miércoles, 6 de diciembre de 2017

WONDER: edulcoradamente deliciosa

A priori, todo hacía pensar que Wonder iba a ser una de esas películas insoportablemente lacrimógenas, un melodrama más propio de una tv movie que de un film de gran presupuesto. No en vano se trata de la típica historia de superación de un niño inadaptado (en este caso a causa de su deformidad) deseando ser tratado como alguien “normal”.
Sin embargo hay algo extraño en la película que hace que funcione de maravilla. Basada en una novela de R.J. Palacio, Wonder cuenta la historia de Auggie, un niño que a causa de una incompatibilidad genética de sus padres nace con múltiples deformaciones físicas. Tras haber sufrido varias operaciones ha logrado tener una vida más o menos saludable, aunque lo que no han conseguido evitar es que tenga un rostro deforme y con feas cicatrices. Hasta ahora, Auggie ha estudiado en casa, ocultando su rostro bajo un casco de astronauta cada vez que salía a la calle, pero ha llegado el momento de enfrentarse al mundo real e iniciar una nueva andadura en un colegio donde sin duda va a ser centro de atención y objetivo de crueles mofas.
Puede que sea mérito de su director, Stephen Chbosky, acostumbrado a relatos marginales ya que escribió y dirigió Las ventajas de ser un marginado aparte de encargarse también del libreto de La Bella y la Bestia. Quizá sea cuestión de resaltar los trabajos de los intérpretes, desde el pequeño Jacob Tremblay, que ya demostró de lo que era capaz en La habitación, o su amigo Noah Jupe (al que veremos en breve como hijo de Matt Damon en Suburbicon), pasando por las estrellas que interpretan a los adultos, solventes Owen Wilson y Julia Roberts, amén del siempre reflexivo Mandy Patinkin. 
O puede que el secreto esté en la forma de concebir la historia, que evita centrarse solo en el pobre chavalín sino que nos ofrece también el punto de vista de la hermana, afectada por los “daños colaterales” que le provoca ser “normal”, convirtiéndola en otra variedad de marginada dentro del núcleo familiar. 
Incluso se permite ciertas subtramas aparentemente alejadas de la historia principal, como todo lo referente a Miranda, amiga de la familia en el pasado y alejada ahora de ellos por motivos diversos. Al final, todos aquellos que orbitan alrededor de Auggie tienen sus propios problemas, haciendo que esta sea casi una película coral sobre la marginación. Un feo rostro no siempre es el motivo de discriminación más evidente, y ese es el trasfondo de la película. Todos tenemos nuestros propios problemas, y algunos, en ocasiones, son tan sencillos de solventar como escuchar a nuestros propios corazones.
Wonder tiene mucha azúcar, tanta que casi está más cerca de ser una comedia que un drama. Pero eso, por una vez, juega más en favor de la película que en su contra, ya que consigue enternecer al espectador tocándole la fibra mientras le dibuja una sonrisa en el rostro.
Wonder es una lección de vida. Y una estupenda película para disfrutar de estas fechas de buenos propósitos y deseos felices.

Valoración: Siete sobre diez.

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