miércoles, 18 de octubre de 2017

Sitges 2017: BOYS IN THE TREES

Boys in the trees, del australiano Nicholas Verso, es, posiblemente, la película más alejada del género de terror que se haya visto en esta edición del festival de Sitges. Y eso que tiene todos los ingredientes necesarios: es la noche de Halloween, hay apariciones fantasmales, violentos abusones, máscaras aterradoras, desagües solitarios, funerales mejicanos, cementerios… 
Todo un amalgama de situaciones y localizaciones que sirven, en realidad, para dibujar una generación, la de los finales de los noventa, y una época donde las dudas y la falta de orientación sacudía a muchos jóvenes sin rumbo ni aspiraciones.
Boys in the trees es la clásica historia de Peter Pan, de jóvenes que no quieren crecer, que desean quedarse para siempre anclados en un mundo dominado por la música grunge, fumando pollos a la luz de las hogueras y practicando con su skate. Pero es también una reflexión sobre los sueños de futuro que se aspiran a alcanzar y que, de no luchar por ellos, se terminarán disolviendo en el flujo del tiempo hasta no quedar rastro de los mismos. Y es, a la postre, un gran relato sobre la amistad, aquella tan intensa y verdadera que solo puede darse durante nuestros primeros años de juventud.
En esta situación se encuentra Corey, que durante la celebración de la fiesta de Halloween debe decidir entre seguir con su banda de amigos, gamberros y abusones, o ayudar a Jonah, ese chaval con quien tanto había jugado en su infancia y que ahora no es más que una víctima más de su grupito.
Boys in the trees se cocina a fuego lento, y sin duda no será del gusto de la mayoría de los espectadores, más si tenemos en cuenta la orgía de sangre y sustos que cabe esperar de un festival como el de Sitges, pero si se tiene paciencia y se deja uno arrastrar por la sensibilidad (aparentemente) irrelevante de sus diálogos y por los infinitos paseos nocturnos de Corey y Jonah resulta imposible no dejarse atrapar por sus redes y caer rendido ante una fábula hermosa, reflexiva y muy amarga, un cuento de terror que emociona y se convirtió, al menos para mí, en una de las sorpresas del festival.

Valoración: Siete sobre diez.

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