Hoy
se cumple una semana exacta de la ceremonia de los Oscars y la cosa aún colea.
Será, desde luego, una ceremonia inolvidable, con esa pifiada final que rozó el
ridículo y ha dejado en evidencia a varias personas. Al final, todo se debió a
una serie de catastróficas coincidencias que estuvo a punto de no poderse
solucionar ante la inminente conclusión de la gala. De hecho, yo mismo conozco
a muchos compañeros que aguantaron estoicamente despiertos hasta las seis de la
madrugada para apagar sus televisores apenas escuchar el nombre de la ganadora
(La la land!) y no enterarse del
cambio de tercio hasta muchas horas después.
¿Qué
pasó realmente?, me preguntáis muchos mientras Jack Palance y Marisa Tomei
deben estar descojonándose en sus respectivas casas ante la leyenda urbana que
asegura que ella nunca llegó a ganar el Oscar y que todo fue una broma de un
Palance quizá algo pasado de alcohol.
La
explicación, en realidad, es muy sencilla. Hay dos sobres cerrados por cada premio,
con el nombre de la candidatura impreso en el mismo pero con una letra quizá
demasiado pequeña y poco visible. Tras la entrega del Oscar a la mejor actriz
secundaria, que como todos sabéis fue a parar a Emma Stone, llegó el turno de
la estatuilla, la de Mejor Película. Resulta que la empresa PricewaterhouseCoopers
(PwC), la responsable de garantizar la fiabilidad de los premios, tenía a dos
empleados velando por ello. Uno de ellos, Brian Cullinan, era el encargado de
entregar el sobre al siguiente presentador
(la pareja formada por Warren Beatty y Faye Dunaway), pero estaba distraído
haciéndose un selffie con la Stone y les entregó el sobre equivocado,
concretamente el correspondiente al último premio entregado. Con él en la mano,
Beatty hizo la gracia ensayada y lo abrió para extraer La tarjeta y decir el
nombre del ganador. Pero cuando leyó en la cartulina roja: Emma Stone for La la land! se dio cuenta de que algo iba mal,
aunque no supo cómo reaccionar. Si se hubiese limitado a consultar a Cullinan
todo habría quedado en una anécdota sin importancia, pero se quedó en blanco,
dubitativo, y su compañera lo tomó como una gracieta más, como tratando de
prolongar su momento de gloria estirando el momento de tensión. Él le pasa la
tarjeta y ella, que sin gafas no tiene una vista demasiado buena, apenas leer La la land! lo suelta en voz alta, ante
el delirio de sus productores. En ese momento Martha Ruiz, la compañera de
Cullinan, debería haber actuado, pues se supone que ella debería tener
memorizados todos los ganadores, pero tampoco se atrevió a decir nada. Hubo
unos segundos de desconcierto y al final fueron los productores de la gala los
que tuvieron que actuar, interrumpiendo el discurso de los pobres no ganadores
y rectificando el premio. El propio Beatty trató de explicar el motivo del
error ante el micrófono, pero el daño ya estaba hecho. Ellos dos hicieron el
ridículo y los empleados de PwC no volverán a acercarse a una ceremonia como
esta.
Y
el prestigio de los premios, por los suelos…
Una
lástima, pues ello enturbió una gala que, por lo demás, estaba resultando de
las mejores de los últimos años. Con menos interrupciones musicales que en
otras ocasiones (aunque hay quien echó de menos algún juego audiovisual de esos
que le gustaban tanto a Billy Crystal), lo cierto es que Jimmy Kimmel estuvo
francamente bien y supo conducir las gala con ritmo y humor. Casi me atrevería
a decir que ha sido una de las mejores galas de los últimos años, que no
debería quedar empañada por ese despropósito final y que para nada fue culpa
suya (incluso logró salir airoso demostrando que se le da muy bien improvisar).
Sobre
los premios, pues Escuadrón Suicida
va a conseguir ser el rey de los memes en el mundillo friki gracias a su Oscar,
pero la gran pregunta que todos se hacen es si Moonlight de verdad merece el galardón a mejor película del año.
Yo,
por mi parte, lo tengo claro. No. No es una mala película, desde luego. Tiene
su interés y sus cualidades, pero no es ni por asomo la mejor de las nueve
nominadas. Si hablamos de su calidad desde un punto de vista objetivo, creo que
estaría por mitad de la lista. Hasta el último hombre, Manchester frente al mar, La llegada o La la land! habrían
merecido el premio mucho antes que ella. Si hablo desde un prisma más
subjetivo, definitivamente es la que menos me gustó de las nueve. No logró
despertar mi interés y la empatía que podía sentir por el protagonista durante
los dos primeros tercios desapareció en su parte final, donde realmente me
parece un personaje olvidable que termina por convertirse en aquello que
debería despreciar sin que logre yo adivinar un mensaje oculto en ello. O a lo
mejor es que por eso de ser un arquetipo tan alejado de nuestros referentes
culturales no me llegó a calar.
Esto
abre el debate de cómo decidir qué es una buena película. Yo siempre defiendo
que hay dos escalas muy importantes a tener en cuenta: la técnica o académica,
y la emocional. Si valoramos en su conjunto el guion, la dirección y las
interpretaciones de las películas (además de los muchos otros elementos que
intervienen en ella) siempre defenderé a Hasta
el último hombre o Manchester frente
al mar por encima de las otras. Luego vendrían La la land! y Comanchería.
Desde el punto de vista emocional, donde hay que analizar lo que me
transmitieron las películas, lo que me emocionaron y cautivaron, ahí me tengo
que rendir, incluso a mi pesar, al musical de Chazelle. Lo escenificaré de la
siguiente manera: He visto al menos una vez todas las películas nominadas al
premio principal. En el caso de Moonlight
tengo claro que es muy poco probable que vuelva a volver a verla jamás. No me
muero de ganas, por ejemplo, de volver a ver Lion o Fences, y una
revisión de Manchester frente al mar
sería interesante pero en un futuro algo lejano. Sin embargo, Comanchería y La llegada las he disfrutado ya dos
veces y no me importaría volver a repetirlas. Me he quedado con las ganas, por
otra parte, de repetir con Hasta el
último hombre y Figuras ocultas,
aunque no sé si como para un tercer visionario muy seguido. Pero en el caso de La la land!, que la primera vez no me
apasionó hasta el infinito y en la segunda me dediqué a encontrarle pequeños
fallos, cada vez que escucho el tema de City
of stars o Audition me entran
unas ganas terribles de volver a verla y tengo el convencimiento de que no sería
la última vez que lo hiciera.
La la land! no es, por tanto, la mejor película del año, pero sí
la que más me ha transmitido y más estoy deseando rememorar, así que eso, por sí
mismo, ya la hacia merecedora del Oscar principal.
Pero
Moonlight… Lo siento, pero Moonligth, no. Quizá esta vez el lobby
negro ha influido demasiado. O la polémica del año pasado. O las ganas de tocar
las narices a Trump. Y es una lástima porque al final, de lo que menos se va a hablar,
es de cine. Y La la land!, eso nadie
lo puede dudar, es puro cine.
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