sábado, 13 de mayo de 2017

LADY MACBETH, deliciosa rareza.

Basada en la obra de Nikolai Leskov, Lady Macbeth es una película especial, no apta para todos los públicos, no ya por su contenido sino por sus maneras. Con una puesta en escena pausada y un ritmo mínimo, sin que la música ni los diálogos cobren protagonismo en ningún momento y con escases de planos exteriores, William Oldroyd basa todo el poderío de la película en la interpretación de sus protagonistas (apostando ciegamente por su actriz principal, Florence Pugh) y en su uso de la cámara, donde los alardes quedan olvidados para abusar de planos fijos y primeros planos de la muchacha que contagien al espectador de sus sentimientos.
Katherine es una mujer obligada a casarse a la fuerza con un hombre que nunca la va a saber amar, quedando atrapada en una familia que la asfixia en silencio. La soledad, la apatía y la incomunicación hacen de Katherine una mujer desgraciada, necesitada de algo que quizá no pueda llegar a conocer nunca. Sin embargo, hay ocasiones en las que el paso de victima a verdugo no es demasiado complicado.
Con estos elementos, Oldroyd construye una película angustiante en su sencillez, que sin apenas contar nada contagia en el espectador la angustia y la claustrofobia interna de la protagonista y que consigue estremecer sin llegar a pretender nunca adoctrinar.
De hecho, una vez finalizado el visionado, cuesta decidir cuáles son los sentimientos que abordan a ese espectador que, convertido en cómplice, no es digno de juzgar los actos de la protagonista, incapaz quizás de decantarse entre odiarla, amarla o compadecerla.
Sin escenas especialmente truculentas o de violencia gratuita, la película logra incomodar y resulta por momentos salvaje y turbadora, aunque la parsimonia con la que se desarrolla la acción pueda llegar también a exacerbar.
Lady Macbeth es, pues, una historia que no deja a nadie indiferente, que remueve mente y alma, pero a la que le falta un punto para conseguir esa grandeza que su director sin duda está buscando, quedando a medio camino entre el desconcierto y el aplauso.

Valoración: Seis sobre diez.

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