motivo por el que hoy esté escribiendo sobre el escritor de Maine, pero pese a estar disponible en Netflix desde hace unos meses la recepción ha sido tan mala que, sumado al hecho de que se haya cancelado de manera fulminante tras una primera temporada de final abierto, no me ha animado a acercarme a ella. Aparentemente, negándose a competir con su magistral homólogo cinematográfico, la serie solo tomaba la novela corta de King como referencia para hacer una especie de copia en principio más claustrofóbica aún que en La Cúpula, es decir, narrar la historia de unas gentes de pueblo encerradas en un lugar, y por ello no es de extrañar que el resultado final haya sido exactamente el mismo. Lo dicho, alargar en exceso una buena idea no suele ser un acierto.
Por ello, uno de los mejores productos de reciente factura es la muy recomendable serie de ocho capítulos 22-11-63, con la factoría de J.J. Abrams detrás y adaptando con bastante fidelidad la obra de mismo título sobre viajes en el tiempo y el intento por evitar el asesinato de Kennedy.
Gracias, sin embargo, a las plataformas de streaming (y en este caso concreto, a Netflix), King sigue estando de máxima actualidad gracias a dos interesantes películas de las que tengo pendiente una reseña más extensa. Se trata de El juego de Gerard y 1922, dos títulos que por su humildad y sencillez no habrían tenido cabida en salas de cine pero que resultan perfectos para disfrutar en formato doméstico. Ambas, de reciente estreno, son una buena opción para esta noche, pese a que apuesten más por el misterio, la intriga y el desasosiego que por el terror puro. Sirven, al menos, para paliar el amargo sabor de boca dejado por La niebla.
King vuelve a estar de moda, y el hecho de que It sea posiblemente la película más exitosa del año así lo confirma. Si en el horizonte cinematográfico se encuentra la secuela del film de Andrés Muschietti y la incógnita sobre la continuación de las aventuras de La Torre Oscura, en televisión parece claro que las adaptaciones no van a tener fin. De momento, Mr. Mercedes (que abría una trilogía de novelas) ya ha renovado para una segunda temporada, pese a que la primera no se haya podido ver aún en nuestro país, 8 será la adaptación del relato corto N cuyo episodio piloto está dirigiendo David F. Sandberg (Annabelle Creation) y Castle Rock, de nuevo con Bad Robot detrás, es la gran apuesta, ya que tiene la ambición de aunar todo el Universo de Stephen King teniendo esa población ficticia como punto en común. Una de las series más esperadas para el año que viene, sin duda alguna. Y esto, sin saber todavía qué pasará con La Torre Oscura, ya que recordemos que el planing inicial incluía una serie que complementara las películas.
Lo que está claro es que pese a que hace ya la friolera de cuarenta y un años desde la primera adaptación de un texto de King (Carrie, de Brian de Palma), King sigue siendo todo un referente. Y no solo por sus adaptaciones directas. Y es que otra buena opción para esta noche puede ser una maratón con la segunda temporada recién estrenada de Strangers things. ¿Y quién duda que Stranger Things es puro Stephen King?

Feliz y aterradora noche, amigos. 

lunes, 30 de octubre de 2017

CdS: FE DE ETARRAS: discreta diversión sobre el terrorismo

Aprovechando que gracias al festival de Sitges este fin de semana ya tenía la mitad de los deberes hechos (recordad buscar la opinión sobre El secreto de Marrowbone en los especiales de Sitges), en lo que a estrenos importantes se refiere, recupero una sección que tenía bastante olvidada, la de aquellas películas que recupero en formato doméstico o que, como en esta ocasión, han sido diseñadas directamente para televisión. O para streaming, mejor dicho. Y no será porque no tenga títulos pendientes.
El caso es que el estreno de Fe de etarras por parte de Netflix no podía ser más apropiado. Primero, porque vio la luz (sin contar con su polémico paso por San Sebastián) el día 12 de octubre, fiesta nacional. Segundo, porque coincide con un momento turbulento en Catalunya por culpa de sentimientos nacionalistas, que es de lo que trata la película, aunque a Dios gracias la situación no es ni de lejos tan aterradora como sucediera en el País Vasco.
Más allá del buen o mal gusto que pudiesen tener con la campaña publicitaria (recordad el cartel gigantesco que llegó a ser objeto de denuncia cuando todavía no se sabía que esto era una comedia), la duda estaba es saber si ya había pasado suficiente tiempo como para poder hacer comedia sobre un asunto tan delicado como el del terrorismo de ETA.
Personalmente creo que dar un tono de comedia a la vida, por dura que pueda resultar, siempre es positivo, bajo la condición de que se haga con respeto y buen gusto. Y Borja Cobeaga (director) y Diego San José (guionista) saben cumplir con esas cualidades. Bien conocedores del conflicto, que ya retrataron alguna vez en el programa de humor televisivo Vaya semanita, no han buscado un humor fácil de gags simples como en su mayor éxito, Ocho apellidos vascos, en la que también se permitían alguna broma con el tema. Han optado por un humor más sutil y corrosivo que en ningún momento puede llegar a ofender a las víctimas (que es lo más importante) y que ridiculiza a los fanáticos capaces de asesinar en nombre de una bandera o unos ideales sin duda obsoletos.
Fe de etarras cuenta como el veterano Martín, después de una traición del pasado, tiene la oportunidad de redimirse liderando un comando compuesto por los convencidos Álex y Ainara y por el aspirante a terrorista Pernando (ese es su nombre de combate, aunque a lo largo de la película lo va cambiando por Van Damme, Stallone...). El objetivo es esperar en un piso franco a que les indiquen el momento de poner una bomba en plena capital para reivindicar los ideales de la banda terrorista justo en el momento en que se está negociando su rendición, coincidiendo además con el Mundial de Fútbol que España logró ganar.
Con un reparto en el que destaca el siempre sobresaliente Javier Cámara, la película se nutre de diversos chistes a consta de la pasión/fobia por los símbolos nacionales (y para esto nada mejor que el fútbol) y la obsesión de los terroristas por cumplir su misión lidiando para ello con las situaciones más esperpénticas posibles. No hay, en mi opinión, nada que deba ofender a nadie, siendo mi principal queja de la película que no alcanza el tono de humor necesario para funcionar correctamente. No es que los chistes no hagan gracia, que la hacen, sino que son demasiado escasos, habiendo demasiados momentos en los que se podría dudar si es una comedia o un drama costumbrista. Esta indecisión, junto a una subtrama romántica que tampoco aporta demasiado, es la principal traba para una película que, por otra parte, es necesaria para recordar una época que conviene dejar atrás en cuanto a los hechos pero no en cuanto a la memoria. Siempre conviene recordar los errores del pasado para tratar de aprender de ellos, y resulta más sencillo y agradable hacerlo desde la comedia (me viene a la mente la similar Four lions, en este caso sobre el extremismo islámico) que desde el dolor, sin que por ello deba acusarse de frivolizar.
Interesante propuesta de Cobeaga y San José y valiente apuesta de Netflix, que sigue sin conseguir grandes obras maestras pero que poco a poco va ampliando un interesante catálogo de películas de producción propias. No es perfecta, quizá incluso inferior a 7 años, pero al menos marca el camino a seguir.

