viernes, 26 de agosto de 2016

PETER Y EL DRAGÓN. Un cuento para niños grandes.

A estas alturas de la película no seré yo quien se extrañe (y mucho menos se queje) del abuso que está haciendo Hollywood de hacer remakes de sus propias películas, aunque este verano está siendo especialmente sangrante. Evitando caer en la tentación fácil de criticar una película antes de verla (aunque me apetece muy poco hacerlo, la verdad), estamos a punto de recibir a un nuevo Ben-Hur, más tarde llegarán Los Siete Magníficos y aún estamos pendientes del resultado comercial que tengan las nuevas Cazafantasmas. Y en medio de todo esto llega Peter y el dragón, remake de un clásico Disney que por estas tierras se tituló Pedro y el dragón Eliott y que supuso una revolución al combinar dibujos animados con acción real.
Por mucho que esa película pudiese marcar a los niños de mi generación, aquí la Disney no se ha andado con chiquitas y lo único que tiene de remake la cosa es la idea conceptual de un niño que se hace amigo de un dragón, desmarcándose inteligentemente de su referente para todo lo demás. Este ya no es de dibujos animados ni hay canciones por doquier (a Dios gracias). Y el doblaje, desde luego, ya no es en español latino.
Sí tiene la película un aire muy clásico, al menos en su concepción, que recuerda las comedias familiares de la época de Mary Poppins o La bruja novata, donde no hay buenos ni malos y todo se soluciona de la forma más sencilla e ingenua posible. Es ese sentido, Peter y el dragón es una comedia muy blanca e infantil que, sin embargo, se deja ver con agrado por espectadores de cualquier edad.
El argumento tiene muy poco de original, resultando una mezcla extraña entre El libro de la Selva y King Kong, con un niño humano criado en el bosque y una bestia gigante tratando de ser capturada para su exhibición. Y quiere David Lowery (director de En un lugar sin ley que en breve repetirá con Robert Redford en El viejo y la pistola y con Disney con Peter Pan) ser tan onírico y visualmente hermoso que todo el primer arco argumental que explora la amistad entre Peter, el niño perdido, y Eliott, el dragón, retozando y sobrevolando los bosques del noroeste del Pacífico, amenaza con hacerse pesado e incluso soporífero. Pero pronto entran en escena el resto de los humanos y la cosa se anima.
Con un reparto de verdadero lujo (Bryce Dallas Howard, Robert Redford, Wes Bentley y Karl Urban), quienes realmente se llevan la palma son los pequeños de la función, maravillosos Oakes Fegley y Oona Laurence, que enamoran a la cámara y hacen creíbles lo increíble de sus personajes.
En Peter y el dragón no hay cabida para la verosimilitud ni la coherencia. Todo es muy absurdo, tramposo y pillado por los pelos, pero da igual, ya que de lo que se trata es de un cuento sin hadas pero con mucha magia destinado al niño que todos llevamos dentro. Y por eso podemos aceptar que una bestia salvaje que vuela, se mimetiza con su entorno y puede escupir fuego sea, en realidad, tan adorable como un cachorro. Y es que, aunque estemos saturados de tanto Hobbit y tanto Juego de tronos la realidad es que, pese a todo, los dragones siempre molan.
¿O no?

Valoración: Seis sobre diez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario