sábado, 4 de febrero de 2017

LA LUZ ENTRE LOS OCÉANOS, aceptable melodrama algo postizo

Derek Cianfrance es un director estadounidense especializado en melodramas en los que profundiza en la carga emocional de sus personajes, como demostrara en Blue Valentine o en Cruce de caminos. En La luz entre los océanos se encarga él mismo de adaptar para la pantalla la novela de M.L. Stedman buscando esos mismos patrones.
Tom Sherbourne es un excombatiente de la Primera Guerra Mundial que, cansado del sufrimiento y la muerte que ha podido contemplar acepta un trabajo temporal como vigilante de un faro en una pequeña isla australiana, un lugar aislado del mundo donde espera conseguir la soledad necesaria para poner en paz su propia alma. Sin embargo, no podrá evitar enamorarse de una joven del pueblo más cercano y ambos deciden casarse e iniciar una vida en conjunto en esa isla tan solitaria como aterradoramente hermosa, lugar propicio para formar una familia. Pero las cosas no suceden siempre como uno espera.
Cianfrance abusa en ciertos momentos de trucos efectistas (como los primeros planos de los personajes lagrimeando o la música de Desplat subrayando cada escena emocional) para recargar las tintas del drama y tratar de buscar el desconsuelo del espectador, y es quizá este el punto más débil de una obra que por otro lado resulta potente e hipnótica y que tiene sus mejores bazas, junto a las panorámicas espectaculares de la isla, en su trio protagonista.
No es este momento de destacar las cualidades interpretativas de ninguno de los tres actores que componen este triángulo emocional, Michael Fassbender, Alicia Vikander y Rachel Weisz, pero es de agradecer que los tres se tomen muy en serio sus personajes, logrando evitar que, con la sobresaturación dramática que busca insistentemente Cienfrance, caigan en el ridículo.
La película arranca con muy buen pie, con una historia de amor algo impostada por su rápida consumación pero que, si se analiza bien, no tiene nada que desmerecer a los flechazos instantáneos de Romeo y Julieta o Jack y Rose en Titanic, pero a medida que la trama se complica con la llegada de un bebé (no quiero entrar en detalles, aunque muchos tráilers ya se encargan de destripar los giros) el melodrama empieza a sonar un poco forzado, casi simplón, recordando por momentos a las historias empalagosas de Nicholas Sparks, aunque con un tono más maduro.
Le oído verdaderas pestes sobre el film, cosa que no comprendo. Cierto que Cianfrance busca de forma insistente y hasta exagerada la magnificencia, como si estuviese contando la historia de amor y dolor definitiva, y desde luego no es para tanto, y aunque no consiguiese sacar una sola lágrima del que suscribe (últimamente me emociono más con las historias optimistas como la de Figuras Ocultas que con el regocijo en el dolor ajeno), tiene momentos de verdadera emoción y, cuando menos, mantiene la intriga sobre su desconcertante desenlace hasta el final.
Cienfrance va un poco se sobrado, vale, y eso afecta a la película con un tono de presuntuosidad que, sin embargo, no termina por empañarla tanto como le sucede a Sean Penn en Diré tu nombre. Además, el uso del paisaje, por más intencionadamente manipulador que pretenda ser, es efectivo y tras un momento intermedio en que la historia amenaza con deambular por la simpleza sentimental al final se impone un aroma de intriga que, si bien no alcanza al arranque emocional, sin hace reflotar el film y dejar al espectador con la sensación de haber disfrutado de una historia emocionante y descorazonadora.

Valoración: Seis sobre diez.

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