sábado, 13 de junio de 2015

JURASSIC WORLD (7d10)

Han pasado más de veinte años desde que el parque abriera sus puertas por primera vez pero los dinosaurios siguen siendo unos seres tan apasionantes y enigmáticos como entonces, manteniendo la misma fascinación sobre niños y mayores.
Tras cerrarse (aparentemente) la trilogía de Parque Jurásico de la mano de Joe Johnson en 2001 la saga, que había ido de menos a más, parecía muerta y enterrada, y eso provocó que los rumores de una nueva película (se hablaba de remake o rebbot) fuese vista con escepticismo.
Con Michael Crichton tristemente desaparecido de la ecuación y Steven Spielberg centrado sólo en la producción (o al menos eso se le supone, que ya corren por ahí rumores muy parecidos a los de Poltergreist en su época), el elegido para llevar a cabo el regreso al mundo de los reptiles gigantes es el desconocido Colin Trevorrow, cuyos méritos como director se limitan a la película Seguridad no garantizada (de la que recupera, por cierto, al actor Jake Johnson).
Finalmente, para regocijo de los fans, se ha optado por una fórmula que ya está volviéndose algo habitual en Hollywood: Jurassic World es una secuela en toda regla, aunque con personajes nuevos y tintes de querer ser la puerta de entrada a otra posible saga plagada, como no podía ser de otra manera, de homenajes al clásico original.
Tanto es así que la presencia de Hammond (el también desaparecido sir Richard Attenborough) es casi constante.
Un nuevo parque se ha abierto en la misma isla Nublar donde Hammond creara sus “milagros” de fatídico final. Un parque más grande, más moderno y más exitoso, donde la magia por lo asombroso debería ser el foco de atención en una época donde cuesta creer en la magia. Como pincelada crítica a la perdida de inocencia de nuestra época, el parque refleja como las maravillas (ya sean los prodigiosos hologramas o las propias criaturas vivas) se convierten en rutinarias a los ojos de un visitante exigente, lo que obliga a sus creadores a buscar una superación constante, a un desafío tecnológico en muchas ocasiones por encima incluso de la moralidad.
Lo malo es que este mensaje de pérdida de la inocencia que refleja el argumento termina contagiando a la propia película en sí, haciendo que la magia que inundaba el film de 1993 se limite a unas cuantas y escasas secuencias (y en la mirada del, cómo no, niño protagonista), mientras que el resto de la película es un simple despliegue de efectos digitales adrenalíticos que podría tener más referentes en el mundo del comic que del propio cine. De hecho, el gran villano de la historia, el Indominus Rex, un dinosaurio mutantes cuyo propio concepto o denominación es un delirio propio de los seres de la Tierra Salvaje de Marvel o similar.
Jurassic World no consigue repetir, por lo tanto, el espíritu asombroso y emotivo de la primera película, cosa que por otro lado nadie podía esperar, por más que repita el esquema de utilizar a unos niños como eje central del drama (es curioso, lo que más se criticó de la película de Spielberg es lo más repetido en todas sus secuelas), que heredan de sus antecesores la poca profundidad psicológica, una profundidad que en realidad no tienen ninguno de sus protagonistas, que son apenas dibujados con tímidas pinceladas y la empatía que podamos sentir hacia ellos se basa más en su simple carisma que en otra cosa. Eso sí, un elemento de emotividad que inteligentemente han sabido mantener es la partitura original de John Williams, que Michael Giacchino (al que he definido varias veces como su más digno heredero), sabe recurrir para completar su propia banda sonora, efectiva pero no especialmente recordable.
Esa es, por otro lado, la gran baza de Jurassic World, que quizá consciente de sus limitaciones deja de lado el rigor científico de antaño y cambia al protagonista de un antropólogo sensato y reflexivo a un impetuoso amalgama entre el Star Lord de Los Guardianes de la Galaxia e Indiana Jones (precisamente el pasado y, quizá, futuro de su intérprete, Chris Pratt). Y esto es lo mejor de la película, que apuesta deliberadamente por la aventura sin parangón, amparada en unos efectos visuales que, en el caso de los dinosaurios, rozan la perfección (otra cosa sería los escenarios generales, que como en la reciente Tomorrowland demuestran un exceso de postiza digitalización), habiendo resistido bien el paso de los animatronics de Spielberg por el 3D puro y duro.
Así, dejando aparte las comparaciones, Jurassic World debe verse como lo que pretende ser, no como la revolución tecnológica y el despertar de la imaginación y los sueños que promulgaba Parque Jurásico, sino como un pasatiempo veraniego, un blockbuster gigante de ritmo perfecto que, olvidando la sencillez del guion y las inevitables Deus ex machina que pululan por doquier, es sumamente entretenida, una gozada si nos conformamos con evadirnos durante algo más de dos horas disrutando con acción a tope y algún que otro puñetero sobresalto.
Con un reparto bastante estelar (junto al mencionado y glorioso Pratt se encuentran Bryce Dallas Howard, Ty impkins, Vicent D’Onofrio y Omar Sy –permítanme la referencia friki marvelita: se tratan de la Gwen Stacy del Spider-man de Raimi, el niño de Iron Man 3, el Kingpin televisivo y el Bishop de Días del futuro pasado; ¿se dan cuenta como cuadra todo?-), Treverrow (o quien de verdad haya dirigido la obra) consigue un espectáculo entretenido, divertido y aterrador a partes iguales y que consigue estar a la altura (no es este espacio para entrar en comparaciones puntillosas) con el resto de grandes títulos comerciales el año como Los Vengadores: la era de Ultron o Mad Max: Fury Road (y yo me atrevería a incluir en la lista a Tomorrowland, aunque juegue en otra línea), demostrando mi teoría de que este iba a ser un gran año para el cine más palomitero a la espera de que lleguen los nuevos Terminator, Fantastic Four, Ant Man, Misión Imposible, Juegos del hambre , James Bond y, como gran fin de fiesta, Star Wars.
¿Es necesaria esta resurrección jurásica? Pues, en vista de la espectacularidad y la diversión que provoca este film yo creo que sí, superando incluso a sus dos primeras secuelas. Si nos empeñamos erróneamente en compararla con la original, eso ya es harina de otro costal. Y es que como se empeñan en recordarnos constantemente en las comedias románticas… La primera vez siempre es la mejor. ¿O no?

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