miércoles, 31 de mayo de 2017

Reflexiones catódicas: NETFLIX, EN BOCA DE TODOS (OTRA VEZ)

Va a parecer que tengo algún tipo de comisión por hablar sobre Netflix, pero no, os juro que no es así. Si acaso, soy yo, como miles de abonados más, el que pago religiosamente cada mes. Pero no lo puedo evitar. Es pensar en televisión y aparece Netflix.
Y es que, de una manera u otra, el popular canal de streaming se las apaña siempre para estar en el ojo del huracán. La última: su polémica con el Festival de Cannes. Resulta que los señores del festival francés ese se han puesto muy gallitos y han decidido que el año que viene no van a aceptar am concurso a ninguna película que no se estrene en cines. Y claro, aunque no digan nombres, todas las miradas van para Netflix. Al fin y al cabo, ellos son los que van a producir, en exclusiva para su canal televisivo, los últimos títulos de Scorsese, Brad Pitt, Will Smith y así un largo etcétera. No es que me parezca mal la decisión tomada por el festival. Al fin y al cabo, el cine se debe ver en cine. Quizá el problema radica en que debamos inventar otra palabra para definir lo que está haciendo Netflix, porque es evidente que una película dirigida por Martin Scorsese con Robert de Niro, al Pacino, Joe Pesci, Bobby Cannavale y Harvey Keitel no puede llamarse telefilm, ¿verdad?
Como sea, ahí no radica el problema, sino en los que han aprovechado que el Pisuerga pasa por Valladolid se han apuntado al carro de criticar a Netflix, convirtiéndolo en una especie de Anticristo para las salas de cine. No son las palabras exactas de Almodóvar, pero por ahí iban. Menos mal que luego Jessica Chastain puso un poco de cordura recordando que, al final, muchas de esas supuestas películas de cines no llegan nunca a estrenarse en cines (o lo hacen de manera ridícula). ¿Qué queréis que os diga? Yo siempre he defendido que donde mejor se disfruta de una película es en la pantalla grande de una sala de cine, pero sin gente como Scorsese tarda una eternidad en conseguir que le financien una película y luego viene Netflix y pone la pasta dejándole además un amplio control creativo, ¿encima les vamos a decir qué tienen que hacer luego con sus películas?
Pero no acaba ahí la cosa. Cuando Netflix desembarcó en España, con su serie bandera (House of cars) cedida a otro canal, su buque insignia era Daredevil, serie con la que se metía de lleno en el Universo Televisivo Marvel. Y lo petó. Y continuó haciéndolo con Jessica Jones y la segunda temporada de Daredevil, aunque Luke Cage y, sobre todo, Iron Fish fueron bajando mucho el nivel. Ese mismo año, además, consiguieron que todo el mundo hablara de Narcos, otro éxito sin parangón. Y al año siguiente, cuando Westworld (de la rival HBO) se suponía que iba a ser la gran serie del momento (y en cierto modo lo fue, que tampoco es plan de quitar méritos a nadie), resulta que las redes sociales se volvieron locas con Strangers Things.
Este año, Netflix ha empezado fuerte y dos series suyas están en boca de todos. 
La primera, Las chicas del cable, por ser su primera producción española y por su impresionante campaña publicitaria que parece no tener fin. Ha sido la ficción patria más comentada, y aunque luego la cosa no da para mucho, los resultados no están siendo nada malos. La verdad, se podía sacar mucho más de una serie que termina resultando simplona y de guion facilón y hasta algo caduco (al final todo deriva en un folletín del montón), pero que tiene un elenco (permitidme destacas sobre todo el apartado femenino) que se basta por si solo para justificar su visionado y una ambientación (se nota donde hay dinero) que resulta maravillosa. Los escenarios, el vestuario, la música… Todo un lujo para los sentidos que consiguen que una serie del montón tenga un yo que sé que qué se yo que a mí me ha terminado por enganchar. Y si encima sirve como toque reivindicativo femenino, pues mejor que mejor.
Como reivindicación femenina (en ambos casos hay abusos sexuales) hay también en la otra serie que ha puesto a Netflix en el centro del Universo: Por trece razones. Ya la novela en que se basa fue muy controvertida, ya que decían que invitaba al suicidio juvenil. Y en la versión televisiva no se han cortado un pelo. Pese a ese aroma de adolescencia ñoña y cansina, la serie logra (con una estética que aúna sorprendentemente el ambiente ochentero de Amblin con los chavales millennials) ser amena y por momentos divertida pese al tema que trata, la historia de una chica que antes de suicidarse deja una serie de cassettes en los que describe los trece motivos (los trece responsables) que la llevaron a semejante acto, llegando a un final que emociona y deja con ganas de más. De momento, la segunda temporada está asegurada. Y yo no me la perderé.
Dos series, mejores o peores, que mantienen a Netflix en el candelero. Y que junto a la polémica de Cannes la han convertido en el canal más relevante del momento. Yo, particularmente, no concibo ya la televisión sin Netflix, y me pregunto: ¿de verdad hay gente que siga viendo canales generalistas? De hecho, este mismo jueves regresa a TVE una de mis series preferidas: El ministerio del Tiempo, pero sabiendo que está Netflix tras la producción de esta tercera temporada y que la ofrecerán tan pronto finalice su emisión en TVE me pregunto si no preferiré esperarme y ser fiel a mi canal.
Siempre y cuando sea capaz de aguantar, claro…

lunes, 29 de mayo de 2017

PIRATAS DEL CARIBE: LA VENGANZA DE SALAZAR, repitiendo fórmulas.