Valoración: Seis sobre diez.

sábado, 28 de octubre de 2017

THOR RAGNAROK, entre lo ridículo y lo divino.

Entre las eternas discusiones entre aficionados de cómic de DC y Marvel arece que siempre ha habido el mismo reproche hacia “la Casa de las Ideas”, y era su (a veces) descontrolado sentido del humor. 
Obviando siempre las películas de El Capitán América (apenas había chistes en El soldado de Invierno y Civil War, quitando la batalla del aeropuerto, tiene un importante cariz dramático), es cierto que en Marvel han apostado más por el desenfado y la diversión, alcanzando sus cotas más altas (hasta ahora) con Los Guardianes de la Galaxia.
En Thor Ragnarok han decidido no solo seguir en la misma línea sino dar incluso un paso más, alcanzando unas cotas de ridículo absurdo que no existían hasta ahora en Marvel y que pueden incluso ofender al fan más seguidor del Dios del Trueno. Es cierto que se mantienen todas las señas de identidad de la casa: hay peleas espectaculares, épica y diversos puntos de conexión con otras películas para recordarnos que estamos en un Universo Compartido, pero lo han hecho desmitificando a los héroes y con unos insospechados niveles de autoparodia que rozan la irreverencia.
El gran responsable de ello, sin duda, es Taika Waititi, el director, que pese a no estar acreditado como guionista sin duda ha impuesto su estilo y ha marcado las directrices en cuanto a la línea a seguir para el desarrollo de personajes. Y esto es otro cambio en Marvel. 
Hasta ahora habían apostado por directores jóvenes de estilos personales pero escasa trayectoria, a los que había terminado por manejar y modelar a su antojo, despojándolos de esas señas de identidad por las que lo habían contratado, y el fiasco de Edgar Wright en Ant Man es buena prueba de ello. Con Waititi, autor de las interesantes Lo que hacemos en las sombras y A la caza de los ñumanos, parece claro que le han dado rienda suelta para hacer lo que le ha dado la gana y, a juzgar por el resultado, desde luego que lo ha hecho.
Ya con los carteles y las primeras imágenes se auguraba una locura visual, e incluso esos dos avances llamados Team Thor indicaban por donde iban a ir los tiros, pero nadie podía imaginarse que todo iba a ser tan desquiciante y exagerado. Waititi no reniega, ni mucho menos, de los trabajos anteriores de Kenneth Branagh ni Alan Taylor, atando los cabos sueltos (de manera muy superficial, todo hay que decirlo) con el final de Los Vengadores: la era de Ultron. Así, Thor Ragnarok continúa la búsqueda de Thor por descubrir el significado de esos sueños premonitorios que en el film de Josh Wedon le provoca Wanda hasta llegar a la conclusión de que el Ragnarok, el fin del mundo de la mitología nórdica, está a punto de destruir su Asgard natal. La llegada de Hela, la Diosa de la Muerte, y su periplo en el planeta Saakar, donde se encuentra, también en consonancia con el final de La era de Ultron, con Hulk, le indicarán los pasos a seguir.
Waititi, como digo, construye su película sin renunciar a ser un peldaño más en la escalera del Universo Marvel que nos debe conducir a La Guerra del Infinito, pero no parece tampoco que esté tan atado a ello como para que su producto no tenga identidad propia, amparándose para ello en un montón de cómics a los que hace referencia directa, como Planeta Hulk, Contienda de Campeones o la propia saga de Ragnarok de la colección del Dios Nórdico. En lo que no es tan fiel Waititi es en el trato de los personajes, haciendo que tanto Thor como Hulk parezcan, por momentos, dos perfectos imbéciles. Peleas infantiles, caídas por escaleras, pelotazos en la cara... Situaciones absurdas impropias de unos héroes de este talante.
Dice el propio Waititi que casi el ochenta por ciento de la película se basó en improvisaciones, y el propio Mark Ruffalo no podía entender que les permitiesen llevar a los protagonistas a ese nivel, esperando durante todo el rodaje una llamada telefónica que los despidiera a todos. Pero, visto lo visto, Marvel decidió arriesgar y permitir todo lo que Waititi ha querido hacer y, sorprendentemente, la cosa funciona.
Podría haber sido un desastre, y estoy convencido de que muchos fans así lo pensarán y se tirarán de los pelos viendo la aberración que han hecho con sus héroes, pero una vez más hay que recordar que las películas no se hacen pensando en los cuatro frikis que leemos cómics, sino en el público general, y este va a quedar encantado con Thor Ragnarok.
Con un aroma que recuerda a Los Guardianes de la Galaxia, vol. 2, unos escenarios que parecen sobrantes de Star Wars (aunque algo de Blade Runner 2049 también hay) y mucha locura, Thor Ragnarok se pone al fin al servicio del Dios el Trueno para convertirlo en el absoluto protagonista, pese a los secundarios con los que forma equipo, y culminar su trilogía a lo grande. Este puede parecer el Thor más payaso de los tres que hemos visto hasta ahora, pero también el que al fin logra llegar a su evolución final y aspirar a ser el rey que Asgard necesita. Para ello Waititi ha contado con unos actores entregados y donde (una vez más) sobresale Tom Hiddleston, con una gran villana encarnada por Cate Blanchett cuya presencia sabe a poco y un histriónico Jeff Goldblum divertidísimo. Tengo alguna cosilla que echar en cara a Waititi, como la muerte demasiado ligera de ciertos personajes, la ausencia de otros o la aparición casi gratuita de Skurge, pero parece claro que todo vale en pos de la diversión, y si es esto lo que debemos valorar nadie le puede negar a Thor Ragnarok que es exageradamente divertida.
Al final, lo miremos como lo miremos, las virtudes superan con creces los defectos, y la película consigue ser todo lo que se propone, una locura desquiciantemente tronchante, capaz de elevar el interés hacia un héroe que todavía no lo había dado todo en el cine, mediante una fórmula que, aunque pueda no parecerlo a simple vista, innova mucho con respecto al llamado “método Marvel”, llegando a ser una apuesta realmente arriesgada y valiente.
No es, desde luego, la mejor película que ha hecho hasta la fecha Marvel, pero sí una de las más locas y divertidas, y aunque yo mismo estoy tratando todavía de salir del estupor que me ha provocado debo terminar por rendirme (no sin alguna objeción) a ella.. Y eso, tras dieciséis películas, no es fácil de conseguir. De momento, y contra todo pronóstico, la llama sigue viva. Y el camino hacia La Guerra del Infinito es cada vez más corto.
Valoración: Seis sobre diez.

