sábado, 28 de febrero de 2015

NO CONFÍES EN NADIE * (4d10)

Dirigida (es un decir) por Rowan Joffre , que también se ocupa del guion (faceta que se le da algo mejor, a tenor de sus libretos en El Americano y 28 semanas después), No confíes en nadie recuerda a aquellos thrillers desconcertantes y rocambolescos que tan de  molda se pusieron en los noventa a raíz de títulos como Instinto Básico, Análisis Final o incluso El sexto sentido donde engañar al espectador y llevarlo por caminos equivocados hasta la inesperada y sorprendente revelación final que tras pasar la moda quedaron relegados a simples telefilmes de sobremesa.
Poco merecedora de reclamar nuestra atención por su escasa calidad es su interesante reparto lo que invita a acercarse a la adaptación de la novela de S.J.Watson, un reparto que solo puede comprenderse por un tema de amiguismo entre ellos. En resumidas cuentas, el matrimonio sobre el que gira la ficción tiene los rostros de Nicole Kidman y Colin Firth, que acababan de coincidir en la también prescindible Un largo viaje, mientras que Firth y Mark Strong (el tercero en discordia) ya debían estar enfrascados en el rodaje de Kingsman, servicio secreto.
La premisa puede parecer interesante, lo cual no es sinónimo de original. Una mujer, debido a un accidente, tiene graves lesiones cerebrales que le reducen su campo de memoria a un solo día. Así, cada vez que se va a dormir se despierta al día siguiente sin recordar absolutamente nada sobre sí misma y su paciente marido tiene que repetirle una agotadora rutina para permitirle acercarse a algo ligeramente parecido a la normalidad. Ya ven, algo así como el tipo de Memento o, ya cayendo por lo bajo, la Drew Barrymore de 50 primeras citas. Además, la repetición de la escena de Kidman despertándose amnésica cada mañana recuerda los momentos repetitivos de Atrapado en el tiempo o Al filo del mañana, pero sin su gracia, eso sí.
Todo cambia cuando entra en juego el doctor que interpreta Strong, que tras aconsejar a la mujer que grabe sus vivencias diarias en una cámara de vídeo a escondidas del marido consigue que empiece a recordar cosas.
Como digo, un planteamiento interesante que podría dar algo de juego (o haberlo dado, al menos, hace un par de décadas) si no fuese por la total incompetencia de su realizador, que bien poco ha debido aprender de su padre Roland Joffre, artífice de grandes títulos como La misión, La ciudad de la alegría o La letra escarlata. La realización no solo es plana, sino que la insistencia en saltar contantemente en el tiempo del Joffre hijo, como queriendo ser más descarado todavía en su imitación a Nolan, aburre soberanamente, haciendo que veamos una y otra vez escenas idénticas que no aportan nada y que solo consiguen entorpecer el ritmo de la narración. Hay un momento en que nada nos importa ya, y perder el interés por sus protagonistas es lo peor que puede pasarle a una película de intriga, que apunta a remontar cuando se alcanza el tercer acto y se descubren las trampas ocultas, pero que ya es demasiado tarde como para salvar la situación.
Parece como si, en un ataque de pedantería, Joffre considerase indigno el género del thriller y quisiera disfrazar su historia de drama intimista con lo que naufraga sin remisión, ayudado, en parte, por la total falta de química existente entre la Kidman y Filth.
Al final, se trata se una simple pérdida de tiempo que podría haber dado el pego como episodio aislado en una de aquellas series al estilo Alfred Hitchcock presenta pero nunca como un largometraje digno de ser estrenado en cine. Se puede soportar por el siempre solvente Strong (que también está lejos de sus mejores interpretaciones) y poco más.

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