miércoles, 22 de febrero de 2017

MOONLIGHT: Más cine racial reflexivo, intenso pero sobrevalorado.

Poco a poco seguimos avanzando hacia los Oscars y cada vez son menos las películas pendientes de estreno (ya se sabe que en este país se hace todo a última hora).
Moonlight, estrenada la semana pasada, es una de las pocas, junto a Manchester frente al mar, que puede hacer sombra a La la land!, no en vano se hizo con el Globo de Oro al mejor drama, aunque ya os vaticino que eso no va a ocurrir.
Con Brad Pitt como productor (y parece que últimamente eso se le da mejor que elegir papeles como actor), Moonlight está englobada dentro de esa corriente que ha llegado este año de películas “negras”, quizá en un intento de Hollywood de redimirse por la polémica del año pasado y que está provocando que se pase al lado contrario, igual de excesivo. Estamos ante la historia de Chiron contada en tres años, tres facetas de su vida en la que es un niño, un adolescente y un adulto. A través de ellas conoceremos el duro ambiente en el que este chaval negro de Miami ha tenido que crecer, rescatado de los problemas de drogadicción de su madre por una pareja que lo acogen como a un hijo, sufriendo bullying en el colegio y debiendo enfrentarse a su propia identidad sexual.
Barry Jenkins, director cuyo único trabajo anterior, Medicine for Melancholy, data de hace ocho años, dirige la película con un ritmo pausado, regodeándose en los silencios e invitando a que el espectador traspase la pantalla y se sienta partícipe de la película, contagiando la angustia y la claustrofobia de los barrios marginales de Miami y compartiendo la soledad de Chiron. 
Sin embargo, hay momentos en los que llega a abusar de esos recursos y su película, sobretodo en el último acto, entra en un peligroso bucle donde el lenguaje propio de Jenkins pierde fuerza y parece convertirse más en un mero ejercicio estilístico algo presuntuoso. Es evidente que la personalidad del director no se refleja con suficiente naturalidad y en demasiadas ocasiones la cosa queda muy forzada como para demostrarnos lo único y especial que es el tipo este. Además, la historia, que no es apropiada para cualquier tipo de espectador, falla a mi entender en su tramo final, cuando el protagonista deriva en aquello que más debía rechazar y toda la simpatía que se pueda sentir hacia él se desvanece en el acto. 
Supongo que eso es algo intencionado por parte de Jenkins, conocedor de que las calles de algunos barrios americanos son un círculo vicioso del que resulta difícil escapar, pero a mí, por lo menos, no me ha terminado de seducir.
El triple papel del protagonista está interpretado por Alex R. Hibbert, Ashton Sanders y Trevante Rhodes, y ninguno de los tres me parece que sobresalga especialmente. Afortunadamente, la calidad interpretativa recae en los secundarios, sobretodo el triángulo paternal que componen Mahershala Ali, Janelle Monáe (ambos compartían pantalla en Figuras ocultas) y Naomi Harris.
Moonlight es una película dura e incómoda, de esas cuyo abrupto final invita a que el espectador continúe pensando en ella tras el final del film. Sin embargo, es tan evidente y forzada esa pretensión de hacer reflexionar que en mi caso no llegó a funcionar, ya que peca de una artificiosidad que no va conmigo.
Casi hasta me atrevería a apostar que muchos de los críticos que la ponen por las nubes lo hacen por simple postureo, porque ante el convencionalismo clásico de La la land! Esta es la película independiente y antinatura a la que hay que alabar, independientemente de que la hayan llegado a ver o no.
Es una buena película, difícil y arriesgada, pero no es, ni de lejos, la obra maestra que nos quieren vender. O a lo mejor es que ya empiezo a cansarme de tanto “buenismo racial”.

Valoración: siete sobre diez.

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