sábado, 11 de junio de 2016

WARCRAFT, EL ORIGEN: El Señor de los Anillos de marca blanca.

Parece que la tónica habitual de los últimos meses es la de la aparición de superproducciones capaces de dividir a público y crítica hasta límites que rozan el odio. Pese a honrosas excepciones, títulos como Star Wars: el despertar de la fuerza, Batman v. Superman: el amanecer de la justicia o, en menor medida, X-Men: Apocalipsis parecen quedarse cortos ante las reacciones que está provocando Warcraft, definida por algunos como la peor película del año mientras que provoca aplausos de los fans al final de algunas sesiones.
Lejos de radicalismos injustificados yo, como es habitual en mí, me quedo en una posición casi intermedia. No es Warcraft, desde luego, una buena película pero tampoco ese desastre que anuncian algunos que invite a arrancarse los ojos tras su visionado.
¿Por qué hay que odiar o amar una película que en muchos casos, no pasa del simple entretenimiento? 
Y ahí está mi principal problema con Warcraft, que en muchos momentos del metraje me aburrí hasta llegar a un punto en que el destino de los protagonistas no me importaba lo más mínimo, llegando a preguntarme hasta qué punto puedo calificarla como entretenimiento. De hecho, muchos os preguntaréis porqué ha tardado tanto en publicarse este comentario, cuando vi la película el mismo día del estreno. 
La respuesta es simple: ante la división de opiniones que ha generado quise esperar unos días antes de escribir sobre ella para digerirla mejor (y no analizarla demasiado en caliente, algo que muchos hacen de forma precipitada), pero cuando me he puesto con ello he descubierto que aparte de las sensaciones que me produjo la mayoría de lo que acontece en ella se ha borrado de mi memoria, demostrando lo poco que ha logrado llegar a interesarme esta aventurilla de orcos contra humanos, y he querido esperar a realizar un segundo visionado para tratar de ser más justo con la misma, tras el cual mi opinión ha caído más bajo aún, resultándome incluso difícil de terminar.
Duncan Jones, director de la magnífica Moon y de la algo más irregular Código fuente es el máximo valedor de la película, un director fan confeso del juego que adapta y que ha tratado de ser lo más fiel posible al mundo de guerreros, orcos y magos creado por Blizzard. En ese sentido los aficionados pueden estar satisfechos con la que parece ser una adaptación impecable. Ahora bien, ¿es conveniente mantenerse tan fiel a una obra en el momento de convertirla en película?
Nunca he jugado a Warcraft ni me ha interesado lo más mínimo ese videojuego, pero como lector confeso de cómics sé perfectamente que es imposible trasladar con total fidelidad una obra, por más que los seguidores más fervientes estallen de indignación con cada sutil diferencia, pero cada medio tiene su propio idioma, y cosas que funcionan en un género pueden cojear en otro. Entiendo a los fans que se muestran felices de ver a sus héroes tan bien representados en pantalla (aunque me comentan que esto en realidad es una precuela que narra hechos anteriores a la historia del juego), pero ¿qué pasa con los que no somos jugones y tan sólo queremos disfrutar de una buena película de fantasía? Pues que lamentablemente el señor Jones y compañía se ha olvidado de nosotros.
La elección del propio Duncan Jones resume lo mejor y lo peor que tiene la película: un director que es un jugador empedernido y se ha esforzado por lograr una simetría con respecto a la historia original casi inaudita (los más jugones reconocerán mil referencias hasta en los más pequeños detalles) pero a la vez es un realizador poco apropiado para tal envergadura, siendo su obra hasta la fecha mucho más intimista y reforzada en el aspecto narrativo  más que en el visual. Warcraft le viene ligeramente grande y la poca profundidad argumental (de la que Jones también es en parte responsable) propicia que el ritmo se le vaya de las manos, apabullando al espectador entre tanto derroche digital, estando todos más centrados en calcar planos del juego que en contar una historia.