Llevamos ya tiempo sufriendo la falta de originalidad de Hollywood, que últimamente abusa más que nunca de los remakes, secuelas y adaptaciones, pero desde que J.J.Abrams se inventara eso de la secuela/reboot en la magnífica Star Trek (y que Singer intentó repetir con algo menos de gracia en X-men: Días del futuro pasado) las grandes sagas parecen empeñadas en fotocopiar sus días de mayor gloria. Ahora es el turno de Piratas del Caribe: la venganza de Salazar
Ya acusaron al propio Abrams de hacer un remake encubierto de La última esperanza en su reactivación de la saga Star Wars en El despertar de la Fuerza. Alan Taylor lo intentó sin demasiado acierto en Terminator: Génesis y el propio Ridley Scott, que reinventó la saga Alien con Prometheus, tuvo que recular y volver a sus orígenes en Alien: Covenant.
Los últimos en pasar por el aro han sido Joachim Rønning y Espen Sandberg (pareja de directores cuyo trabajo más destacado hasta la fecha es Bandidas, aquella cosa con Penélope Cruz y Salma Hayek), que tras el desastre (de crítica, que no de taquilla) de la cuarta entrega de Piratas del Caribe: En mareas misteriosas, han tenido que repetir jugada y tratar de reiniciar la saga fingiendo que estamos ante un capítulo más de la misma. Esto es: avanzamos en la historia, pero presentando nuevos y jóvenes protagonistas que den el relevo definitivo a los antiguos (y me refiero a Will Turner y Elizabeth Swann, de Jack Sparrow no será fácil librarse) pero con una trama y una estructura que prácticamente repite los esquemas de La maldición de la Perla Negra.
Estamos, en efecto, ante otra película de maldiciones, de piratas fantasmas y de ingleses tan malos como tontainas. Los nuevos héroes (Henry Turner y Carina Smyth) son un calco de los antiguos y por ahí sigue Barbossa en el rol de ahora soy malo, ahora soy bueno. Al menos, hay que reconocer que, puestos a copiar, han copiado a la que hasta ahora sigue siendo la mejor película de la saga, la primera, y aunque se echa en falta la buena mano de Gore Verbinski, no es que el nuevo dúo de directores lo hagan del todo mal (me sobra alguna cámara lenta, pero eso ya es una cuestión personal mía). Cierto es que han prescindido de la complejidad que el realizador de Tennessee dio a su trilogía, haciendo que todo aquí esté bien mascadito no sea que alguien se pierda en la complejidad (guiño, guiño) de la trama, aunque hay que valorar que se apueste de nuevo por la frescura y la diversión, reduciendo un poco los excesos gesticulares de Johnny Deep y recurriendo a la aventura pura y dura.
Como en toda saga que se precie, Piratas del Caribe también ha apostado por el truco de las relaciones paterno filiares para poner el puntito sensible de la trama. Así, los nuevos héroes son el hijo de Will Turner (interpretado por un Brenton Thwaites que no solo se parece físicamente a Orlando Bloom, sino que es igual de soso que él) y una huérfana que nunca ha conocido a sus padres (Kaya Scodelario es probablemente lo mejor de la película, siendo ya experta en esto de los blockbusters por su protagonismo en El corredor del laberinto), con lo que se entra en el mismo juego de Star Wars, Los Guardianes de la Galaxia y tantas otras. Esto sirve tanto para abrir el nuevo camino a seguir como para cerrar tramas abiertas en capítulos anteriores y despedir como se merece a algunos personajes que no daban ya mucho más de sí.
Con estos elementos, Rønning y Sandberg hacen una película entretenida, algo alargada (pese a ser la más corta de la saga le sigue sobrando metraje) y que recupera el espíritu heredado de aquellos films tan entrañables de Errol Flynn o Burt Lancaster, aunque pasado por el visor de lo fantasmagórico. Con sus defectos, que los tiene y muchos, la película funciona bastante bien y da esperanzas de cara al futuro, con el retorno de Davy Jones a la vuelta de la esquina. Tenemos a un Sparrow algo más comedido y digerible, aunque, por el contrario (y quizá esto sea lo peor de la película) el villano inventado para la ocasión, ese fantasmagórico Salazar, flirtea demasiado con el ridículo, demostrando que Javier Bardem se está encasillado en eso de los malos esperpénticos como el Anton Chigurh de No es país para viejos (ese al menos metía miedo) o el Silva de Skyfall.
Es esta una película que dará dinero y que, casi con toda seguridad, tendrá una continuación que se esperará con más ganas tras el cambio de rumbo ofrecido. En breve tendremos la sexta entrega, lo cual parece una locura si recordamos que todo empezó con la absurda idea de adaptar a la pantalla grande una atracción del parque de Disneyland.
Muerta la originalidad, quedémonos al menos con la división.

