martes, 2 de agosto de 2016

JASON BOURNE: Previsiblemente decepcionante.

Cuando se tiene en tus manos a la gallina de los huevos de oro hay que seguir exprimiéndola hasta acabar con ella. Esa es una máxima que en Hollywood se sigue al pie de la letra y el caso del espía más desmemoriado de la historia no iba a ser una excepción.
Tras una trilogía que rallaba a gran nivel casi se cargan a la susodicha gallina cuando, para mantener el tirón, hicieron un cambio de cromos en el papel protagonista y Jeremy Renner interpretó a una versión paralela de Bourne en El legado de Bourne que no pareció convencer a nadie y que, vista en la distancia, no estaba mal del todo.
Pero la gallina seguía viva. Agonizante, pero viva. Y se ha decidido traer de vuelta al Bourne original, ese Matt Dammon metido en labores de productor e imponiendo directores, en una cuarta (o quinta, ya no lo tengo muy claro) entrega que, siguiendo la estela de Rocky Balboa o John Rambo, demuestra su falta de ideas desde su mismo título, simplemente el nombre del protagonista: Jason Bourne.
Tras crear un laberinto con sus recuerdos en la trilogía original, basada por cierto en las novelas de Robert Ludlum, esta vez ya no parecía quedar secretos sobre el pasado del personaje, por lo que la historia debía ir por otros derroteros. Pero Paul Greengrass (que además de director se ha enchufado también en tareas de guion) y Christopher Rouse no se han molestado en arriesgar lo más mínimo y, ya sin la obra de Ludlum como referencia, han tirado por el mismo camino, desluciendo el final de El ultimátum de Bourne, y rebuscando más secretos en el pasado del pobre agente secreto.
La saga Bourne, aun con sus dosis de intriga y acción, siempre se ha caracterizado por mostrar la cara más seria y torturada del agente secreto, dotando a sus films de una verosimilitud que ni tenía ni buscaba la saga Bond, por poner un ejemplo similar. Sin embargo, en esta ocasión, pese a la cámara nerviosa y el abuso de los primeros planos tan característicos de Greengrass, nada es creíble en este sinfín de piruetas de destrucción, tiroteos y persecuciones que transforman a Bourne, aún con su alma taciturna, en un superhéroe del montón.
Jason Bourne no es divertida porque la saga nunca ha pretendido serlo, pero lo necesita para poder aceptar la transformación a la que ha sido sometida, un lavado de cara fallido y que solo se sustenta porque, aun con lo alargadas que son la mayoría de sus secuencias, no llega a aburrir, y porque el lujo de contar con Tommy Lee Jones, Alicia Vikander o Vicent Cassel acompañando a Matt Dammon en sus peripecias compensan incluso la espantosa dirección de Greengrass, que no estaría en esta silla si no fuese por su amistad con la estrella o la fama de documentalista (¿acaso había algo más que eso en la soporífera Capitán Philips?) y que encima amenaza con insistir (¿no le ofrecen más trabajos?) en una nueva entrega.
Torpe y excesiva, Jason Bourne no pasa de entretenimiento veraniego, trascendental y olvidable, que empaña el recuerdo de las películas anteriores y hace buena a El legado de Bourne. Ya puestos a retorcer a la gallina, al menos se podría reactivar aquel proyecto de juntar a los personajes de Dammon con el de Renner. Al menos tendría su chicha…

Valoración: Cinco sobre diez.

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