sábado, 5 de noviembre de 2016

100 METROS, manipuladora pero efectiva.

Nos estamos acostumbrando a que el cine español se abra poco a poco a temas más variados tomando como referente un Hollywood cada vez menos inalcanzable, pero quizá películas como esta son todavía una rara avis por aquí, más allá de algún drama intenso como Mar abierto.
100 metros es una película basada en un personaje real (Ramón Arroyo) con una enfermedad, pero más allá de eso es una historia de superación, una historia sobre que no hay nada imposible y que los únicos límites que tenemos son los que nosotros mismos nos imponemos.
100 metros cuenta como vida de un gran publicista cambia cuando descubre que tiene esclerosis múltiple, una enfermedad degenerativa que lo mengua física y anímicamente y lo hunde en una depresión de la que sólo puede aspirar a salir con el empeño de finalizar un Iron Man, una de las pruebas deportivas más duras y exigentes que hay.
Como no podia ser de otra manera, esto deriva en una aventura de gran calado sentimental y lágrima fácil, con momentos que rozan la pornografía sentimental que ríete tú de Un monstruo viene a verme, con un dramatismo épico que funciona aunque fuerza demasiado la maquinaria.
Afortunadamente, hay en la película una segunda historia que desconozco si es igual de real que la primera, que se centra en la vida triste y aislada de su suegro, aspirante a gran ciclista en su juventud y entrenador retirado ahora. Enfrentados a muerte desde siempre, es la enfermedad y la desesperación lo que les obligará a entenderse y a aprender el uno del otro. Y es en esta subtrama donde mejor funciona el elemento emocional, quizá debido a la empatía del personaje o puede que por la calidad de la interpretación de Karra Elejalde.
Y es que una vez más Dani Rovira se empeña en disfrazarse de actor dramático y la cosa le queda muy forzada, mientras que a Elejandre la pasión le sale de dentro, estando tan brillante como es habitual en él. Rovira se esfuerza, eso es notable, y logra superar su papel en aquella patochada de El futuro ya no es lo que era, pero su composición resulta algo artificial y exagerada. A medio camino se encuentra Alexandra Jiménez, otra habitual de la comedia que sale airosa del experimento pero por los pelos. Y eso me lleva a preguntarme en qué narices estaban pensando los responsables de casting, más allá de la pura comercialidad, para reunir a tres actores de un rango tan marcadamente cómico en semejante drama.
Marcel Barrena, el director, olvida definir un poco mejor al protagonista, Ramón, un friki en potencia (o eso imaginamos) al que relaciona al principio en exceso (en un intento de metáfora nada sutil) con el Iron Man de Marvel para olvidarse pronto de ese rasgo distintivo, mientras que reúne a una colección de marginales demasiado estereotipada para representar el drama de una enfermedad ya que no conviene demostrarle en exceso en el protagonista. Al menos, eso sí, el aprovechamiento de los paisajes es mucho más inteligente y vistoso que en la reciente La propera pell, convirtiendo a la ciudad de Barcelona y sus alrededores en parte de la historia.
100 metros no es una película perfecta y peca por momentos de manipuladora pero cumple en sus requisitos de mostrar una historia de superación casi imposible de creer si no fuese real, con un trasfondo sobre el amor, la amistad y la pérdida que sin duda empañará muchos ojos este fin de semana, aunque sea abusando de la sensiblería.

Valoración: Siete sobre diez.

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