domingo, 24 de diciembre de 2017

WONDER WHEEL, el genio brilla más que nunca

Existen dos Woody Allen diferentes, por más que en ocasiones uno se entremezcle con el otro: el cómico y el dramático. En los últimos años el cómico parece haberse difuminado poco a poco, haciendo que esos inteligentes diálogos del neoyorquino sean cada vez menos divertidos, aunque fue Blue Jasmine la película más amarga del autor en los últimos tiempos.
Con un paralelismo innegable con aquella, Wonder Wheel es tan amarga o más, siendo también un relato de perdedores, de tipos abocados al fracaso y a la autodestrucción, que buscan una felicidad inexistente a base de engañarse a ellos mismos y a sus propias convicciones. Son, en fin, personajes mezquinos, egoístas, alcohólicos o vanidosos, pero también personajes de lo que uno es capaz de enamorarse sin poder evitarlo.
Mickey, un aspirante a dramaturgo, es un socorrista de playa en una playa donde nunca se ahoga nadie. Él hace de narrador de la historia, incapaz de asumir, desde la misma presentación, los propios fantasmas que lo atormentan. Ginny es una antigua aspirante a actriz que ha visto como la vida le ha pasado de largo, madre de un hijo pirómano y casada con un borracho que, a la postre, ha sido su salvador. Humpty no es nadie. No tiene aspiraciones. Maneja un Tío Vivo en Coney Island y sale a pescar con sus amigos. Solo el regreso de una hija a la que no veía desde hace cinco años le devuelve la alegría. Carolina es una chica marcada, apenas una niña que huyo de casa para casarse con un mafioso y a la que han puesto precio por su cabeza.
Estos cuatro personajes, como en una tragicomedia griega, cruzan sus caminos hacia una irremediable perdición a la sombra de la noria Wonder Wheel, una de las atracciones más características de Coney Island, que ilumina de rojo y azul el interior del hogar de Ginny y Humpty, y que sirve de magnífica metáfora sobre las vueltas que da la vida, generalmente para terminar en el mismo punto de partida. Ambientada en los años cincuenta, Coney Island sirve también como representación de la decadencia humana, tal y como se encontraba la popular zona turística tras la decadencia a la que entró una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial.
Wonder Wheel es una de las mejores películas de Woody Allen, desangelada y con un punto de sarcasmo que, al final, termina por dibujar una tímida sonrisa en el rostro, como la utilización del niño pirómano, metáfora del propio Allen arremetiendo contra sus propios miedos (sirva como ejemplo cuando prende fuego a la consulta de la psiquiatra).
Con cientos de guiños a otras películas, siendo el aroma de Tenessee Williams el que más empapa la obra, se confirma aquí el cambio de estilo fílmico de Allen que ya apuntaba en Café Society, quizá influenciado por su nuevo director de fotografía, el reconocido Vittorio Storaro, que consigue unos juegos de luces y unos movimientos de cámara que dotan de cierta modernidad al habitualmente estilo plano y clasicista de Allen. Los actores, como es habitual en trabajos del director, están sobresalientes (me ha alegrado reencontrarme con Jim Belushi, al que tenía muy perdida la pista, aunque siempre recordaré de aquellos años de Danko, calor rojo, o el Superagente K9), siendo la escena del diálogo final entre Ginny y Mickey sencillamente brillante. Un agotador enfrentamiento entre Kate Winslet y Justin Timberlake en un plano sin cortes que es un verdadero prodigio.
Es difícil si estamos ante uno de los mejores Allen, ya que en el nuevo siglo no ha llegado a alcanzar la calidad de sus obras maestras, pero si no es así, poco le faltará. La película emociona y desgarra. Y eso es lo que pretende el autor. Retorcernos al ritmo del carrusel multicolor.

Valoración: Ocho sobre diez.

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