Al
fin llegó el día. Llevábamos unos cuantos años esperándolo, desde que Disney
comunicó que había comprado los derechos de LucasFilm y anunció el proyecto de
realizar una nueva trilogía (luego se hablaría de los spin-off, las series, los
comics…). Aunque, en realidad, llevábamos mucho tiempo más reprimiendo ese
deseo de volver al Universo que creo George Lucas en 1977 y que nos amagó en
1999 con La amenaza fantasma, un
despropósito digital donde Lucas traicionaba sus propios ideales y demostraba
que era mucho mejor creador que director.
No
entendía, sin embargo, esa fiebre galáctica que invadía a toda la humanidad,
hablando de la película más esperada de la historia y de records de taquilla,
algo que imagino que ya se habló con la nueva trilogía y que quedó en una profunda
depresión para el aficionado.
Yo, por mi parte, sí esperaba la película con
ganas, pero no por el factor Galáctico que no tenía claro si iba a ser capaz de
remontar el vuelo por sí solo, sino por mi profunda admiración y fe ciega en
J.J.Abrams, padre espiritual de la magistral Lost (Perdidos) y cuyas películas (todas sin excepción) hasta la
fecha me han agradado notablemente. Su filmografía, por sí sola, ya habla de lo
que el realizador neoyorquino iba a ser capaz de ser. No en vano había
resucitado dos sagas en peligro de extinción (Misión Imposible estaba muy tocada tras la película de John Woo y Star Trek literalmente muerta) y había
demostrado su respeto por el cine de fantasía que Lucas, Spielberg y compañía
representaban a finales de los setenta y principios de los ochenta con Super8. Visto esto, ¿quién mejor que él
para conseguir aunar en una película dos cosas tan antagónicas como era
orientar una saga hacia nuevos horizontes pero recurriendo para ello a sus
orígenes más clásicos?
Por
ello, en lo único que se le puede criticar a su Star Wars (escrito a medias
con Michael Arndt –otro con currículo pequeño pero brillante- y retocado por el
gran Lawrence Kasdan, quien ya se hiciera cargo de escribir los episodios seis
y siete, los mejores de las seis conocidas hasta ahora) es la sencillez del
guion. Abrams no ha venido para inventar nada, como hiciera Lucas en los
episodios uno a tres, y por eso no hay nada de riesgo en una historia que
recuerda mucho (quizá demasiado) a la trama original. Protagonista de padres
desconocidos en un planeta desértico, robotito con planos ocultos en su
interior, villano enmascarado de voz metálica y una nueva Estrella de la
Muerte. Por eso, El despertar de la
fuerza es una continuación tanto como un respetuoso lavado de cara a los
conceptos preconcebidos, algo que (con mayor o menor acierto) es la tercera vez
que vemos en las pantallas en lo que va de año, tras Terminator Genesis y Jurasic
World.
A
partir de ahí, todo es magia pura. Abrams, quien asegura que ha tenido total
libertad por parte de Disney para ofrecer su propio punto de vista de la saga, se
saca de la manga a un puñado de actores jóvenes que enamoran al público desde
su primera aparición en pantalla, especialmente la pareja que lleva el mayor
peso de la película, unos hasta ahora desconocidos Daisy Ridley y John Boyega que
consiguen en segundos tener más carisma que el denostado Hayden Christensen en
las dos películas que protagonizó (es un decir), consiguiendo sin duda que sus
personajes entren por la puerta grande en el imaginario popular de la franquicia
por delante, incluso, de interpretaciones de actores consagrados como fueron en
su momento Ewan McGregor, Natalie Portman o Liam Neeson (¿alguien se acuerda de
que forman parte de esta saga?). Junto a ellos, destacan también rostros algo
más conocidos, como Oscar Isaac y Domhnall Gleeson, mientras que el caso de
Adam Driver debe ser considerado aparte, ya que su personaje (que no voy a
mencionar aquí) es el que queda más pendiente de evolucionar en futuras
películas.
Hago
aquí un inciso para disculparme si soy algo parco en explicaciones
argumentales, pese a que en el momento en que se publique este comentario medio
mundo habrá visto ya la película, pero visto el magnífico trabajo que ha hecho
Disney por mantener al público hambriento de spoilers (y eso que han inundado
el medio audiovisual con carteles, merchandising y trailers) y sin saber nada
de la trama (algo que, por cierto, se le da muy bien a Abrams: recordad el
interés que logró despertar con una película presupuestariamente pequeña como
fue Monstruoso) no voy a ser yo quien
desvele nada que no deba saberse antes de ver la película en pantalla grande.
