martes, 3 de marzo de 2015

LA MUJER DE NEGRO: EL ÁNGEL DE LA MUERTE (3d10)

Es 1941 y los bombarderos nazis están arrasando Londres.
Así comienza la película y así termina la mejor escena de la misma, con una capital desolada y el sentir del verdadero horror entre los que se ocultan en los túneles de metro en espera de poder regresar a sus derruidos hogares.
En tal situación, un grupo de niños cuyos padres no pueden evacuar la ciudad son conducidos a una aldea de las afueras para instalarse en un viejo caserón abandonado. A partir de ahí, la nada más absoluta.
Poco antes de llegar a la casa, situada en una isla que conecta con tierra firme mediante una carretera transitable solo con marea baja, el bus que los lleva tiene un pinchazo y la protagonista aprovecha para separarse del grupo e internarse sola entre un pueblucho fantasma hasta el inevitable susto final. Apenas instalados en el caserón, la protagonista se va a dormir y tiene una pesadilla en la que va caminando sola por una especie de hospital hasta el inevitable susto final. Al despertar, acongojada, escucha ruidos en el sótano y no tiene mejor idea que bajar a investigar sola hasta el inevitable susto final.
Llevamos apenas diez minutos de película y las intenciones son claras. Descartando por completo el tono dramático existencial y atormentado que imperaba en la película del 2012 con Daniel Radcliffe, esta secuela se limita a buscar el susto fácil, empeñándose en situar a la joven maestra en situaciones rocambolescas (hay que ver lo que le gusta a esta chica eso de apartarse de los demás y quedarse al fantasma para ella sola) apropiadas para los sustos más predecibles posibles.
Es esta la típica película de apariciones fantasmales en primer plano y subidas estruendosas de la música que no aporta absolutamente nada más que el sobresalto facilón en una trama ridícula, carente de ninguna pretensión artística y con dos personajes protagonistas tan planos como sus propios intérpretes.
No es ya que la profesora Eve Parkins no produzca la suficiente empatía como para sufrir por ella, sino que consigue curiosamente el efecto completamente contrario. Tan empeñada parece en ponerse en situaciones de absurdo riesgo que sólo consigue que el espectador esté deseando que se la carguen ya a ver si así arranca de una vez la historia. Y poco más o menos pasa con el abofeteable niño que parece el centro de todo el drama, que en lugar de pena produce irritación de lo pasmao que está todo el film, convirtiendo un personaje aparentemente trágico en irritante.
No voy a negar que el público fácil de cero expectativas vayan a disfrutar con la película, pues los adolescentes entregados gritará cuando tienen que gritar y pegarán botes cuando los tienen que pegar, pero ello no es suficiente para justificar un nuevo bodrio más del mal llamado cine de terror que no hace más que enturbiar el grato recuerdo que había dejado su predecesora, aquella obra gótica que parecía abrir un renovado futuro a la Hammer.
La mujer de negro regresa, vaya usted a saber para qué, y sigue vengándose de algo que ni ella debe saber, saltándose cualquier norma en su razonamiento y propiciando giros de guion tan predecibles como estúpidos. Y todo para nada, ya que, si el mismísimo Harry Potter no pudo acabar con ella, ¿qué posibilidades tienen estos mojigatos de ahora?

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