domingo, 22 de octubre de 2017

LA PIEL FRÍA, insuficiente fábula de terror.

Pudiera parecer complicado llevar a la gran pantalla la exitosa novela de Albert Sánchez Pinyol, pero a la hora de hacerlo Xavier Gens era una buena elección. Al menos tras su potente Frontera, aunque su alejamiento del cine de terror con Hitman truncó lo que parecía una interesante carrera.
En La piel fría se aprecian detalles del mejor Gens, sobre todo en lo referente a una puesta en escena impecable, donde tanto los efectos visuales capaces de transformar a Aura Garrido en un ser de aspecto anfibio como la fotografía que convierten Lanzarote en una inhóspita e insana isla copan el interés principal. Por desgracia, y pese a saber condensar correctamente la historia de la novela, eliminando alguna subtrama que quizá entorpecerían el ritmo narrativo cinematográfico, la película fracasa en lo que debería ser lo más importante, la profundidad de personajes.
La piel fría arranca con la llegada de un barco a la susodicha isla donde dejaran a un hombre durante un año completo para trabajar realizando estudios meteorológicos. Allí conocerá al otro habitante de la zona, Grunter, un hombre malhumorado y poco amistoso que se ocupa del faro, a poca distancia de la cabaña que ocupa el protagonista. No es un comienzo muy esperanzador, que empeorará cuando se descubra que por las noches una serie de criaturas marinas emergen del mar para atacar salvajemente a los protagonistas. Grunter y el recién llegado, al que este llamará simplemente Amigo, deben hacer frente común, pese a sus evidentes diferencias, para sobrevivir a los ataques nocturnos, conviviendo además con una hembra de tan extraña especie que Grunter tiene como mascota.
Así, la película tiene un ambiente desasosegante y aterrador que sirve como excusa para hablar sobre la soledad y la huida del pasado, dos elementos que unen a los protagonistas pero que nunca llega a calar en el espectador por falta de información. Lo que se sabe de ellos es escaso y el desarrollo de su relación se produce a trompicones, mediante elipsis fallidas que impiden la empatía con ninguno de ellos.
La piel fría describe un extraño triángulo donde unas dosis más elevadas de terror habrían mejorado la función, pero esa falta de riesgo y de pasión la dejan un poco a medio camino de lo que se intuye podría haber llegado a ser. Solo el esforzado trabajo de Aura Garrido anima la trama, que precisa más valentía para que esta especie de fábula que le habría venido que ni pintada a alguien como Guillermo del Toro llegue a funcionar.
Con todo, su estética es hipnótica, y las escenas de enfrentamientos impiden que el espectador llegue a aburrirse en ningún momento, con lo que se impide que la película llegue a decaer en ningún momento.
La piel fría es un buen cuento de terror, pero con un poquito más de alma habría podido llegar a ser una película realmente brillante.

