viernes, 23 de diciembre de 2016

PATERSON + EL EDITOR DE LIBROS: Pasión por escribir por partida doble.

Tengo por costumbre dedicar una entrada a cada estreno que quiero comentar, pero en enero de este año rompí la norma haciendo una sesión doble (así fue también como las disfruté en el cine, una detrás de otra) de dos películas que tenían mucho en común: Macbeth y La Novia.
Y como para cerrar el círculo, voy a repetir la jugada en una de las últimas entradas del año, ya que tanto Paterson como El editor de libros, aun siendo completamente diferentes entre sí (no hay aquí esas similitudes artísticas de las anteriores mencionadas) sí comparten una cosa en común, el amor por la literatura y el reflejo de ese arte a través de su autor. Y también, como en los films de Justin Kurzelm y Paula Ortíz, las he visto seguidas en el cine.
Paterson es la última película del peculiar Jim Jarmusch, un autor tan indefinible como poco prolífico cuya película más reciente era esa extraña historia de amor vampírico Sólo los amantes sobreviven. Protagonizada por Adam Driver, el Kylo Ren de El despertar de la Fuerza, cuenta la historia de un conductor de autobuses llamado Paterson que reside, precisamente, en el barrio de New Jersey con quien comparte nombre, y de donde también es, entre otros, el poeta William Carlos Williams, referente principal del protagonista. Enamorado de la hermosa Laura (Golshifteh Farahani), con quien comparte casa junto al perro Marvin, la vida de Paterson representa una anodina pero reconfortante rutina (desayuno-trayecto en bus-cena-paseo de Marvin-cerveza en el bar) interrumpida tan solo por sus inspiraciones poéticas a las que da vida en la libreta que lleva siempre consigo. Su vida, sencilla y armónica, se contrapone con los impulsos casi irracionales de Laura que lo mismo aspira a enriquecerse haciendo cupcakes como quiere aprender a tocar una guitarra para ser una estrella country, todo ello mientras redecora constantemente su casa a base de un minimalista blanco y negro. Es esa dualidad lo que permite que la pareja funcione, sirviendo uno como contrapunto del otro y teniendo la poesía como el fruto perfecto de su relación. Así, Paterson es una declaración de amor al día a día, una demostración de la pureza del arte y de la simpleza de la inspiración. Driver consigue con su temple sosegado y apacible condensar toda su fuerza interior, toda su pasión, en esos poemas absurdamente cotidianos, inspiradores y hermosos, que rompen con la monotonía precisamente desde la propia rutina.
Se podría decir que Paterson es también la antítesis del malogrado escritor Thomas Wolfe, un artista histriónico, excéntrico y excesivo en todos los sentidos. Wolfe, que escribía novelas de cinco mil páginas y se desgarraba por dentro cada vez que tenía que recortar un solo párrafo para alcanzar una cantidad mínima publicable, fue contemporáneo de Hemingway y Scott Fitzgerard, y posiblemente habría sido mucho más grande que ellos si no fuese por su prematura desaparición. El editor de libros no va exactamente sobre Wolfe, sino que se centra más bien en Max Parkins, el descubridor de esos tres genios de la literatura norteamericana, pero es sin duda su relación con Wolfe lo que lo definió como persona y como editor.
El actor Michael Grandage debuta como director con una película que detalla la historia real entre estos dos hombres, dos amigos enfrentados por sus caracteres dispares, aprovechando para analizar, de paso, la pasión por las letras, la fuerza arrolladora de las palabras que Wolfe exterioriza golpeando a los que los rodean con ella sin importarle las consecuencias. Ambos, Perkins y Wolfe, están interpretados magníficamente por Colin Firth y Jude Law, aunque es Nicole Kidman la que sobresale por encime de todo el reparto dando vida a Aline Bernstein, amante de Wolfe y fuente de inspiración (también andan por ahí Laura Linney, Guy Pearce y Dominic West).
Thomas Wolfe es un personaje real, mientras que Paterson es ficticio, pero ambos sirven para reflejar dos formas de entender un arte, de conmover mediante sus escritos, sirviendo de verdadera fuente de inspiración a todos aquellos que alguna vez han soñado, aunque sea brevemente, en llegar a escribir. Jarmusch dibuja una historia sosegada con un estilo brutalmente personal, convirtiendo las propias imágenes en poesía; Grandage, por el contrario, retrata la pasión desde el convencionalismo con una historia fílmicamente muy clásica. Ambos, a su manera, reflejan lo que es el proceso de creación, y ambos, curiosamente, utilizan una metáfora similar: Paterson se relaja contemplando una cascada en las afueras de New Jersey mientras Wolfe describe la vida como un rio que se aleja y acerca constantemente.
Y en ambas películas, cada una a su manera y a su modo, se refleja el arte en estado puro: una con poemas visuales, la otra con diálogos arrebatadores. Al final, el arte es sentimiento. Y tanto Paterson como El editor de libros describen a la perfección el sentimiento de sus autores. Como dos caras de un mismo espejo. O, quizá, dos versos de un mismo poema.

Valoración: Ocho sobre diez (ambas) 

No hay comentarios:

Publicar un comentario