Valoración: Seis sobre diez.

domingo, 28 de mayo de 2017

EL CASO SLOANE, ganar a cualquier precio

El caso Sloane es una interesantísima historia dirigida por John Madden y cuyo guion es de Jonathan Parera, un chaval que entró a trabajar en un lobby tras terminar su carrera de derecho y que quedó tan asqueado con lo que allí se encontró que decidió dejarlo todo, trasladarse a China enseñar inglés y dedicó su tiempo libre a escribir esta película cuyo libreto enamoró al instante en Hollywood.
Elizabeth Sloane es una brillante abogada entregada por completo a su trabajo hasta el punto que el tener una vida privada, con novios o momentos de desconexión es un lujo que no se puede permitir. Trabaja para un lobby donde le encargan potenciar el uso de armas en mujeres para así aumentar las ventas, pero sorprendentemente recibe una oferta para pasarse al bando contrario y usar todas sus habilidades para tratar de derrocar una futura ley que amplíe el derecho a llevar armas, granjeándose por su carácter y su forma de actuar enemigos en uno y otro bando.
El caso Sloane parece una película confeccionada a medida de su protagonista, una excelente Jessica Chastain que prácticamente copa todas las escenas, pero ello no significa que no haya buenos momentos de lucimiento para su interesante reparto, entre quienes destacan Mark Strong, Gugu Mbatha- Raw, John Lihgow o Jack Lacy entre otros.
La película tiene muy presente el debate sobre la posesión de armas y me mueve en torno a ello constantemente, pero no pretende ser una película aleccionadora ni polemizar al respecto. En el fondo, no se trata más que de un thriller judicial (en una escena se ve a Sloane leyendo una novela de John Grisham, notable declaración de intenciones) y que sus autores sean plenamente conscientes de ello es una gran ventaja.
Sin tintes de moralina barata, la película sí reflexiona sobre la soledad y la total falta de empatía de la protagonista, reflejando en ella un síntoma de nuestra sociedad donde el fin justifica los medios. 
Es este el único apunte sobre el que realmente invita a meditar El caso Sloane: ¿cuales son los límites que se pueden/deben cruzar para conseguir los resultados requeridos?
Con giros inesperados, traiciones y sorpresas varias, El caso Sloane consigue mantener en todo momento el interés del espectador, logrando atraparlo desde el inicio y consiguiendo que, si bien no es posible llegar a empatizar con esa abogada de gélido corazón, sí al menos apreciar (y admirar) su trabajo gracias, sobre todo, a una sobresaliente Chastain.
El caso Sloane es una película emocionante, intensa e inteligente que la convierten en una de las mejores opciones de la cartelera actual.
Todo un descubrimiento.

Valoración: Ocho sobre diez.

DÉJAME SALIR, un Shyamalan racial de segunda

Jordan Peele es un actor de comedia que debuta como director y guionista en Déjame salir (traducción muy simplona de Get out, que evoca inevitablemente a aquella brillante película –remake incluido- de vampiros llamada Déjame entrar), un film a medio camino entre el clásico Adivina quién viene esta noche con las comedias sobre las relaciones yerno-suegro al estilo Los padres de ella, pero con una vuelta de tuerca oscura. No es exactamente una película de terror, aunque se burle del género en un arranque inquietante y manipulador, sino más bien una propuesta de misterio con giros desconcertantes muy al estilo Shyamalan, así que quien busque aquí sustos aterradores y sangre saldrá tan decepcionado como aquellos que no supieron entender la sugerente y genial La bruja.
Es Déjame salir, en el fondo, una película muy pequeña, de esas que si no tuviese el nombre de James Blum detrás difícilmente habría tenido la distribución con la que se ha encontrado, estando más relegada a festivales (su arranque es muy Sitges) y plataformas digitales. Pero ya se sabe que el amigo Blum convierte en oro todo lo que toca y esta no es una excepción.
Posiblemente sea esa un arma que juega en contra de la película, pues llega precedida de tales alabanzas que puede llegar a provocar un hype desproporcionado y que, definitivamente, no es para tanto.
Y es que tras un arranque prometedor, la cosa se va desinflando peligrosamente.
Déjame salir cuenta la historia de Chris y Rose, una pareja interracial de enamorados que deciden ir de visita a casa de los padres de ella. Y un chico negro en una comunidad tan blanca no promete nada bueno.
Con toques que recuerdan también al desconcierto de títulos como El pueblo de los malditos o Las mujeres perfectas, Chris se va a encontrar rodeado por un ambiente social que, bajo su capa de educada amabilidad, revelan un innegable juicio hacia su color de piel.
Déjame salir presenta, pues, a un chico negro atrapado en una sociedad amenazante de la que no va a poder escapar, pese a no tener tampoco muy clara cuál es la amenaza. Una metáfora sobre el racismo que sigue existiendo en los Estados Unidos (y en el resto del mundo) y que dan a la película un toque de terror más realista y reflexivo de lo que cabe esperar de este tipo de films.
El problema radica en que una vez se revela el primer gran giro de la trama (demasiado pronto, por cierto), la película pierde fuerza, volviéndose algo aburrida en su tramo central (toda la secuencia que se evoca en el poster me parece demasiado alargada) y muy previsible en su resolución. Déjame salir es, en sus últimas consecuencias, una película tramposa, que en su intento por engañar al espectador termina traicionándose a sí misma, dejando el tema del racismo de lado y renegando de todo aquello que la había brillante en su arranque, sin que el excelente trabajo de Bradley Whitford y Catherine Keener sirvan para creernos lo que nos quieren colar.
Al final, Peele compone un buen film de suspense con algún susto efectivo y personajes inquietantes pero que no termina de ir hacía ningún lado y que solo funciona cuando las expectativas son bajas, resultando algo mediocre en perspectiva a todo lo que se está diciendo de ella y con unos toques de humor (al final la cabra tira al monte) que no funcionan nada bien.
Aceptable a la par que decepcionante.