Valoración: Seis sobre diez.

GEOSTORM: el arte de destruir.

Desde que deslumbrara al mundo con Independence day, Roland Emmerich se ha convertido en todo un especialista en destruir el mundo de las más diversas maneras, llegando a rozar el ridículo con Independence day 2: Contraataque. Precisamente en ambas películas, al igual que en Godzilla, había un tal Dean Devlin metiendo mano al guion (junto a otras de su amigo Emmerich como Soldado Universal o Stargate).
Ahora, después de haber cogido algo de rodaje en el mundo de la televisión, Devlin ha decidido saltar a la realización cinematográfica moviéndose allá por donde se encuentra como pez en el agua. Por eso, Geostorm es una colección delirante y absurda de todos sus tics como guionista, con unos niveles de destrucción que supera todo lo parido por él hasta ahora, con el presidente de los Estados Unidos con un papel relevante y, por supuesto, con un héroe solitario con dificultades para relacionarse con su hija que se las apaña para salvar al mundo casi sin despeinarse.
Bueno,a lo que queda de mundo después de que Devlin juguetee con él.
La ventaja que tiene Geostorm es que tanto su punto de partida como sus primeros trailers eran tan horrendos que la total ausencia de hype no ha hecho más que beneficiarla. Había tan pocas esperanzas en esta historia futurista sobre un satélite capaz de controlar el tiempo que era pirateado por unos terroristas que al final consigue hasta entretener, teniendo en cuenta que siempre hay una parte de placer culpable en eso de ver saltar en pedazos monumentos emblemáticos de otros países.
Puestos a glorificar los excesos, Geostorm lo tiene todo: tsunamis, congelaciones, tormentas de rayos, explosiones debido a las altas temperaturas... Y a nivel algo más terrenal: conspiraciones, persecuciones en coche, tiroteos, cuentas atrás que se solucionan en el último segundo... Nada parece limitar a la imaginación de Devlin, que quizá no tuvo en cuenta a la hora de escribir que todo eso cuesta dinero, y los ciento veinte millones de presupuesto (parece mentira que alguien se atreva a invertir tanto dinero en algo así) son insuficientes para conseguir que tanta destrucción resulte creíble, viéndose el cartón (o mejor dicho, el ordenador) a las escenas supuestamente más espectaculares.
Aparte de un tremendo error de casting que anticipa el desenlace final (es lo que tiene permitir que algunos actores se encasillen), la mayoría de los protagonistas, por más populares que sean, no parecen creerse en ningún momento a sus personajes. En concreto, esa improbable pareja de hermanos que componen Gerard Butler (que evidentemente ha vivido tiempos mejores) y Jim Sturgess, que, como buenos hermanos, parecen competir para ver quien interpreta peor. Algo de profundidad aspira a aportar Abbie Cornish, mientras que la pequeña Talitha Eliana Bateman (que ya me gustó en Annabelle: Creation) es la única que parece tomárselo en serio. Casi da hasta lastimica ver a tipos como Ed Harris o Andy García metidos en estos fregados.
Poco más se puede decir de una película que al menos no engaña y da justo lo que promete: Destrucción sin sentido, inverosimilitud total, chascarrillos en los momentos más inadecuados, desenfreno visual, fuegos de artificio y ensalzamiento del macho, aunque también se le debe reconocer el saber apuntarse a la moda de las protagonistas duras y activas.
En fin, película de palomitas, consumo rápido y olvido inmediato. No es que llegue a destruir también nuestras neuronas, pero poco le faltará.

Valoración: Cinco sobre diez.

OPERACIÓN CACAHUETE 2: secuela sin chispa

En 2014, Operación Cacahuete fue una pequeña sorpresa dentro del mundo de la animación, más si tenemos en cuenta que no pertenecía a ninguna de las grandes productoras. Divertida y con buen ritmo, era una simpática comedia de aventuras sin complejos que funcionaba bastante bien.
Ahora llega su secuela, en una clara maniobra de exprimir el éxito. Sin llegar a ser una mala película, técnicamente muy correcta, Operación Cacahuete 2, Misión: salvar el parque repite la fórmula sin demasiado riesgo, tomando muchos elementos comunes de otras películas similares, derivando en un producto superfluo y sin demasiada chispa.
Siendo muy generoso se le podría encontrar alguna virtud especial, como el retrato que hace de la corrupción política personalizándola en un alcalde que solo piensa en lucrarse, aunque sea a base de destruir la zona verde donde viven los protagonistas y construir en su lugar un parque de atracciones horrendo, pero en el fondo de lo que va esto es de ensalzar el trabajo en equipo y fomentar la amistad, algo tan noble como cansino en el mundo de la animación.
Operación Cacahuete 2 puede ser efectiva para los más pequeños, que disfrutaran reencontrándose con viejos amigos y con la incorporación de nuevos personajes, pero puede resultar demasiado tópica para el sufrido acompañante adulto, que no encontrará nada original a lo que poderse agarrar.
Para pasar el rato y poco más.

Valoración: Cuatro sobre diez.

EL MUÑECO DE NIEVE, tan gélida como fallida.

