lunes, 5 de febrero de 2018

EL CORREDOR DEL LABERINTO: LA CURA MORTAL

Concluye con El corredor del laberinto: La cura mortal la trilogía de películas urdida por Wes Ball y basada en las novelas de James Dashner, una saga plagada de complicaciones siendo la más crucial la lesión que sufrió el protagonista Dylan O’Brien que obligó a retrasar considerablemente el rodaje de esta última entrega.
Si algo merece destacarse de la saga es su diversidad argumental. Pese a que la trama en sí no sea para echar cohetes, es de agradecer que, por lo menos, no se repitan los esquemas de una entrega a otra, siendo la excusa del laberinto un simple calificativo que no se ha repetido más allá de la primera película.
El punto negativo, sin embargo, es que la excesiva dependencia de las películas a la que precede, más teniendo en cuenta el considerable paso de tiempo entre una y otra. Y es que al no ser esto una secuela propiamente dicha sino una continuación directa, casi como si de un serial se tratase, cuesta meterse en la historia si no se tienen frescas las anteriores piezas del puzle, aunque la sencillez de la premisa tampoco es que exija demasiado.
Con el misterio acerca del laberinto desvelado y la humanidad prácticamente extinta, la clave ahora está en el debate entre buscar una cura que garantice el futuro de los pocos supervivientes o huir en busca de un refugio seguro lejos de las manos de CRUEL. Una metáfora más sobre como los malvados de la historia, pese a los zombies que hay pululando por ahí, son en realidad las grandes corporaciones. Algo parecido a lo que se apuntaba ya en Resident Evil, pero con más elegancia.
Hay que reconocerle a El Corredor del laberinto: la cura final que es sumamente entretenida. Es el fin de fiesta esperado, con la reunión de todos los protagonistas de la saga, los sacrificios imprescindibles y el cierre de todas las tramas, algunas de forma más precipitada que otras. Es preciso, por descontado, no rascar demasiado la superficie para no ver unas costuras demasiado simples, con diálogos superfluos y giros de guion totalmente previsibles, pero el buen trabajo de Ball tras las cámaras compensa las carencias narrativas, componiendo un efectivo espectáculo visual. La escena inicial del tren o las diversas persecuciones tanto en zona desértica como urbana son muy meritorias y el medido clímax final compone una mezcla entre drama y emoción que no satura ni se hace insoportablemente largo, principal defecto de la mayoría de las películas de acción actuales.
El Corredor del laberinto es, en general, una saga muy correcta y sin altibajos, que no pasará a la historia pero que tampoco ha llegado a aburrir en ningún momento, logrando aunar el género Z, las aventuras juveniles e incluso el conflicto bélico sin que se estorben entre ellas, prescindiendo con acierto de la típica trama romántica que pudiera amenazar con invadirlo todo y deslucir el elemento de aventura.
Este es, en fin, un buen colofón a una serie que ha sabido calibrar su duración y se despide en buena forma.

Valoración: Seis sobre diez.

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