Tampoco los actores están a la altura, aunque cuando la mayoría de ellos tiene un bagaje básicamente televisivo ya se entiende que la productora no ha apostado fuerte en este aspecto. El “vikingo” Travis Fimmel no posee ni un ápice del carisma de Viggo Mortensen al que parece querer imitar, Dominic Cooper no resulta en absoluto creíble como rey de un gran imperio y Ben Schnetzer y Ruth Negga simplemente dan pena. Solo Ben Foster trata de esforzarse un poco gracias al único papel que presenta una dualidad interesante (aunque mal desarrollada), el del mago Medivh, mientras que Paula Patton está muy desaprovechada bajo las capas de maquillaje (algo ridículo, como sucede con la mayoría de los personajes femeninos) y merced a un libreto poco esforzado.
A nadie se le escapa que el origen del juego estuvo muy influenciado por la obra de Tolkien, pero mientras que este ha logrado forjar su propia leyenda, posiblemente muy superior a la que originó El Señor de los Anillos en el terreno de los videojuegos, en cine la sombra de Peter Jackson es muy alargada. 
Hay demasiadas cosas en esta película que recuerdan a la trilogía ganadora de once Oscars, y en todas las comparaciones la obra de Jones sale perdiendo, haciendo que parezca casi una imitación de medio pelo cuando sus ciento sesenta millones de presupuesto indican lo contrario (un presupuesto que en algunos momentos luce espectacular mientras en otros flirtea con el ridículo). Cierto que hay momentos de gran brillantez, como los diseños de producción que recrean a Ventormenta o Dalaran o la recreación de algunos orcos y grifos, pero que no superan para nada, pese a la distancia en años, a Rivendel o el abismo de Helm, ni tampoco a los dragones o trolls de la saga de Jackson.
Warcraft es, sin duda, una fiel adaptación, pero nunca logrará empatizar con el público ajeno a la obra original por culpa de una historia que logra ser confusa pese a su simpleza y un desarrollo nulo de sus personajes. Ya he dicho que hay momentos en los que me aburrió, pero ello no fue motivado porque carezca de momentos de espectacularidad y buenas batallas (aunque no tantas como debería, pues el auténtico conflicto queda demasiado alejado), sino por la poca implicación a la que invita al espectador. 
No hay nada peor para una película que la muerte de personajes principales no emocionen al público, y eso es lo que sucede con Warcraft, hasta el punto que da igual lo que suceda en pantalla. Es como si a alguien a quien no le gusta el deporte le hacen ver una partido de fútbol de la segunda división inglesa: por bien que jueguen nunca llegará a interesarse. Eso sí, los verdaderos seguidores van a disfrutar como locos, aceptando a esta obra como a los cimientos de una saga que va a colmar sus expectativas.
Quiero hacer una última reflexión que posiblemente terminará por granjearme el odio definitivo de los que defienden fervorosamente el film argumentando los aplausos que ha provocado en sus primeras sesiones e insultando a los que no opinan como ellos. El año pasado “disfrutamos” de un estreno que también estaba basado en una exitosa obra previa. Los fans (las fans, en este caso) quedaron encantados y emocionados con la película y el primer fin de semana batió records de recaudación, llegando a emocionar a algunos e indignando a otros. Después de esa euforia inicial la taquilla cayó en picado y meses más tarde la película arrasó en los Razzie. No estoy diciendo que Warcraft sea comparable como película a Cincuentasombras de Grey, pero quizá como fenómeno no anden tan distanciadas.  
Y pese a lo que pueda parecer, la prueba de que no pretendo ir de hater es que no he querido referirme para nada al trasfondo misógino y xenófobo que he podido intuir.
Al final, creo que debemos ser un poco sensatos y dejar de lado las reacciones excesivamente apasionadas y radicales. Esto es cine de entretenimiento, y quien haya logrado conectar con la película debe felicitarse por ello y disfrutarla, mientras que quien, aun siendo degustador del cine de fantasía, se haya aburrido, pues peor para él. Yo soy del segundo grupo, y no siento ningún interés ante la posibilidad de una secuela de esta versión desganada y sin épica de El Señor de los Anillos, deshilachada y confusa (reconozco que hay muchas partes de la trama que no entendí, algo parecido a lo que me sucedió con la también flojeras Batman v. Superman) pero no por eso voy a odiar a quien le haya gustado. Al contrario, me voy a alegrar mucho por ellos.
Al fin y al cabo, esto es la magia del cine y no lo que hace ese tal Khadgar.

Valoración: cuatro sobre diez.

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