domingo, 3 de enero de 2016

POINT BREAK: SIN LÍMITES: Más adrenalina que talento.

En esta época tan cargada de remakes, secuelas y reboots parecía inevitable que tarde o temprano le llegara el turno a una película que no me suena que fuese un tremendo éxito en su época pero que con el tiempo se ha convertido casi en película de culto.
Rodada en un tiempo en que Kathryn Bigelow aún estaba casada con James Cameron y sabía hacer películas entretenidas, Point Break, el título original que aquí se tradujo por Le llaman Bodhi, era una película de corte policiaco donde el protagonista, un primerizo y algo menos apergaminado que ahora Keanu Reeves se infiltraba en una banda que atracaba bancos para poder costearse su pasión por el surf en el que un Bodhi interpretado por un Patrick Swayze es la cúspide derrochaba carisma hasta el punto de hacer tambalearse las convicciones del tierno agente del FBI.
Poco ha quedado de eso en esta nueva Point Break, más allá del tema de la infiltración del agente del FBI. Ahora el protagonista no es ya un novato en todas las facetas de la vida sino que, aun siendo su primera misión en el cuerpo, tiene un pasado tan alucinante como los propios deportistas con los que tiene que lidiar, con lo que poco puede aprender de ellos más que un mensaje de hipismo modernillo. Hay, además, un trasfondo dramático (desvelado en la primera secuencia de la película) que recuerda tanto a mil películas ya vistas (quizá Máximo riesgo sea la primera que viene a la mente) que casi resulta hasta de vergüenza ajena.
Partiendo de la base de un mensaje naturalista casi místico inventado para la ocasión (los ocho de Ozaki es un ficticio desafío contra la naturaleza con el que alcanzar un grado de iluminación cercano al nirvana), la película es tremendamente plana, con unos personajes sin profundidad a los que dan vida unos actores que para nada tienen el carisma del reparto original. Solo Teresa palmer tiene algo de bagaje en el desconocido casting, aunque su personaje no tiene ni de lejos la relevancia que tenía el de Lori Petty en la cinta de 1991.
Además, la pasión por el surf de aquella banda de atracadores que utilizaba máscaras con los presidentes americanos en sus robos ha sido aquí sustituida por todo tipo de deporte de riesgo, sin importar la modalidad ni el género, consiguiendo que el mensaje ecologista que proponen (un respeto por la naturaleza casi sagrado) resulte tan hipócrita como simplista cuando no tienen reparos en utilizar motocicletas para correr por la montaña o todo tipo de aparato a motor que, por lo visto, no saben que contamina.
Así, la trama es tan estúpida como irrisoria y no hay nada ni novedoso ni atractivo en este juego del gato y el ratón entre el novato agente que resulta del todo insoportable y el presuntamente molón líder de la banda que es pura prepotencia.
¿Qué puede justificar el visionado de esta película e incluso su recomendación? Pues si quitamos todos los elementos que hacen que sea una película (el guion, los actores, la dirección artística…) lo que queda es una pura maravilla.
Me explico: ¿conocéis las típicas películas documentales confeccionadas expresamente para ser exhibidas en cines IMAX? Hay casi un subgénero de ellas (entre descubrimientos arqueológicos egipcios y paisajes submarinos) dedicado a mostrar las maravillas de la naturaleza o los deportes  extremos que en ella se realizan. Si tomamos como referencia esas obras, Point Break es un gran espectáculo. Las escenas de surf son impresionantes, los momentos de escalada provocan vértigo y con los saltos al vacío se dispara la adrenalina.
Point break no tiene muchas virtudes sobre el papel, pero puesta en imágenes proporciona casi dos horas de deleite visual que, pese a parecer patrocinada por alguna marca tipo Red Bull, consiguen transmitir toda la emoción y espectacularidad que se propone. Y solo por ello ya merece el precio de la entrada.
Lástima que luego nadie pensara en el guion…

Puntuación: 6 sobre 10.

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