Ambientada
en la Rusia comunista (la antigua URSS), El
niño 44 cuenta la historia de un asesino en serie en una época en la que se
proclamaba que “no existen asesinos en el paraíso”. En un época que podría
definirse por una constante caza de brujas ante la paranoia de Stalin contra
los “traidores a la patria” la aparición de este asesino se entremezcla con la
extraña historia de amor entre el militar Leo Demidov y Raisa, y la caída en
desgracia de la pareja por no querer acusar él a su esposa por traición.
Disfrazada
por el sueco Daniel Espinosa de crónica social, la película es en realidad una
simple y casi tópica historia de psicópatas al más puro estilo de El silencio de los corderos, aunque sin la
tensión de aquella.
Confieso
no haber leído la novela de Tom Rob Smith en que se basa, pero la película
acontece de una falta de ritmo y una reiteración que hace que las más de dos
horas de metraje resulten algo excesiva. Y no es que la película llegue a
aburrir, que no lo hace, pero el caso es que si nos quedamos con la trama
policiaca la cosa queda algo floja y previsible (hay que tener en cuenta que
conocemos el rostro del asesino a media película) mientras que la parte
política está lamentablemente desaprovechada.
Tanto
es así que toda la fuerza dela película recae en su reparto, muy atractivo en
cuanto a nombres se refiere pero sin demasiado interés por mi parte, con un Tom
Hardy cuya cara de pena me está empezando a cansar, una Noomi Rapace tan
insulsa como siempre y un Gary Oldman que, esté en la época que esté, siempre
termina haciendo lo mismo (de hecho, una vez llegado al final, no pude dejar de
preguntarme si se trataba de una especie de precuela de Batman en la que se nos explica como Gordon llega a comisario).
También pululan por ahí Vicent Cassel, Joel Kinnaman y un casi anecdótico Jason
Clarke. Muchos nombres pero pocas nueces.
Al
final, la película logra mantener más o menos el interés, con algunos momentos
de acción bastante bien conseguidos, pero sobrevuela sobre ella constantemente
la sombra de la decepción, como si Espinosa fuese un jugador de cartas novato
que no sabe qué hacer con una buena mano. Desde luego, la historia podría haber
dado para mucho más. Pero habrá que conformarse con lo que hay.
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