martes, 11 de julio de 2017

ESTIU. 1993. Retrato de una pérdida.

En el verano del 93 la cortometrajista Carla Simón perdió a su madre. Ahora, casi veinticinco años después, la directora debuta en el terreno del largometraje con una película con tintes autobiográficos que explora esa sensación de pérdida y ese dolor que sufrió siendo niña.
Estiu. 1993 está siendo toda una sensación, cosechando grandes críticas y deslumbrando allá por donde va, siendo uno de los debuts más poderosos que se recuerdan (aunque lo cierto es que llevamos una temporada de debuts prometedores en España, baste recordar los casos de Tarde para la ira o Pieles).
No voy a negar el poderío visual de la película de Simón, como sabe jugar con los silencios y los paisajes para transmitir la tristeza y el aislamiento de la niña protagonista, condenada a vivir en una casa en plena montaña con sus tíos y su prima pequeña tras su dura pérdida. Frida debe conseguir aceptar una situación que la supera en un mundo al que no pertenece, y esa es la gran baza de la historia que pretende transmitir Simón.
Sin embargo, no ha conseguido Simón seducirme como a la mayoría del público. Habiéndola visto en su formato original (en catalán), era un verdadero esfuerzo entender a veces la voz de la protagonista (una Laia Artigas que basa todo su valor interpretativo en la fuerza de su melancólica mirada), y aun reconociendo como propias muchas de las situaciones vividas por los personajes (por aquella época yo también vagaba por el bosque, me bañaba en ríos y disfrutaba -es un decir- de las fiestas mayores de pueblo) no he conseguido sumergirme lo suficiente en la historia como para sentirme maravillado.
Sí, Simón refleja muy bien la soledad de Frida. ¿Y qué? Películas sobre la pérdida y la soledad hay muchas, y esta no me ha logrado transmitir nada que no haya sentido antes. Si acaso, aburrimiento. En su interés por condensar todo sobre el personaje de la pequeña huérfana, no hay una trama que envuelva con suficiente interés el resto de la película, y ni siquiera cuando hay algo que trata de sacudir al público (la desaparición de la prima) es suficiente como para recuperar el interés.
No cabe la menor duda de que Estiu. 1993 exige un punto de colaboración por parte del espectador. Es de esas películas en las que es necesario “entrar” en su historia, empatizando con los protagonistas. Y eso es algo que yo nunca conseguí, sin terminar de comprender siquiera las posiciones, algo irregulares, de los “nuevos padres”.
No es una mala película, no pretendo decir eso, pero no es, al menos, mi película. Y de verdad que lo siento. Esta es la historia (y los fantasmas) de Carla Simón. No la mía.

Valoración: Cuatro sobre diez.

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