miércoles, 31 de mayo de 2017

Reflexiones catódicas: NETFLIX, EN BOCA DE TODOS (OTRA VEZ)

Va a parecer que tengo algún tipo de comisión por hablar sobre Netflix, pero no, os juro que no es así. Si acaso, soy yo, como miles de abonados más, el que pago religiosamente cada mes. Pero no lo puedo evitar. Es pensar en televisión y aparece Netflix.
Y es que, de una manera u otra, el popular canal de streaming se las apaña siempre para estar en el ojo del huracán. La última: su polémica con el Festival de Cannes. Resulta que los señores del festival francés ese se han puesto muy gallitos y han decidido que el año que viene no van a aceptar am concurso a ninguna película que no se estrene en cines. Y claro, aunque no digan nombres, todas las miradas van para Netflix. Al fin y al cabo, ellos son los que van a producir, en exclusiva para su canal televisivo, los últimos títulos de Scorsese, Brad Pitt, Will Smith y así un largo etcétera. No es que me parezca mal la decisión tomada por el festival. Al fin y al cabo, el cine se debe ver en cine. Quizá el problema radica en que debamos inventar otra palabra para definir lo que está haciendo Netflix, porque es evidente que una película dirigida por Martin Scorsese con Robert de Niro, al Pacino, Joe Pesci, Bobby Cannavale y Harvey Keitel no puede llamarse telefilm, ¿verdad?
Como sea, ahí no radica el problema, sino en los que han aprovechado que el Pisuerga pasa por Valladolid se han apuntado al carro de criticar a Netflix, convirtiéndolo en una especie de Anticristo para las salas de cine. No son las palabras exactas de Almodóvar, pero por ahí iban. Menos mal que luego Jessica Chastain puso un poco de cordura recordando que, al final, muchas de esas supuestas películas de cines no llegan nunca a estrenarse en cines (o lo hacen de manera ridícula). ¿Qué queréis que os diga? Yo siempre he defendido que donde mejor se disfruta de una película es en la pantalla grande de una sala de cine, pero sin gente como Scorsese tarda una eternidad en conseguir que le financien una película y luego viene Netflix y pone la pasta dejándole además un amplio control creativo, ¿encima les vamos a decir qué tienen que hacer luego con sus películas?
Pero no acaba ahí la cosa. Cuando Netflix desembarcó en España, con su serie bandera (House of cars) cedida a otro canal, su buque insignia era Daredevil, serie con la que se metía de lleno en el Universo Televisivo Marvel. Y lo petó. Y continuó haciéndolo con Jessica Jones y la segunda temporada de Daredevil, aunque Luke Cage y, sobre todo, Iron Fish fueron bajando mucho el nivel. Ese mismo año, además, consiguieron que todo el mundo hablara de Narcos, otro éxito sin parangón. Y al año siguiente, cuando Westworld (de la rival HBO) se suponía que iba a ser la gran serie del momento (y en cierto modo lo fue, que tampoco es plan de quitar méritos a nadie), resulta que las redes sociales se volvieron locas con Strangers Things.
Este año, Netflix ha empezado fuerte y dos series suyas están en boca de todos. 
La primera, Las chicas del cable, por ser su primera producción española y por su impresionante campaña publicitaria que parece no tener fin. Ha sido la ficción patria más comentada, y aunque luego la cosa no da para mucho, los resultados no están siendo nada malos. La verdad, se podía sacar mucho más de una serie que termina resultando simplona y de guion facilón y hasta algo caduco (al final todo deriva en un folletín del montón), pero que tiene un elenco (permitidme destacas sobre todo el apartado femenino) que se basta por si solo para justificar su visionado y una ambientación (se nota donde hay dinero) que resulta maravillosa. Los escenarios, el vestuario, la música… Todo un lujo para los sentidos que consiguen que una serie del montón tenga un yo que sé que qué se yo que a mí me ha terminado por enganchar. Y si encima sirve como toque reivindicativo femenino, pues mejor que mejor.
Como reivindicación femenina (en ambos casos hay abusos sexuales) hay también en la otra serie que ha puesto a Netflix en el centro del Universo: Por trece razones. Ya la novela en que se basa fue muy controvertida, ya que decían que invitaba al suicidio juvenil. Y en la versión televisiva no se han cortado un pelo. Pese a ese aroma de adolescencia ñoña y cansina, la serie logra (con una estética que aúna sorprendentemente el ambiente ochentero de Amblin con los chavales millennials) ser amena y por momentos divertida pese al tema que trata, la historia de una chica que antes de suicidarse deja una serie de cassettes en los que describe los trece motivos (los trece responsables) que la llevaron a semejante acto, llegando a un final que emociona y deja con ganas de más. De momento, la segunda temporada está asegurada. Y yo no me la perderé.
Dos series, mejores o peores, que mantienen a Netflix en el candelero. Y que junto a la polémica de Cannes la han convertido en el canal más relevante del momento. Yo, particularmente, no concibo ya la televisión sin Netflix, y me pregunto: ¿de verdad hay gente que siga viendo canales generalistas? De hecho, este mismo jueves regresa a TVE una de mis series preferidas: El ministerio del Tiempo, pero sabiendo que está Netflix tras la producción de esta tercera temporada y que la ofrecerán tan pronto finalice su emisión en TVE me pregunto si no preferiré esperarme y ser fiel a mi canal.
Siempre y cuando sea capaz de aguantar, claro…

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