sábado, 25 de marzo de 2017

EL BAR, divertida, cruel y reflexiva.

Tiene un problema Álex de la Iglesia cada vez que debe estrenar una nueva película. Y es que en sus inicios tiene algunos títulos tan magníficos como El día de la Bestia o La Comunidad que, como le pasa a algún colega anglosajón suyo como Shaymalan, parece que nunca vaya a poder volver a estar a la altura de las expectativas. Y eso es algo demasiado injusto hacia un realizador que ha dado grandes obras a la filmografía de este país.
Es por ello que muchos destacan El bar como una especie de regreso a esa época gloriosa después de unos años de oscuridad. Personalmente no puedo estar completamente de acuerdo, pues si bien es cierto que El bar es una muy buena película supe disfrutar mucho también de Las brujas de Zugarramurdi y Mi gran noche, siendo de su época más reciente La chispa de la vida la única que me dejó algo frío.
Si es cierto, sin embargo, que ahora logra resarcirse de algo de lo que se le acusa continuamente: no saber cerrar bien sus películas. Porque desde luego El bar tiene un final impecable, que podrá ser más o menos del gusto del espectador, pero totalmente coherente con la historia y con una amargura como no podía ser de otra manera. Pero empecemos mejor por el principio…
El bar no es exactamente una comedia negra, aunque tiene muchos puntos de humor. Es más bien una radiografía de la sociedad, de cómo el ser humano reacciona ante situaciones límite y como el instinto de supervivencia se antepone habitualmente a la propia moral. Por ello no es una película de buenos y malos y cada personaje, incluso en sus momentos de mayor bajeza, merece ser justificado. ¿Acaso no haríamos nosotros lo mismo?
La cosa va de un grupo de desconocidos que quedan atrapados en el interior de un bar después de que dos personas sean abatidas a tiros en mitad de la calle y el centro de Madrid, de un momento para otro, quede totalmente desierto. Es entonces cuando los miedos, la desconfianza y las fobias salen a relucir, convirtiéndose el bar del título en una suerte de Gran hermano con muchas similitudes con La niebla, aquella novela de Stephen King versionada por Frank Darabont donde también un grupo de desconocidos quedaban atrapados, en esa ocasión en un supermercado, aterrados por una misteriosa amenaza del exterior.
El guion que el propio De la Iglesia firma con su amigo y colaborador habitual Jorge Guerricaechevarría combina con inteligencia el humor y el drama, la acción y los momentos más intimistas, aunque hay que reconocerle que obliga a realizar en algún que otro momento un ejercicio de suspensión de la credibilidad, y el director consigue mantener el ritmo en todo momento, sin que ni siquiera con la salida del bar se llegue a perder el interés ni la emoción. Pero no basta con su buen trabajo para llevar este barco a buen puerto, y sin duda sería imposible sostener una película como El bar sin un trabajo impecable por parte de todos sus protagonistas. Joaquín Climent y Alejandro Awada cumplen con creces, Mario Casas y Secun de la Rosa están brillantes y divertidos y a Terele Pávez y Carmen Machi no vamos a descubrirlas ahora, ¿no? Pero son sin duda Jaime Ordóñez y Blanca Suarez quienes realmente se llevan el gato al agua. Ordóñez está deliciosamente excesivo, histriónico, capaz de despertar odio y ternura en el espectador en cuestión de segundos. Suarez, por su parte, está superlativa, evolucionando de niña pija maleducada a heroína de la función con una facilidad pasmosa. Sin problemas para resistir con firmeza los primeros planos, asusta conmueve, convence y enamora.
El bar puede parecer una película excesiva, cargada de momentos surrealistas y de reacciones desproporcionadas, pero si uno se para a analizar bien a los personajes, magníficamente retratados en apenas cuatro planos, se da cuenta de que esas reacciones son tan terriblemente humanas y naturales que, por encima de los chistes, la emoción y el suspense, convierten a El bar en una película extremadamente triste. Y ese encadenado de planos finales por las calles de Madrid lo demuestran.
El bar es, por tanto, absurda, tronchante, dura y con momentos de escatológica sensualidad, pero, por encima de todo, es una película que me ha hecho reflexionar. Y no estoy muy seguro de si me gusta las reflexiones a las que he llegado. ¿Qué habría hecho yo? O lo que es más importante, ¿qué habríais hecho vosotros?
Esta vez, definitivamente, De la Iglesia lo ha conseguido. De principio a fin. ¡Bravo!

Valoración: Ocho sobre diez.

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