Valoración: Seis sobre diez.

sábado, 13 de mayo de 2017

ALIEN COVENANT, vuelve el mito

Cuando en 2012 Ridley Scott regresó a la saga que él mismo inició con una de sus películas más aplaudidas, ese aterrador Alien, el octavo pasajero, muchos se llevaron las manos a la cabeza. Con el guionista Damon Lindelof como principal cabeza de turco, no gusto demasiado esa revisión del mito donde el bueno de Scott parecía más interesado en los tintes filosóficos e incluso religiosos de la historia que en el terror puro y duro que contenía la mítica obra de 1979. Yo, sin embargo, sí aplaudí ese cambio de rumbo de esa precuela/reboot de una saga que tras una tercera y cuarta parte algo irregular y ese desastroso derivado llamado Alien versus Predator, parecía condenada al olvido.
A los más críticos de Prometheus les aviso desde ya que este Alien Covenant es, como no podría ser de otra manera, una secuela directa de aquella, y que una no tiene sentido sin la otra.
Sin embargo Scott, perro viejo ya, ha aprendido la lección y se ha acercado más a sus propios orígenes, a ese ser primigenio que es maldad pura sin más instinto que el de atacar salvajemente. Pero lo ha hecho sin renunciar al camino iniciado en Prometheus. Eso sí, si aquella pretendía ser un estudio sobre el origen del Universo y la vida, ésta más bien va sobre extinción y muerte, dejando de lado las preguntas sin responder sobre los Ingenieros (que posiblemente nunca lleguen a ser desveladas) y dando paso a un nuevo concepto de creador de vida tan aterrador, si no más, que esos propios seres. Es por ello que el (doble) personaje de Michael Fassbender tiene aquí una importancia mucho más crucial aún que en Prometheus.
La historia arranca de manera muy similar a aquel lejano Alien, con una nave que a mitad de camino hacia un lejano destino (en esta ocasión son colonos en busca de un nuevo hogar, algo muy parecido a la idea base de Passengers), reciben una transmisión de un planeta desconocido muy cercano y deciden ir a investigar, con la esperanza de que ese lugar, de condiciones tan similares a la propia Tierra, pudiera ser también una buena opción donde establecerse. Ese planeta, obviamente, es el mismo al que se dirigían los supervivientes de la Prometheus al final de aquella película, y de nuevo el juego de la caza y el ratón con xenomorfos va a dar comienzo.
Alien Covenant es, posiblemente, la película más oscura y sangrienta de la saga, sin concesiones al humor y donde de nuevo las persecuciones por pasillos metálicos y claustrofóbicos son signo de identidad. Estamos en territorio conocido, pero a la vez Scott logra distanciarse lo suficiente, gracias a los espacios abiertos del nuevo planeta y a la imaginería relacionada con los Ingenieros, como para sentir que estamos ante algo nuevo. En 1986, James Cameron reconvirtió la película de terror original en un ejemplo perfecto de acción adrenalítica, pero ni David Fincher ni Jean-Pierre Jeunet lograron que sus aportaciones pasaran de ser simples variaciones de la misma historia. En Alien Covenant, Scott consigue ampliar las fronteras y propone una película aterradora que no suena a fotocopia por más que se retroalimente de todo lo visto anteriormente (posteriormente según la cronología de la saga) y da, ahora sí, muchas respuestas sobre la propia concepción de los aliens.
Michael Fassbender es el amo del cotarro, por lo que no ha querido buscar Scott un reparto repleto de estrellas, como eran las Charlize Theron y Noomi Rapace, a no ser que contemos a unos prácticamente anecdóticos James Franco y Guy Pearce. Katherine Waterson, Billy Crudup, Danny McBride, Demián Bichir, Carmen Ejogo, Jussie Smollett o Callie Hernandez son algunas de las caras nuevas (muchos simple carnaza) para esta nueva epopeya en la que la Waterson logra componer a una protagonista femenina (rasgo de identidad de la saga) capaz de distanciarse de Sigmouney Weaver.
Alien covenant no hereda algunos de los defectos de Prometheus (sobre todo en lo relacionado con el poco desarrollado personaje de la Theron y su ridículo final) quizá por no pretender ser tan analítica y profunda, y es un divertimento (en el sentido más oscuro y cruel de la palabra) en toda regla. De tener que ponerle algún pero, este se encontraría en su propio tráiler, el cual fastidia algunas de las muchas sorpresas que el guion de John Logan y Dante Harper tiene reservadas, mientras que el (supuestamente sorprendente) giro final me lo vi venir a las primeras de cambio, con lo que el impacto emocional pretendido tras el final de la película no ha causado en mi la repercusión que si lo hizo (ahí me la colaron) Life, ese hijo bastardo de Alien de hace unos meses.
En conclusión, que Alien Covenant está a la altura de las mejores obras de la saga, cumple con todo lo que promete y augura un futuro interesante. Scott ya ha dicho que hay ideas para varias películas que irían situadas entre este Alien Covenant y Alien, el octavo pasajero. Si este va a ser el nivel reflejado, yo firmo ya.

Valoración: Ocho sobre diez.