Con apenas dos películas Tomas Alfredson se había labrado una posición de honor en el limbo del cine. Tanto Déjame entrar como El topo son grandes películas, y El muñeco de nieve debería haber supuesto su consagración definitiva. Sin embargo, este intento de unificar las culturas anglosajonas y suecas no llega a funcionar en ningún momento, y pese al brillante aunque ecléptico reparto la película, sin ser tampoco espantosa, naufraga a medida que se acerca a su desenlace.
Basada en una novela de Jo Nesbø, la película aspira a ser un thriller negro sobre un policía con múltiples problemas en su entorno personal y la investigación de un asesino en serie que tiene un muñeco de nieve como firma de autor. En este sentido, se agradece que en la primera mitad del film haya un retrato de personajes bastante profundo, sin que estos sean meros estereotipos. El policía al que da vida Michael Fassbender tiene toda una historia detrás y Alfredson le dedica su tiempo a mostrárnosla, desnudándolo ante la cámara y describiendo sus debilidades y temores. No es suficiente con ello, sin embargo, quizá debido a que su referente literario tenía seis novelas antes de esta El muñeco de nieve y eso le supone un bagaje demasiado complejo para resumirlo en apenas sesenta minutos. Es por ello que a medida que avanza la investigación y la trama del asesino cobra importancia el desarrollo del personaje queda en el olvido el interés se pierde hacia una resolución cercana al ridículo.
Hay demasiados elementos en la historia que chocan entre sí,. casi tanto como el reparto excesivamente internacional para una historia tan enmarcada en un paisaje, el de Suecia, que forma parte indisoluble de la acción. Así, al protagonista Fassbender, de origen alemán, le acompaña una exnovia, Charlotte Gainsboug, que pese a haber nacido en Londres tiene clara ascendencia francesa. Están también J.K.Simpson, nacido en Detroit, ejerciendo como alcalde de una localidad noruega, al californiano Val Kilmer (aunque hay que reconocerle la ascendencia sueca) como un antiguo policía de Bergen) y a los británicos Toby Jones y James D’Arcy también pululando por ahí como gentes locales. Curiosamente, la única sueca del reparto principal, Rebecca Ferguson, está tan acomodada al cine de Hollywood que es fácil olvidarse de sus orígenes. Y no quiero decir con esto que vea imprescindible que los actores tengan que ser fieles a los orígenes de sus personajes (Mucho ruido y pocas nueces es una de mis películas favoritas y allí Denzel Washington hacía de Príncipe de Aragón), sino que sirve como ejemplo del camino al desastre que ofrecía la película desde su comienzo.
Se puede apreciar en ella el impecable estilo visual de Alfredson, y durante su primera mitad el misterio sobre los asesinatos se sostiene bastante bien. Aunque se empieza a apreciar ya una diversidad de temas tan amplia que se intuye que puedan no llegar nunca a buen puerto. Es durante el desenlace cuando todo se va al trate, la resolución es confusa y torpe y el trasfondo de los personajes queda en el olvido.
Es, pues, El muñeco de nieve, una película que se puede llegar a ver sin demasiadas pretensiones, pero que teniendo en cuenta el gran talento que se había reunido delante y detrás de las cámaras resulta una tremenda decepción y un film algo anodino y, a la postre, rutinario.

Valoración: Cinco sobre diez. 

ANNABELLE: CREATION, mejorando el horror inicial.

Analizada por separado, Annabelle Creation debería ser considerada una película del montón, un ejemplo más de cine sobre casas encantadas con más misterio que terror y sustos prefabricados a base de trampas sonoras. Nada nuevo bajo el sol.
Es entonces cuando recordamos lo horrible que fue Annabelle y una sonrisa de alivio se nos dibuja en la cara. Tal y como sucediera hace no mucho con Ouija: el origen del mal, la precuela que pretende contar el origen de la aterradora muñeca resulta ser muy superior que su antecesora. Estamos de pleno en el llamado Warrenverso, ese mundo ficticio creado por James Wan en Expediente Warren: The Conjuring y que, a la espera de la llegada de cierta perturbadora monja, no parece tener fin, a no ser que el surrealista juicio en que está metida Warner (según el cual debe demostrar la existencia de fantasmas para no pagar una pasta gansa a Gerard Brittle, autor de los derechos del matrimonio Warren) lo provoque.
Annabelle Creation no es, en realidad, una película sobre la muñeca Annabelle. Aparte de lo espantosamente fea que es poco tiene de aterrador el infecto juguete que se limita a ser una presencia constante en el film, que pronto deriva, como he comentado ya, en el subgénero de las casas encantadas e, incluso, en el delas posesiones demoníacas. Gracias a un correcto trabajo del director David F. Sandberg y al eficaz reparto adolescente (aunque alguna de ellas, como Grace Fulton, poco tiene ya de niña), la película se sostiene con bastante solvencia. Pese a la presencia de veteranos ilustres como Miranda Otto y Anthony LaPaglia, el verdadero peso de la acción recae en las niñas, es especial en Lulu Wilson (precisamente vista en Ouija: el origen del mal) y Talitha Eliana Bateman, a la que le auguro un gran futuro en esto del cine (no necesita mucho para, pese a su breve intervención, ser de lo mejor de Geostorm), y el detalle de que la segunda de ellas tenga problemas de movilidad ayuda en aumentar la tensión a su alrededor.
Annabelle Creation no es nada del otro mundo, pero funciona como entretenimiento, sin legar a aburrir ni alargar las situaciones en extremo y cerrando la puerta a posibles continuaciones, ya fuesen en forma de secuela o precuela. Ahora sí está ya todo el pescado vendido y, como despedida de una saga que nunca debió existir, no es mala cosa.

Valoración: Seis sobre diez.

