domingo, 1 de febrero de 2015

LAS OVEJAS NO PIERDEN EL TREN (6d10)

Podría decirse que Las ovejas no pierden el tren es el primer intento del año de repetir el éxito de las comedias españolas que dominaron el 2014. No en vano tenemos como protagonistas a Raúl Arévalo e Inma Cuesta, los grandes triunfadores del año con La Isla mínima y Tres bodas de más, aunque son solo la punta del iceberg de un reparto coral que recuerda al caso de La gran familia española.
Sin embargo, analizada en profundidad, poco de comedia tiene esta amarga historia sobre el complejo de Peter Pan, en la que tres parejas muy diferentes entre sí se enfrentarán a sus propios miedos e inseguridades y, sobre todo, a la falta de madurez ya sea profesional o emocional.
Alberto y luisa son los que llevan el peso de la historia, una pareja que se niega a aceptar que está en crisis y que parecen querer huir de sus problemas trasladándose a una casa en un entorno rural donde él pueda centrarse en su trabajo como escritor. Cerca de ellos se encuentra Sara, la hermana de Luisa, en eterna búsqueda del amor perfecto y que cree encontrarlo en la figura de un periodista deportivo, y Juan, hermano de Alberto, que pretende superar el dolor de su divorcio con una relación con una chica veinte años más joven que él.
Pero más allá de los enredos y situaciones equívocas que puedan ocasionar estas tres parejas y que ofrecen los alivios cómicos del film, lo cierto es que el retrato de una generación, la que se pierde en la frontera de los cuarenta, resulta definitivamente agridulce, teniendo más consistencia el sabor de las rupturas sentimentales que el aroma de los nuevos amores, y acariciando de refilón otros temas de no menos importancia como los problemas económicos, la soledad de los padres mayores o incluso la enfermedad (maravillosa la interpretación de Miguel Rellán como un hombre afectado de Alzheimer).
No podemos hablar de una película redonda, quizá ni siquiera a la altura de alguna de las comedias costumbristas que sedujeron a la taquilla el año pasado (es inevitable añadir a las ya mencionadas a Ocho apellidos vascos), sobre todo porque no todo el mundo va a aceptar de buen grado que la película carezca del humor suficiente que se presupone con su promoción, pero el carisma de sus intérpretes es suficiente para llevar el film a buen puerto, dejarse engañar por el regusto optimista de su conclusión y hasta sabernos reconocer reflejados en los espejos de alguno de los personajes que pululan por pantalla.
Tan tópica como simpática, Las ovejas no pierden el tren no va a suponer un futuro referente para la filmografía española, pero tampoco la desmerece en absoluto.

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