LA EXCEPCIÓN A LA REGLA, bailando alrededor de Howard Hughes

Resulta extremadamente fácil para mí valorar positivamente una película como La excepción a la regla, ya que me confieso un enamorado del Hollywood dorado y de las películas que lo representan, incluyendo a la apaleada ¡Ave,Cesar! de los hermanos Coen. No obstante, siendo objetivos, hay que reconocerle a Warren Beatty su buen trabajo en su retorno tras las cámaras, una labor en la que si bien no ha sido tan glorioso como en su faceta de actor (pese a tener un Oscar) nunca ha llegado a decepcionar.
La excepción a la regla no es un biopic al uso, ni pretende hacer un análisis profundo ni exhaustivo de la figura de Howard Hughes como sí pretendiese Martin Scorsese en la fallida El Aviador (una vez más me decanto por alabarla en contra de la opinión general, aunque sí reconozco que se trata de una de las películas más flojas de su director). La excepción a la regla no va, en el fondo, sobre el excéntrico multimillonario, aunque su personalidad era tan arrolladora que su mera presencia debe inevitablemente hacerse con el timón de la historia, hasta el punto de que podría servir esta película como complemento de la de Scorsese para llegar a conocer más en profundidad al afamado productor e ingeniero.
En realidad, ni siquiera estamos ante una historia real, aunque bien podría serlo, ya que todo lo que se cuenta alrededor de ella sí lo es. Hughes tenía en nómina a una serie de actrices con la intención de tenerlas siempre “a mano” aunque pudiera ser que nunca las llegase a necesitar para un papel de cine. Las alojaba en una lujosa mansión de Hollywood y tenía a un equipo de chóferes a su completa disposición, con la consigna específica de que estaba completamente prohibido tratar de intimar con cualquiera de ellas. Así que es posible que los Frank y Marla de los que habla la película no existiesen realmente, pero también es más que probable que hubiese alguien muy parecido a Frank y Marla a las órdenes de Howard Hughes.
Beatty se basa pues en una ficticia historia de amistad y tensión sexual no resuelta para elaborar un retrato de una época y un personaje que, pese a permanecer mayoritariamente entre sombras, es la poderosa presencia que incide en todo lo que lo rodea.
La excepción a la regla es casi como un cuento, y como todo buen cuento presenta una cara quizá más amable y menos enfermiza de la figura de Hughes, siendo el clímax de la película (y también la escena con la que arranca) un momento crucial para determinar su cordura. En este sentido quizá Scorsese fuese menos indulgente con el magnate, y es por ello que Beatty se ha servido de la historia entre la aspirante a actriz y el chófer para mantener a Hughes como el titiritero que actúa desde la distancia y que sin ser protagonista directo de la trama es quien más incide en ella.
Para ello la película cuenta con un reparto muy bien seleccionado, donde destacan Alden Ehrenreich (que curiosamente ya protagonizó la mencionada ¡Ave, César! y Lili Collins, es decir, el nuevo Han Solo y una de las últimas Blancanieves. Cuenta además la película con un gran trabajo de un recuperado Matthew Broderick (después de un tiempo alejado de los grandes títulos lo hemos visto recientemente en un breve papel en Manchester frente al mar) y con participaciones en roles algo más secundarios de Martin Sheen, Annette Bening y Haley Bennett, aunque si nos ponemos a mirar con lupa podemos identificar (en algunos casos en apariciones increíblemente breves) a Ed Harris, Alec Baldwin, Paul Sorvino, Candice Bergen, Taissa Farmiga, Oliver Platt o Steve Coogan, entre otros. Además de al propio Warren Beatty, por supuesto, que sin importarle la diferencia de edad que tiene con el personaje real, encarna con eficacia al arrebatador pero maltrecho Hughes.
Filmada con elegancia y sencillez, La excepción a la regla es una bonita historia de amor, un retrato social y un canto a ese Hollywood al que nunca nos cansaremos de ver representado en las pantallas, No es, posiblemente, una película perfecta ni de grandes pretensiones, pero sí un producto sumamente agradable que se disfruta de principio a fin y, pese a superar las dos horas de metraje, deja incluso con ganas de más.

Valoración: Siete sobre diez.

LADY MACBETH, deliciosa rareza.

Basada en la obra de Nikolai Leskov, Lady Macbeth es una película especial, no apta para todos los públicos, no ya por su contenido sino por sus maneras. Con una puesta en escena pausada y un ritmo mínimo, sin que la música ni los diálogos cobren protagonismo en ningún momento y con escases de planos exteriores, William Oldroyd basa todo el poderío de la película en la interpretación de sus protagonistas (apostando ciegamente por su actriz principal, Florence Pugh) y en su uso de la cámara, donde los alardes quedan olvidados para abusar de planos fijos y primeros planos de la muchacha que contagien al espectador de sus sentimientos.
Katherine es una mujer obligada a casarse a la fuerza con un hombre que nunca la va a saber amar, quedando atrapada en una familia que la asfixia en silencio. La soledad, la apatía y la incomunicación hacen de Katherine una mujer desgraciada, necesitada de algo que quizá no pueda llegar a conocer nunca. Sin embargo, hay ocasiones en las que el paso de victima a verdugo no es demasiado complicado.
Con estos elementos, Oldroyd construye una película angustiante en su sencillez, que sin apenas contar nada contagia en el espectador la angustia y la claustrofobia interna de la protagonista y que consigue estremecer sin llegar a pretender nunca adoctrinar.
De hecho, una vez finalizado el visionado, cuesta decidir cuáles son los sentimientos que abordan a ese espectador que, convertido en cómplice, no es digno de juzgar los actos de la protagonista, incapaz quizás de decantarse entre odiarla, amarla o compadecerla.
Sin escenas especialmente truculentas o de violencia gratuita, la película logra incomodar y resulta por momentos salvaje y turbadora, aunque la parsimonia con la que se desarrolla la acción pueda llegar también a exacerbar.
Lady Macbeth es, pues, una historia que no deja a nadie indiferente, que remueve mente y alma, pero a la que le falta un punto para conseguir esa grandeza que su director sin duda está buscando, quedando a medio camino entre el desconcierto y el aplauso.

Valoración: Seis sobre diez.