LA SUERTE DE LOS LOGAN: recuperando a soderbergh

Steve Soderbergh es un director brillante pero harto irregular. Capaz de películas pequeñas pero engrandecidas por su calidad, como Traffic o Erin Brockovich, títulos puramente comerciales de gran éxito como la saga de Oceans Eleven, cosas discretas como Magic Mike o Efectos secundarios o experimentos rarunos como Solaris o las dos películas sobre el Che, cada poco tiempo anuncia que se retira de la dirección para desdecirse al poco tiempo.
Es por eso que cada nuevo estreno suyo ha dejado de llamar ya la atención, y fruto de ello es la escasa repercusión que ha tenido La suerte de los Logan, apenas publicitada y con una distribución bastante reducida. Y es una lástima, porque este último título es quizá una de sus mejores películas, quizá no a causa de su extrema profundidad reflexiva pero sí como brillante entretenimiento no falto de inteligencia.
Muchos han definido La suerte de los Logan como una especie de Oceans Eleven en versión paleta, y no les falta razón. De nuevo estamos ante una peli de atracos en el que un variopinto grupo se organiza para orquestar un golpe maestro, situando al espectador del lado del bribón. Sin embargo, estos no tienen ni la elegancia ni el estilo de la cuadrilla de George Clooney, aprovechando Soderbergh para hacer un retrato de la América profunda, de perdedores a los que la vida ha tratado mal y que aspiran a devolverle la jugada en busca de una especie de justicia poética que equilibre la balanza.
Gran parte del buen sabor de boca que deja el film se deba agradecer al reparto, donde de nuevo Channing Tatum ejerce de su actor fetiche (es la cuarta colaboración entre ambos), con un solvente Adam Driver y donde sobresale Daniel Craig en un papel bastante más caricaturesco de lo que nos tiene acostumbrados.
La suerte de los Logan narra el atraco a la cámara acorazada del circuito de la Nascar en Carolina del Norte por parte de Jimmy Logan y sus hermanos junto a unos nada recomendables compinches. Lejos de abordar la crónica social más amarga, la película tiene un tono de comedia casi absurda que la acerca al estilo de los hermanos Coen en su mejor época y aporta con apenas cuatro pinceladas la emotividad justa para poder funcionar sin apenas altibajos. Podría ser que, puestos a buscarle alguna deficiencia, en ocasiones lo narrado sea demasiado increíble teniendo en cuenta el aparente nivel intelectual de los protagonistas, pero basta un ligero ejercicio de suspensión de la incredulidad para dejarse llevar y disfrutar con una película de atracos muy divertida y emocionante.

Valoración: Siete sobre diez.

BLADE RUNNER 2049: filosofía al servicio de la imagen.

