sábado, 28 de enero de 2017

TONI ERDMANN: dos horas y media de vacío interminable.

Con Julieta y Elle (por nombrar dos ejemplos de películas con directores de prestigio) fuera de la carrera antes de tiempo, la alemana Toni Erdmann se postula como la gran favorita al Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Esta sencilla historia sobre la relación entre un padre solitario y bromista y su exitosa hija parece haber calado en los corazones de los académicos y de, visto lo visto, media Europa, que la califican como una de las mejores películas del año producida en el viejo continente.
Buff… Permítanme que discrepe…
No voy a negar que Toni Erdmann tiene algún que otro acierto, incluso momentos de absurda brillantez, pero estos son los menos y encima están mal aprovechados (sirva como ejemplo la fiesta nudista que la joven organiza en su casa para formar equipo entre los miembros de su empresa), y el resto es una larga sucesión de escenas mal hilvanadas que se apelotonan a lo largo de unos interminables 162 minutos sin que en ningún omento parezca justificado el desproporcionado metraje.
Entiendo el propósito de la directora y guionista Maren Ade, que pretende trivializar el estrés de los altos cargos ejecutivos, recordando que la familia debería priorizar siempre, y buscando la creación de una figura paterna que por más que pueda parecer irresponsable y superficial es el verdadero apoyo cuando es necesario. Lo entiendo, de veras. Otra cosa es que ese mensaje me halla calado como debería.
Hay películas en las que, por bien o mal contada que esté su historia, requieren de un esfuerzo por parte del espectador, que necesitan que este entre en ella y se sienta partícipe de la misma. Y lo cierto es que yo en ningún momento entre en Toni Erdmann. Quizá porque el ritmo se me antojó anodino, quizá porque el personaje del padre me parece el de un imbécil redomado y quizá porque ni siquiera logré empatizar con la joven, por más que terminara resultando ser el personaje más frágil de la película. Algo parecido me pasó, ya que hablamos de cine europeo, con la también insulsa El abuelo que saltó por la ventana y se largó, con la que podría compartir algún rasgo de personalidad. 
No encontré la gracia a los momentos cómicos del film ni me emocioné con los sentimentales, bostecé más veces de las convenientes (y puedo asegurar que lo mismo pasaba a mi alrededor) y desesperé con el final abrupto después de dos horas y media de tostón.
Puede que Ade peque de petulante y pretenda ser demasiado trascendental en su mensaje paterno filial, que se equivoque en sus elecciones o, simplemente, que su película no vaya dirigida a alguien como yo. Sea como sea, me veo incapacitado para conceder un simple aprobado a su propuesta y, aún sin haber visto el resto de nominadas, espero de corazón que no sea finalmente la ganadora del Oscar.

Lo consideraría un insulto hacia Almodóvar o Verhoeven.
Valoración: Cuatro sobre diez.

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