PLAN DE FUGA, otra buena peli de atracos

Plan de fuga es otro thriller de atracos español, y ante su estreno uno no puede evitar preguntarse si no se está empezando a abusar ya un poquito del tema. Después de Al final del túnel, Cien años de perdón o incluso cosas más dispares como El mundo es nuestro, la nueva película de Iñaqui Dorronsolo invitaba a pensar que iba a ser otra más del montón, y si encima tenía entre sus protagonistas a Luis Tosar y Javier Gutiérrez, excelentes siempre pero quizá demasiado omnipresentes últimamente, pues peor todavía.
Sin embargo, una vez vista, se agradece el intento de apostar por algo diferente, en una historia de personajes donde el atraco termina siendo el mcguffin y lo importante es el mensaje de amistad y/o lealtad que deriva de la relación entre el protagonista y el personaje de Gutiérrez. Además, Tosar y Gutiérrez son meros comparsas (junto a la cada vez más destacable Alba Galocha) en una película que parece concebida para mayor lucimiento de Alain Hernández y que el actor catalán sabe recompensar con una magnífica interpretación.
Víctor es un delincuente especializado en atravesar tabiques de acero que es contactado por una banda organizada que pretenden dar un gran golpe sin saber que la policía los tiene vigilados. A partir de ahí, los giros son constantes, con algunas sorpresas más imprevisibles que otras, que funciona con bastante perfección pese a que la subtrama romántica no llegue a fluir con suficiente naturalidad.
Plan de fuga huye del prototipo de peli de atracos convencional, y de su mayor virtud se puede encontrar también su principal defecto. Tan preparados nos tienen con el atraco que se supone mueve la trama que este tarda demasiado en llegar, haciendo que por momentos la película parezca naufragar. Así, cuando al final llega, es demasiado tarde para reconducir la acción, precipitando el film hacia terrenos más tópicos y menos sorprendentes, por más que el desenlace final logre desconcertar y funcione bastante bien.
Aun con sus defectos, Plan de fuga aspira a cambiar un poco las convicciones del género y solo por ello y por el trabajo de Hernández la película, que en ningún momento llega a aburrir, ya merece la pena.
Plan de fuga no es, ni de lejos, la mejor película de atracos de la historia, pero quizá su problema es que, después de tantos años (décadas, más bien) pegando palos al cine español, ahora nos hemos vuelto muy exigentes. Y es que tampoco podemos pedir que todo sean Islas Mínimas, ¿no?

Valoración: Seis sobre diez.

lunes, 8 de mayo de 2017

Z, LA CIUDAD PERDIDA. Historia de una obsesión.

James Gray es un director muy personal que, tras destacar en títulos como La noche es nuestra, Two Lovers o El sueño de Ellis se embarca ahora en su proyecto más ambicioso, un retrato de casi dos horas y media de Percy Fawcett, un militar reconvertido en explorador que, tras embarcarse en una misión para cartografiar la frontera entre Brasil y Bolivia en 1906, epopeya que recogió en un libro David Grann y a partir del cual el propio Gray ha hecho la adaptación.
Z, la ciudad perdida, es una historia épica y de superación, pero, por encima de todo, es la historia de la obsesión de un hombre. Obsesión, primero, por lograr un ascenso en su carrera militar que le proporcione un status capaz de borrar la vergüenza generada por un padre alcohólico, siendo esta sustituida más adelante por el empeño de encontrar una civilización perdida en lo más profundo del Amazonas que él imaginaba como una especie de El Dorado y que termino por contagiar a su propio hijo.
Charlie Hunnam recrea con solvencia a este personaje, consiguiendo posiblemente su mejor interpretación hasta la fecha, y Tom Holland (al que su popularidad como nuevo Spiderman le permite destacar en el poster pese a que su personaje tarda casi una hora y media en aparecer) no le va a la zaga. Sin embargo, quienes merecen ser destacados en el rango interpretativo son un sorprendente Robert Pattinson, que ayudado por un aspecto barbudo y enfermizo logra definitivamente dejar atrás el estigma de Crepúsculo, y una eficiente Sienna Miller, capaz de alternar su doble papel de mujer sufridora y resignada con el de feminista independiente y casi adelantada a su época.
Z, la ciudad perdida, no es, en realidad, la historia de una expedición, sino que su argumento se alarga desde que Fawcett tomara ese primer contacto con la selva amazónica hasta su regreso en 1925, teniendo que luchar entremedias en la Gran Guerra europea. Esto permite conocer mejor la historia de Fawcett y empatizar con su obsesión y con el vínculo de amistad que hace con sus compañeros de aventuras, Henry Costin y Arthur Manley, así como sus conflictos con el también explorador James Murray. Sin embargo, impide que el ritmo narrativo avance con fluidez, dificultando la división entre los tres actos y haciendo que esta se convierta en una película río que puede llegar a agotar (que no aburrir) en algún momento.
Con todo, Gray cuanta con un as en la manga en forma del director de fotografía Darius Khondji, que consigue que visualmente la película sea perfecta, logrando incluso diferentes matices dependiendo de si la acción transcurre en la selva, en el frente o en Londres. Así, donde pueda flaquear la historia se impone la técnica y la suma de ambos conjuntos hacen de Z, la ciudad perdida, una película interesante y muy entretenida, tanto desde el punto de vista aventurero como en el apartado familiar, haciendo que incluso se le perdonen los recursos narrativos que maquillan, en algunos momentos, la historia real.

Valoración: siete sobre diez.

EL JUGADOR DE AJEDREZ, jugar en tiempos de guerra.