Decía
que la película logra reunir a un interesante elenco de jóvenes promesas que
para nada chirrían. Todo el primer acto forma parte de un reinicio en toda
regla y uno se identifica enseguida con los nuevos héroes, en especial la
potente presencia de esa muchacha, frágil y guerrera a la vez, que es Rey,
mientras que el nuevo juguete llamado BB-8 consigue derrochar simpatía y
ternura como no se había visto desde los tiempos de WALL.E.
Pero
el tráiler ya había adelantado que no se iba a tratar de una aventura en el
espacio más. Hay cabida para la nostalgia y toda la sala se estremece al
reconocer un maltratado Halcón Milenario, al ver aparecer por primera vez, pistola
en mano, a Han Solo y Chewbacca, o al reencontrarnos con la versión madura de
ese mito de peinados imposibles que era Leia Organa. Y así, mientras la
aventura prosigue por nuevos derroteros, los guiños a lo clásico se reproducen
sin cesar, demostrando que por más que la película vaya a entusiasmar a los
chavales de nueva cuña que ya lo fliparon hace un año con Guardianes de la Galaxia esto es, en realidad, un homenaje a una
generación que ya baila entre la cuarentena y el lustro y que sufrieron viendo
como un CGI que ha envejecido francamente mal se apoderaba de los esperados
episodios uno a tres y violaba, de paso, la esencia de la saga original.
Y
tanto es el tributo que Abrams ofrece a la historia que incluso las pantallas verdes
han sido reducidas al mínimo concepto en este rodaje, regresando a las
maquetas, animatronics, maquillajes y localizaciones en escenarios naturales
que tan bien lucen en pantalla. Hay digitalización, desde luego (que se lo
digan a los irreconocibles Andy Serkis, Lupita Nyong’o o Simon Pegg) pero en ningún
momento el ordenador predomina sobre la historia ni se cae en el delirio visual
que alcanzó cuotas de videojuego en algunos momentos de El ataque de los Clones.
El despertar de la fuerza no es una película perfecta, y le falta la
independencia argumental necesaria para alejarse de los clichés preconcebidos,
pero es una primera piedra necesaria para expandir el universo y dar forma a
una nueva trilogía que, sin duda, tomará su propio camino a partir del episodio
ocho. En cierto modo, necesitábamos volver a sentirnos en casa para poder partir
de cero y empezar a andar de nuevo hacia horizontes desconocidos. Y el equipo
formado por Rey, Finn, Poe Dameron y BB-8 enfrentados a Kylo Ren, el nuevo
villano de la saga, ha demostrado que es capaz de luchar por su propio destino
con total independencia.
Quizá
si algo me rechinó ligeramente (y perdonen los que consideren esto casi una
blasfemia) es la banda sonora. Creo firmemente que un director debe trabajar
siempre con el compositor con quien mejor se entienda, y si muchos echaban en
falta la labor de John Williams en la magnífica El puente de los espías de Steven Spielberg yo habría preferido que
Abrams hubiese podido contar con su músico de cabecera, el compositor Michael
Giacchino. Ya en Súper8 demostró que
se le daba bien recrear el estilo de Williams y con Misión Imposible y Jurassic
World se especializó en crear nuevas composiciones partiendo de registros
icónicos.
Como
sea, Abrams ha demostrado que, además de ser un magnífico director, es un
cachondo. Solo a nivel anecdótico os diré que Giacchino sí está en la película,
pero como actor. Igual que Daniel Craig. Hasta aparecen Yoda y Obi Wan Kenobi.
¿No me creéis? Quizá en un tiempo, cuando se pueda hablar sin temor a los
spoilers, os resuelva el misterio. Mientras, contentaos con la aparición de
viejos colegas del director, como Greg Grunberg, o con la recuperación de Anthony
Daniels y Peter Mayhew, el ilustre cameo de Max von Sydow y la presencia de la “jugadora
de tronos” Gwendoline Christie.
Y
sí, también sale Mark Hammil. Pero no diré nada más sobre el tema.
En
fin, una película para disfrutar de principio a fin, en la que buscar deslices
argumentales es renunciar a la magia del espectáculo, donde se recupera toda la
épica que la lucha entre el imperio y la República merecen y donde la Fuerza es
de nuevo un poder espiritual más que un concepto científico (¿alguien entendió
alguna vez eso de los midiclorianos?).
No
sé si será la mejor entrega de la saga (El
Imperio Contraataca rozaba la perfección y puso el listón muy alto), pero
se le acerca. Yo, probablemente, sea con la que más he disfrutado. Y, aunque confieso
que era el primer escéptico tras el final de El ataque de los clones, la historia que comenzó en una galaxia
muy, muy lejana debe continuar.
Que
la Fuerza nos acompañe.
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