jueves, 19 de noviembre de 2015

MIENTRAS SEAMOS JÓVENES (7d10)

Noah Baumbach es un director que, pese a pasar de los cuarenta y cinco años, no ha conseguido una gran carrera (más allá de su trabajo como guionista para algunos títulos de Wes Anderson), viste con un aspecto ligeramente juvenil y busca en sus películas unas temáticas y un estilo independiente poco acorde con lo que la sociedad dicta con respecto a su edad.
Por eso, quizá no sería exagerado decir que Mientras seamos jóvenes puede contener bastantes detalles autobiográficos, bastantes pistas de lo que es y lo que busca Baumbach en su cine.
Josh es un brillante director de documentales que lleva atascado en su última obra la friolera de diez años. Mientras, junto a su amada esposa  Cornelia (hija del mejor productor en la materia), contemplan como la vida pasa ante sus ojos. Sus amigos tienen hijos, formando parte de una nueva sociedad, una llena de convencionalismos en las que los achaques, la miopía y el cansancio forman parte del día a día y las sesiones de canciones para bebés sustituyen a los planes improvisados provistos de cierto aire de libertad. Por eso, cuando conocen a una pareja de veinteañeros admiradores de su arte se dejan seducir por esa corriente hípster que recorre nuestra sociedad, como un soplo de aire fresco que les permite retroceder en el tiempo y enfrentarse a su propio temor a envejecer.
Mientras seamos jóvenes es una comedia amarga, en ocasiones incluso incómoda, que invita a la reflexión sobre lo que somos y lo que queremos. Y está a un paso de ser una gran película, una canto a la vida y a la libertad si no fuese porque Baumbach no se contenta con ese alegato y quiere doblar sus nobles intenciones defendiendo también el arte fílmico, la verdad que se esconde tras el documental por encima de efectismos baratos y comerciales, que buscan el éxito a toda costa pisoteando si es necesario la propia integridad (algo de lo que ya hablábamos con respecto a La Verdad). Y es en esa dualidad de argumentos lo que debilita la película, que amenaza por momentos con perder su rumbo aunque luego termine por recomponerse y volver por el buen camino.
Ambas apuestas son lícitas, pero alargan en exceso la trama, perjudicando en el ritmo de la misma. No obstante, el buen trabajo del cuarteto protagonista (excelentes Ben Stiller y Naomi Watts, muy correctos Adam Driver y Amanda Seyfried) hacen que la película funcione y se deje ver con agrado, invitando al debate al término de la misma y haciéndonos reflexionar (sobre todo a ese público cuarentón al que va destinada) sobre el sentido de buscar la eterna juventud.
Sólo la rendición de su final, algo alejado del grito de libertad creativo que propone para ceder ante los convencionalismos sociales, enturbia algo el alegato brillante de Baumbach.

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