Viendo lo que me estaba encontrando en la cartelera de este fin de semana hasta ahora, ya me temía que la fiesta del cine de este año solo iba a servir para copar los cines con mediocridades que pueden ser más digeribles con la rebaja del precio a cambio de sacrificar otros títulos (mejores o peores, quizá eso nunca lo llegue a saber) que han desaparecido tras una única semana de exhibición sin haberlos podido ver (caso de Una historia de venganza o La excepción a la regla). Sin embargo, ha sido toda una sorpresa que un film español de una productora independiente (y ya sabéis que aquí todo lo que no lleve detrás el apoyo de Mediaset o Atresmedia debe ser considerado independiente) como es El jugador de ajedrez se haya convertido en un oasis en el desierto.
No es que la película de Luis Oliveros sea una maravilla, pero sí es una película muy agradable de ver que consigue con honestidad y elegancia reflejar una época como la postguerra española sin caer en los tópicos de siempre.
Inspirada levemente en la historia real de un ajedrecista soviético, Julio Castedo ha adaptado personalmente el guion de su novela homónima en la que cuenta la historia de Diego Padilla, campeón de ajedrez en 1934, apasionado por este deporte y entregado a su mujer, la francesa Marianne Latour, y su hija, y ajeno a polémicas políticas haciendo oídos sordos a los gritos revolucionarios de su mejor amigo, Javier Sánchez.
Tras la guerra, la situación en España es confusa y complicada y accede a las presiones de su mujer de irse a vivir a Francia, lejos del régimen franquista, sin sospechar que estaban escapando de la sartén para caer en las brasas. Tras la ocupación nazi Diego es detenido acusado de comunista y solo el ajedrez le ayuda a sobrevivir en su cautiverio en una prisión de las SS.
Sin arriesgar en exceso, ni en la puesta en escena ni en la ideología política, Olivares consigue componer una película muy correcta, con algún momento visual muy hermoso y donde los actores están inspirados y convincentes. Marc Clotet, pese a que su bagaje es principalmente televisivo, está convincente en su personaje, mientras que Melinda Matthews sale con buena nota de su primer trabajo protagonista. Es posible, además, que esa falta de crítica política ayude a digerir mejor esta historia que en el fondo de lo que va es de supervivencia y amor, más que de denuncia. Olivares no pierde mucho tiempo explicando una situación (la española y la francesa) que es de sobras conocida por todos y solo se permite dar alguna pincelada sutil pero efectiva con el uso del personaje de Alejo Saura o la discusión entre el matrimonio justo momentos antes de la detención. Para ello, el director se basa en algunos tópicos que se aceptan con buen grado, como ese coronel que tanto recuerda al Hans Landa de Malditos bastardos, pero no deja de resultar irónico que, si queremos buscar al verdadero villano del film, este no sea ni franquista ni nazi.
Completa la lista de aciertos una exquisita ambientación que con apenas cuatro detalles nos traslada con efectividad tanto al Madrid de los años treinta como al París de 1940. El vestuario, los peinados, los coches… todo está cuidado al mínimo detalle para componer una película que resulta apasionante y muy emotiva, aunque quizá algo demasiado complaciente.

Valoración. Siete sobre diez.

NUNCA DIGAS SU NOMBRE, típicos sustitos del montón

Nunca digas su nombre es el último intento del Hollywood más minimalista de conseguir una saga de terror a base de productos fotocopiados que cuesten cuatro duros o menos.
Dirigida por Stacy Title, directora que llevaba casi una década retirada del cine (y que así podría haber seguido), la película trata de crear un nuevo icono del terror, en este caso un ser llamado Bye bye man que regresa del más allá tras ser nombrado (que elocuente la traducción española de su título).
En realidad, la cosa arranca bien, con un prólogo ambientado en el pasado en el que mediante un plano secuencia vemos como un personaje tira desesperado del hilo de todos aquellos que conocen la existencia de Bye bye man y, como en una macabra versión del juego del teléfono, va matando a todos hasta llegar al último receptor. Por desgracia, a partir de ahí arranca la verdadera película y el resultado es tan previsible como decepcionante. La colección de sustos habitual, sin nada destacable que imprima un mínimo de carácter a la película, y con un reparto de chavales muy limitaditos. Ni siquiera la anecdótica presencia de Carrie-Anne Moss o Faye Dunavay sirve para animar el cotarro.
El bicho en cuestión, al que da vida Doug Jones (que parece rivalizar con Javier Bonet para ver quién es capaz de encarnar más representaciones diferentes del mal), no va a pasar a la historia del cine, como hicieran en los ochenta tipos como Freddy Kruger, Jason Voorhess, Michael Myers y compañía, pero tampoco va a conseguir ser un hito moderno como los terrores paranormales concebidos por la mente de James Wan. Se trata, más bien, de una peliculita del montón que se venderá engañosamente como un éxito (con lo poco que ha costado no es que sea algo muy difícil) pero que no difiere mucho a otras mediocridades como El otro lado de la puerta y está muy por debajo de cosillas como Nunca apagues la luz.
Puede valer para ir en esta fiesta del cine con la novia asustadiza y tener una excusa para achucharla, pero para poco más…

Valoración: cuatro sobre diez.