Mucho he tardado en publicar la entrada correspondiente a Blade Runner 2049, pese a haberla visto el mismo fin de semana de su estreno. Primero, porque durante su primer visionado el sopor me venció más de una vez, culpa tanto del ritmo de la película y la monótona voz de Ryan Gosling como de haber ido a verla justo al regresar de mi primer fin de semana en el festival de Sitges, lo que me ha forzado a verla de nuevo para poderla valorar en su justa medida. Segundo, porque la cantidad de cosas positivas de la película es casi proporcional a las cosas negativas, tras lo cual he querido dejarla reposar un poco antes de reflexionar sobre la misma.
Blade Runner 2049 debería ser la película del año, por encima incluso de títulos tan esperados como La liga de la Justicia o Star Wars: Los últimos Jedis. No en vano es la secuela de una película de culto que cambió muchos de los parámetros del cine en general y de la ciencia ficción en particular. Y puestos a valorar eso, independientemente de que uno pueda opinar sobre si la película de Dennis Villeneuve es superior o inferior a la de Ridley Scott lo que es innegable es que no va a convertirse en un mito como fue aquella, más allá de la taquilla que pueda tener (que a estas alturas no parece que vaya a ser para tirar cohetes).
El primer detalle a tener en cuenta hay que buscarlo en la elección del director encargado de asumir el reto de recuperar el mundo de Blade Runner. Villeneuve es uno de los mejores realizadores actuales, y prueba de ello es la excelente factura del film, pero no es un director de blockbusters. Ya lo demostró en La llegada, magnífica película que no arrasó precisamente. Por ello, esta Blade Runner 2049 es casi un film de autor, una película intimista más interesada en profundizar en materias filosóficas como la inmortalidad o la propia existencia que en el espectáculo pirotécnico que, por otra parte, correspondería a una película de semejante presupuesto (se estiman unos ciento cincuenta millones) y despliegue promocional. No es una película para todos los públicos, y si Villeneuve triunfa en el aspecto visual fracasa sin embargo a la hora de imponer el ritmo adecuado a las excesivas dos horas cuarenta y cinco minutos que dura su obra. Me consuela, por tanto, descubrir que no soy el único que pecó de cabecear en algún momento durante la proyección. Hay que ir preparado para ver esta película, bien conocedor de a qué nos vamos a enfrentar, y es por eso que se disfruta más tras un segundo visionado sin importar que no hayan giros capaces de sorprendernos ya.
Blade Runner 2049 avanza treinta años con respecto a su antecesora. En ese tiempo el mundo a cambiado, pero no lo suficiente como para que no lo reconozcamos. Villeneuve se ha asegurado de actualizar esa ciudad de los Angeles sin distanciarla demasiado de la que imaginó Scott, manteniendo la esencia de los replicantes, a los que también ha modernizado hasta el punto de que alguno de ellos, como el propio protagonista, llegue a ser incluso un blade runner (recordad que blade runner es el nombre de los policías encargados de perseguir a replicantes rebeldes). En ese sentido, es importante mantener las bases de lo establecido (quizá incluso demasiado atadas a ese pasado nostálgico, ya que se me antoja poco evolucionada una ciudad para haber pasado tres décadas) pero sin caer en la tentación de que nos de la sensación de estar ante un remake encubierto, como sucediera, por ejemplo, con Star Wars: El despertar de la Fuerza. Por ello, el primer truco es dejar claro que el personaje de K, al que da vida Gosling, es un replicante, evitando caer en el juego de la incertidumbre como sucediese en el pasado (y continua sucediendo) con el anterior protagonista, el Deckard de Harrison Ford.
Existen unos cortometrajes que hacen de puente entre ambas películas que, si bien no son imprescindibles para comprender esta Blade Runner 2049 sí ayudan a ubicarse mejor en el contexto de la trama (truco al que ya jugó el productor Scott en Alien Covenant). Ahí es donde se presentan a los dos personajes que van a ejemplarizar los conflictos que mueven esta película: Sapper Morton, interpretado por Dave Batista, y Niader Wallace, al que da vida Jared Leto. Ambos, por separado, plantan las semillas de la búsqueda de la verdad que va a protagonizar K, el “milagro” de la creación y el poder de crear vida.
Aunque se huye conscientemente del tono de cine negro de la película original, Seguimos teniendo un caso policíaco en toda regla, una investigación que llevará a K a plantearse preguntas sobre su propio pasado y que mantiene la línea espiritual de la saga. Ahora los replicantes ya no son “ángeles caídos”, pero seguimos teniendo un conflicto entre ángeles y demonios con la intervención directa se un aspirante a Dios que podría ocultar más de lo que parece a simple vista.
Hay tiempo en Blade Runner 2049 para la nostalgia, recuperando personajes del pasado, aunque el uso de Deckard quizá recuerde demasiado a la recuperación de Han Solo en la ya mencionada película de J.J. Abrams y Ford vuelva a actuar con el piloto automático. Sin embargo, pese a todas las reflexiones a las que el guion de Blade Runner 2049 invita, y el desarrollo del personaje de K y su interacción con Deckard, es quizá la parte más interesante de la película una de sus tramas (aparentemente) secundarias, la relación amorosa (o no) entre K y Joi, esa inteligencia artificial que al final resulta ser el mejor personaje de todos y encumbra a Ana de Armas en el gran descubrimiento (y no hablo de su aspecto físico, que nadie me malinterprete) de la historia. Y, por atractiva que esta parte pueda resultar, ese debe contarse como un error del guion, que no sabe cautivar lo suficiente cuando se aleja de esa ramificación de la historia. Quizá por la ausencia de un villano a la altura (la Luv de Sylvia Hoeks, por contundente que sea, está más cerca de la T-X de Terminator 3 que del magnífico Roy Batty al que encarnó Rutger Hauer.
Creo sinceramente que, de nuevo, nos encontramos con un problema de base: la falta de originalidad en sus reflexiones más intimistas. Sí, la película plantea preguntas tan interesantes como su antecesora, tales como la capacidad de amar de una inteligencia artificial, la presencia o no de un alma en un ser creado, la búsqueda de la inmortalidad, etc., preguntas que eran muy revolucionarias en 1982 pero que hoy en día ya se han planteado de forma magistral en películas como Her o Ex Machina y de manera mucho más torpe en Ghost in the Shell. Temas planteados también en series como WestWord y que incluso películas tan comerciales y palomiteras como Desafío Total de Paul Verhoeven o Terminator 2 de James Cameron ya se atrevieron a acariciar hacer años sin renunciar por ello a la acción y el espectáculo.
Hay demasiados agujeros de guion, demasiadas situaciones forzadas como para aplaudir lo suficiente el guion, que da pie a una historia que a la postre deja una triste sensación de vacío, pero Villeneuve sabe envolverlo todo de una imaginería visual tan magnífica que uno hasta puede llegar a olvidarse de esas carencias. Todo, a nivel técnico, es perfecto, sin que haya ni un solo plano al que poder ponerle pega alguna, desde los preciosos espacios abiertos en el desierto, las escenas de vuelo o (quizá la escena más impactante) el “ménage à trois” virtual entre K, Joi y Mariette (Mackenzie Davis). También la música es la adecuada, demostrando que Hans Zimmer es el mejor haciendo música a base de ruidos (¿o era al revés?) al servicio e la historia, como hiciera ya en Dunkerque, aunque quizá se podría pedir algo de originalidad, fotocopiando prácticamente el tema de Tears in rain de Vangelis.
Blade Runner 2049 es, en resumen, una película visualmente preciosa, perfecta en su diseño pero irregular en su contenido, que acierta en su invitación a reflexionar sobre la existencia y la eternidad pero al precio de unos personajes y situaciones algo carentes de fuerza narrativa, dejando tras su conclusión al espectador con una sensación de insatisfacción que desluce el espectáculo.
¿Habría sido mejor Blade Runner 2049 si la hubiese dirigido Scott en lugar de Villeneuve? Eso nunca lo sabremos, pero si la taquilla alcanza para evitar la palabra fracaso no me extrañaría nada que hubiese un tercer episodio que nos permitiera adivinarlo. Semillas plantadas han dejado, eso desde luego.

