domingo, 13 de septiembre de 2015

RICKI (5d10)

Tras cuatro películas y media españolas y una coproducción franco-china ya iba siendo hora de poder recurrir a un título cien por cien americano.  ¿Y qué puede haber más americano que una mujer de Chicago capaz de dejar atrás a su familia en pos de perseguir su sueño de ser estrella de rock y que termina cantando en un bar cutre en la costa californiana?
Ese es el arranque de Ricki, película hecha a mayor gloria de Meryl Streep que tras sorprender a todo el mundo con Mamma mia! y repetir  en Into the Woods, parece haberle cogido el gustillo a esto de cantar y se mete en la piel de una cantante bastante pasada de vueltas que, tras años de abandono, se reencuentra con su antigua prole (había tenido tiempo de tener tres hijos antes de decidir que su camino iba hacia otro lado) tras la dura ruptura matrimonial de la niña de la familia y la inminente boda de uno de los hijos (para redondear el circulo, el tercero ha salido gay, ¿cómo no?).
Jonathan Demme, aquel realizador que tras El silencio de los corderos y Philadelphia parecía que iba a comerse el mundo y que se diluyó entre la mediocridad y la televisión (lo único destacado desde aquella lejana época ha sido El mensajero del miedo, del 2004, donde ya contaba con la labor siempre efectiva de la Streep), se hace cargo de una película demasiado repleta de tópicos donde solo la buena labor interpretativa permite que se destaque en algo, con Kevin Kline interpretando al marido abandonado, Mamie Gummer (hija en la vida real de Meryl Streep y hermana de Grace, nombrada hace apenas un par de entradas por Aprendiendo a conducir), Sebastian Stan (El Soldado de Invierno de Marvel) y Nick Westrade como los sufridos hijos y Rick Springfield dando el cante en el buen sentido ela palabra (tiene un Grammy en sus estanterías).
Cuando la Ricki del título agarra su guitarra y se sube al escenario acompañada por The Flash, la película invita a pensar que vamos a emprender un viaje por el lado oscuro del rock, una epopeya sobre los sueños que terminan convertidos en fracasados cincuentones aferrados a unas esperanzas ya difuminadas y condenados a terminar sus días en un escenario indigno por un salario más indigno aún (la protagonista se gana la vida, en realidad, como cajera de supermercado). Sin embargo, todo se va al traste cuento la cosa deriva en un melodrama simplón y sin alma, un folletín culebronesco demasiado mascado con personajes apenas dibujados y sin que el director sepa implantar suficiente emoción y haciendo que uno se pregunte qué tendrá esta Diablo Cody para que le sigan comprando guiones cuando la revelación que le supuso Juno ha quedado ya tan lejos.
La única decisión inteligente de la película es la de abusar de Streep para que cope casi todos los planos, logrando gracias a su indudable talento mantener a flote una historia que deambula sin rumbo fijo hacia un único destino posible: el regreso de un rock mucho más light de lo que el aspecto de la protagonista augura pero rock al fin y al cabo.

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