NOCHE DE VENGANZA, bochornosa y ridícula

Noche de Venganza, del director suizo Baran bo Odar, es un remake de la película francesa del mismo título escrita y dirigida por Frédéric Jardin en el 2011. No es nada novedoso que Hollywood se fije en éxitos de otras cinematografías para dar su propia versión, y también suele ser habitual que el producto resultante esté muy por debajo del original, pero en el caso que nos ocupa el resultado roza el ridículo.
Noche de venganza parece querer estar a medio camino entre las películas de justicieros al estilo Charles Bronson (con John Wick como mejor representante moderno) o las intrigas policíacas con corrupción de por medio que tan bien se le dan a Michael Mann. Sin embargo, lo finalmente conseguido por Baran do Odar roza más el vodevil más esperpéntico que podría haber sido una estupenda comedia de enredos pero que, por querer tomarse completamente en serio a sí misma, resulta insultantemente estúpida e irrisoria.
Vincent es un policía corrupto que, junto a su compañero Sean roban veinticinco kilos de droga al tipo equivocado. Cuando este se entera secuestra al hijo de Vincent, exigiendo que este le devuelva la mercancía robada en el hotel de Las Vegas que regenta, cosa que se complicará cuando Bryant, la agente de Asuntos Internos que le va tras la pista, se cruce por su camino. Un argumento muy manido pero que, con un buen trabajo, podría haber cosechado interesantes frutos. Pero por alguna razón que se escapa a mi comprensión el guionista se empeña en que toda la acción quede concentrada en el interior del susodicho hotel, teniendo así a un montón de actores que aparecen por escena sin ton ni son, deambulando por diversas estancias del local sin decidirse nunca a huir de él y actuando siempre de la manera más absurda y disparatada posible. La película pretende ir sobre policías corruptos y mafiosos muy malvados, pero a la hora de la verdad lo único que nos muestran es a policías a cuál más incompetente y a unos villanos torpes y patosos que invitan todo el rato a echarse unas buenas carcajadas en este thriller que termina derivando en una alocada comedia involuntaria.
Lo curioso del caso es que para ello se ha recurrido a un buen elenco de actores, la mayoría de los cuales debería tener una conversación muy seria con sus respectivos agentes. Jamie Foxx, Michelle Monaghan, Scoot McNairy, Dermot Mulroney, David Harbour o T.I. emborronan sus currículos con esta patochada que tiene un desarrollo tan plano como la anterior El Círculo pero que ofende todavía más al espectador por las decisiones que toma en cada momento director y guionista, a cuál peor, hasta llegar a un momento de no retorno donde ya nada tiene sentido y todo el sentimiento dramático que se quisiera transmitir es definitivamente aniquilado.
Noche de venganza es un subproducto de esos que si no llega a ser por la inminente Fiesta del Cine seguramente habría acabado yendo a parar directamente al DVD y que no tiene más sentido que por burlarse ante la constante suspensión de la credulidad a la que obligan en todo momento. Pasar por taquilla para verla es tirar el dinero.

Valoración: tres sobre diez.

domingo, 7 de mayo de 2017

EL CÍRCULO, un Black Mirrow alargado y descafeinado.

El Círculo, la nueva película de James Ponsoldt, contaba a priori con unos cuantos detalles interesantes. Para empezar, la adaptación de la novela de Dave Eggers que nos alerta sobre los peligros de la tecnología y la falta de privacidad. Por otro lado, Ponsoldt ha logrado reunir un interesante casting donde destaca de forma casi omnipresente Emma Watson pero que va bien arropada por Tom Hanks, Karen Gillian, John Boyega o Patton Oswalt. Y por último, por tener la oportunidad de despedirnos del actor Bill Paxton, que realiza aquí su último trabajo cinematográfico antes de su fallecimiento.
Sin embargo, ninguno de estos elementos es suficientes como para justificar la visualización de El Círculo. Quizá demasiado lastrada por la existencia de una serie tan interesante como Black Mirrow, nada de lo que nos explica Ponsoldt parece novedoso, siendo su puesta en escena, además, apática y previsible. Todo parece estar diseñado para molar mucho, con esas imágenes virtuales, esos planos circulares y la envolvente música de Danny Elfman, pero a la hora de la verdad todo resulta ser estéril e insulso.
Mae es una ambiciosa y capacitada chica que logra entrar a trabajar en una puntera compañía tecnológica que, siempre con la bandera del buen samaritano, aspira a convertirse en un Gran hermano mundial, el ojo que todo lo ve y todo lo controla. Información es poder, y en estos tiempos más que nunca.
Pese a una desconfianza inicial, Mae pronto se dejará seducir por los cantos de sirena de El Círculo, terminando por ser ella misma la más convencida, como si de una secta absorbe cerebros se tratase, por más que las pistas de que algo no es trigo limpio se nos muestren enseguida. Sin embargo, si se supone que esto debe funcionar como thriller de intriga, la cosa no va a buen puerto.
Al final, la película termina pecando de ingenua, sin saber arriesgar cuando más lo necesita y conformándose con ser un cuento muy simplista donde las cosas suceden porque sí y los personajes no tienen oportunidad de ser desarrollados, desaprovechando con ello a los actores que los interpretan. Así, Boyega se limita a dejarse ver en un par de ocasiones muy forzadas, Hanks solo aporta algo de carisma en su primera aparición, sumándose luego en la desidia general y Watson no posee aún las tablas suficientes como para levantar por sí misma un proyecto condenado al fracaso, aunque en Coloniaestaba más cerca de conseguirlo. Quizá el ejemplo más fragante sea que Karen Gilliam tiene oportunidad de demostrar su talento interpretativo mucho mejor en Los guardianes de la Galaxia, Vol. 2, pese a los kilos de maquillaje y las prótesis que lleva, que aquí.
El Círculo no es abominable. Simplemente es insustancial. Se puede ver y entretiene medianamente durante su visionado, pero ni consigue emocionar (aunque lo pretende) ni el (previsible) giro final logra convencer lo más mínimo.
Puede que las nuevas tecnologías y el poder que ejercen sobre nosotros sea algo aterrador, pero si la forma de denunciarlo es con películas como estas, vamos mal encaminados.
Sirve para pasar la tarde, pero poco más.

Valoración: Cinco sobre diez.