domingo, 6 de marzo de 2016

CIEN AÑOS DE PERDÓN: Entretenimiento efectivo aunque vacío.

Me encuentro ante una extraña dualidad a la hora de escribir sobre esta película. Siempre he defendido a ultranza las virtudes del cine español. Y me refiero con ello no a poner nuestra producción patria por encima de lo que nos llega del otro lado del charco (no soy tan iluso) sino más bien a pretender ver que aquí se pueden hacer filmes tan virtuosos como los financiados con dinero yanqui.
Cien años de perdón es un claro ejemplo de que aquí se pueden hacer películas americanas de muy buena factura. No importa las nacionalidades ni las fobias que se puedan sentir hacia la cinematografía propia para disfrutar de un entretenimiento de casi dos horas sobre un atraco a un banco que recuerda poderosamente al estilo visual de Sidney Lumet, Michael Mann o incluso la escena inicial de El Caballero oscuro de Nolan. Hay, incluso, un deje argumental del Plan oculto de Spike Lee, siempre sirviéndose de ese invento que Alfred Hitchcock dio a llamar McGuffin. Y todo eso, sin olvidarnos de que estamos ante unos ladrones con un tufillo a héroes que al final deben caernos bien y quedar casi como los buenos de la historia, como si de unos Clooneys, Pitts o Damon del montón fuesen y trabajaran para la banda de un tal Ocean. Todo, como pueden ver, referentes muy americanos.
Mezclando todo ello en una batidora la película de Daniel Calparsoro sobre un atraco con rehenes en una España corrupta y de inestables ideologías políticas funciona bien en cuanto a ritmo y emoción, consagrándose a las virtudes de sus dos protagonistas, unos Luis Tosar y Rodrigo de la Serna que contagian química, y a un cuidado ejercicio de estilismo que permite que la película navegue entre el thriller y la crónica social sin permitir que decaiga en ningún momento el interés.
Pertenece este trabajo a esa colección de títulos más o menos admirables que demuestran que nos tics que tanto han dado al cine de nuestro país (y que tantos odios han engendrado también) son cosa de otros tiempos. Un cine dinámico, ecléctico y, digámoslo claro, muy comercial, como son las obras de Enrique Urbizu,  Daniel Monzón o Alberto Rodríguez. Unas películas que, insisto, no tienen nada que envidiar al cine americano.
Sin embargo, si me niego a situar al cine español por debajo del yanqui tampoco sería justo exigirle menos que a aquel. Si bien es cierto que Cien años de perdón puede resultar tan entretenida como otras películas de ladrones con aires de Robin Hood como la mencionada Ocean’s eleven, Le llaman Bodhi, The Town o Reservoir dogs, también resulta a la postre tan vacía de contenido como algunas de las aquí mencionadas.  Es Cien años de perdón una película que se disfruta mediante su visionado pero que se olvida al término del mismo, culpa en parte de una exceso de personajes apenas elaborados o que, por ahondar en el arquetipo, rezan el ridículo, caso de los interpretados por Raúl Arévalo o Luis Callejo, por poner un par de ejemplos.
Quizá el principal problema de Cien años de perdón, y que impide que llegue a ser una gran película pese a sus evidentes méritos, es la pretensión de su director, Calparsoro, por querer profundizar en una deriva que se le va de las manos. La insistencia de convertir a los villanos en héroes con una subtrama de corrupción política que al final no va a ningún sitio desinfla una historia en la que parece que lo que se pretende es explicar al espectador algo que ya conoce sobradamente: los chanchullos del poder. Y ese ejercicio estéril de pretenciosidad, insistiendo sobre lo evidente, hace que se pierda demasiado tiempo dando vueltas en círculo y se abandone la fuerza de una trama que debiera haber sido más negra y policiaca.
Es cine de entretenimiento comercial, sí, pero no de autor. Aunque se pretende.

Valoración: seis sobre diez.

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