lunes, 25 de julio de 2016

INFIERNO AZUL: agónica supervivencia.

Jaume Collet-Serra es uno de esos directores españoles que no logró ser profeta en su tierra y se largó al otro lado del charco a hacer las américas. Y no le ha ido nada mal, la verdad.
Infierno azul es su última película, y una de las pocas en las que no ha contado con su amigo Liam Neesson como protagonista. Y es también la película que va a ser comparada hasta la saciedad con el Tiburón de Spielberg.  Pero lo cierto es que más allá de que ambas están protagonizadas por un enorme escualo, poco es lo que tienen en común.
Infierno azul es una película mucho más pequeña, más sencilla, que la mítica obra de Spielberg, pero no se entienda esto como que es una película menor. Lo que sucede es que aquí no hay un pueblo en peligro por el bicho marino, ni alcaldes desoyendo las evidencias de peligro ni grupos de protagonistas que se unen frente a la amenaza. Aquí se trata más bien de una película de supervivencia, de un combate mano a mano entre la protagonista, una Blake Lively que hace una intensa y convincente interpretación y que las pasa canutas casi todo el metraje.
Poco hueco para la sorpresa hay en una historia que tiene en su desenlace su principal carencia, por más que sea algo obligado en un film de estas características, pero ese es precisamente el inmenso mérito de Collet-Serra. Conseguir estremecer al espectador y meterle el corazón en un puño en situaciones en las que por pura coherencia narrativa sabes que la chica se va a salvar no es algo al alcance de todos, y él lo consigue desde el minuto uno. Sin perder el tiempo en prólogos innecesarios, la acción arranca con rapidez y, salvo los “aperitivos” necesarios para definir sin dejar lugar a dudas al tiburón como la gran amenaza que es, el enfrentamiento entre ambos, chica y monstruo, se prolongará hasta el final. No estamos para tonterías y eso se agradece.
Puede que si analizamos la película con una lupa encontremos mil exageraciones que la despojen de su aparente realismo, pero nada de eso importa al lado del terror, la angustia y el sufrimiento que provoca, tanto en la pobre Lively como en el propio espectador. La ejecución de la acción, los movimientos de cámara, la música de Marco Beltrami (emulando y tratando de distanciarse a la vez de John Williams), la hermosa fotografía y la calidad de los efectos especiales hacen de esta película, de apenas una hora y media, una deliciosa pesadilla, una obra magnífica, imposible de comparar con esas patochadas de amenazas marinas tan de moda últimamente ya sea con tiburones, pirañas o mezclas raras entre ambos.
Una pequeña joya, aterradora y claustrofóbica en la prisión sin paredes que puede suponer un simple pedazo de roca. Magnífica sin más.

Valoración: Ocho sobre diez.

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