Valoración: Siete sobre diez.

jueves, 19 de octubre de 2017

Sitges 2017: BRAWL IN CELL BLOCK 99

Hace un par de años Bone Tomahawk, aquel extraño western con caníbales que protagonizó Kurt Russell, supuso el impactante debut como realizador de S. Craig Zahler. Era aquella una cinta violenta y con toques de gore muy apropiada para un festival como el de Sitges, y su segundo trabajo tras las cámaras, ocupándose también del guion no iba a ser menos.
Brawl in cell block 99 recuerda a una de aquellas películas de tipos duros de los ochenta, cuando el musculoso de turno acababa, generalmente sin merecerlo demasiado, en una cárcel y se las tenía que ver para poder sobrevivir. Con un Vince Vaughn enorme y un look que recuerda en algo al Bruce Willis más socarrón, la película arranca como un drama carcelario más, pudiendo venirle a alguien a la mente títulos como Brubaker o Cadena perpetua, pero Zahler pronto se encarga de poner las cartas sobre la mesa. No es el drama lo que aquí quiere hacer primar, y al fin estamos más cerca de los excesos artificiosos de Encerrado o Libertad para morir que de una crónica realista sobre los penales.
Se reúnen aquí todos los componentes del género: alcaides retorcidos, celdas asquerosamente sucias, capos mafiosos controlando todo el cotarro... Zahler, es evidente, no busca la originalidad en su historia, sino más bien el homenaje cariñoso a una generación, la de finales de los setenta y principios de los ochenta, que crecieron con un cine de serie B, carne de videoclub, de sangre, sudor y testosterona. Con semejante excusa, Zahler puede dar rienda suelta a sus excesos, haciendo que las peleas que se prometen en el título sean dolorosas y sangrientas. Es esta una película de huesos rotos, sangre a mansalva y caras destrozadas, en la mayoría de las ocasiones casi hasta el ridículo. Nada importa. Hasta el metra je es excesivo. De eso va Brawl in cell block 99, del exceso por el exceso, del cuanto más, mejor. Aunque ese exceso se traduzca en ocasiones en un maquillaje o unos efectos especiales demasiado cutres para esta época o una imagen algo plana e insuficiente.
Vaughn, pura fuerza bruta muy alejado de los papeles de comedia a los que nos tiene acostumbrados, es el alma de la fiesta, aunque se agradece la presencia de algún rostro conocido como Jennifer Carpenter y, sobretodo, el siempre glorioso Don Johnson. Es cierto que interpretativamente Vaughn tiene muchas limitaciones, y su imponente cuerpo rivaliza con sus escasas aptitudes para el combate, pero poco importa todo eso si de lo que se trata es de verle totalmente desatado.
Estamos ante una película violenta, muy violenta, tanto, que la carcajada se sucede constantemente y nada puede ser tomado demasiado en serio. Ese es el secreto de Zahler, que por un lado mejora lo presentado en su primera película pero por otro amenaza peligrosamente con quedarse encasillado en la casposidad de una serie B que ya pertenece al pasado. Hasta ahora, le podemos reír las gracias. En el futuro, ya veremos...

Valoración: Seis sobre diez.

Sitges 2017: EL SACRIFICIO DE UN CIERVO SAGRADO

Resulta difícil, a estas alturas, presentar a Yorgos Lanthimos a quien desconozca su filmografía. Encumbrado en su Grecia natal por Canino y tras dar el salto al cine rodado en inglés con Langosta, que le supuso además una nominación al Oscar al mejor guion, este extraño y poco convencional autor repite con el actor de esta última, Colin Farrell es una fábula más enfermiza si cabe pero de narrativa algo más convencional.
Steven Murphy es un brillante cirujano, felizmente casado y con dos estupendos hijos. Mantiene, además, una indefinida relación con un adolescente con el que se ve a escondidas, al que parece acoger bajo su tutela y al que ofrece una puerta de entrada a su propia familia sin saber que, con ello, se está abocando a un fatídico desenlace.
Lanthimos vuelve a presentarnos a unos personajes fríos, distantes, parcos en palabras y de melancólicas miradas. De nuevo utiliza una fábula irreal y algo surrealista para hablar de la soledad y la pérdida, envolviéndolo todo en una atmósfera aséptica y ayudándose por unos actores que ofrecen lo mejor de sí mismos. Barry Keoghan vuelve a parecer el pajarillo indefenso de Dunkerque pero con un aterrador halo de oscuridad en su interior, Colin Farrell logra una sobriedad impasible casi carente de sentimientos y Nicole Kidman vuelve a ofrecer un recital interpretativo que confirma que se encuentra en una magnífica segunda juventud.
Lo más terrible de El sacrificio de un ciervo sagrado es que consigue hacernos reír en diversas ocasiones, pese a lo terrible de los hechos que narra, jugando a retorcer los sentimientos del espectador que se puede llegar a sentir culpable divirtiéndose ante la inminente muerte de uno de los miembros de la familia.
Como suele suceder con Lanthimos, la película no es redonda, pero sí se me antoja mejor cerrada que Langosta, a la que pesaba demasiado su tramo final. No es, desde luego, una película para todos los públicos, y el espectador debe estar preparado de antemano de lo que le espera (aunque el surrealismo del título ya ayuda a ello), consciente además de que la historia que se cuenta y los sentimientos que provoca a su alrededor es más importante, a la postre, que su conclusión.
Interesante nuevo paso de Lanthimos, quizá algo menos excesivo en cuanto a surrealismo que en otras ocasiones pero a cambio con más coherencia formal , logrando una película de imposible intriga que engancha desde el principio y a la que es tan fácil amar como odiar. O, incluso, hacer ambas cosas a la vez.

Valoración: Ocho sobre diez.