sábado, 3 de enero de 2015

THE IMITATION GAME (DESCIFRANDO ENIGMA) (8d10)

El debut en Hollywood del noruego Morten Tyldum es una interesante película sobre el descubrimiento científico más importante de la década de los cuarenta y que pudo suponer la inclinación de la balanza hacia el lado de los aliados durante la II Guerra Mundial.
Sin embargo, podría parecer también un vehículo destinado solamente al lucimiento de uno de los actores más en forma del panorama actual, un Benedict Cumberbatch que se hace dueño y señor del film y llena la pantalla en cada plano en que aparece, que –también es cierto- son la mayoría.
Emparentado a simple vista con su televisivo Sherlock, Alan Turing es un personaje de inteligencia extrema, calculador y extremadamente lógico, pero a la vez incapaz de mostrar cualquier síntoma de empatía con su entorno. Engreído, soberbio y cruelmente sincero, el problema de Turing no es que esté por encima de los demás, sino que es plenamente consciente de ello. Por eso el programa secreto en el que participa junto a otros matemáticos  para desvelar las claves de las comunicaciones encriptadas de los nazis (mediante el ingenio denominado Enigma) parece condenado al fracaso. Pero su dedicación absoluta y obsesiva, junto con la entrada en el proyecto de Joan Clarke (¡¡una mujer inteligente en un mundo de hombres!! ¡qué escándalo!), que logrará sacar el lado más humano de Turing hasta hacer que colabore con sus compañeros, propiciará que se invente una máquina (antecedente de los ordenadores actuales) que interprete los mensajes alemanes y permita a los aliados anticiparse a sus movimientos.
The imitation game (que es el nombre del primer estudio que publicó Turing sobre su invento, mucho antes de entrar en el equipo secreto del gobierno británico) es una drama basado en la historia real de este proyecto que había permanecido oculto hasta hace un par de años y de un hombre que realizó uno de los mayores avances científicos de la época y que, por su condición de homosexual, no fue reconocido hasta ahora como el principal causante del final de la guerra. Quizá el film no logra transmitir con acierto la construcción de la máquina definitiva, llamada Christopher (quien no sea matemático, informático o ingeniero seguramente no alcanzará a comprender como funciona exactamente el invento) pero sí ahonda a la perfección en la psique del matemático protagonista, empleando unos flashbacks para mostrar su infancia que, si bien al principio parecen estorbar a la historia principal, a medida que las dos tramas avanzan en paralelo lo sucedido en una termina influyendo en la otra, logrando un paralelismo armónico y consecuente.
El guion, obra del debutante Graham Moore a partir de un libro de Andrew Hodges, roza la perfección para un relato de ficción, pero se muestra demasiado preciso para tratarse de una historia real. Todo cuadra en su justa medida, todo se estropea y se arregla justo cuando se tiene que estropear y arreglar, y eso resta algo de verosimilitud a la historia que, por otro lado, se permite invitar a la reflexión en temas como la homosexualidad o el poder de decisión que, con el código Enigma descubierto, les permite decidir quién va a vivir y quien va a morir en una de las guerras más horribles de la historia de la humanidad (en cierto momento se dice, muy acertadamente, que están incluso por encima de Dios).
Es posible que, debido a la escasa experiencia de director y guionista para un proyecto de cierta envergadura, falte algo de alma en la historia, pero allí donde ellos no llegan se encuentra Cumberbatch, que si ya acostumbra a estar excelente en personajes aparententemente tópicos (me viene a la memoria su Khan de Star Trek: En la oscuridad y ardo en deseos en verlo interpretar al Doctor Extraño en el Universo Marvel) raya la perfección con interpretaciones más complejas como su versión de Julian Assange o el esclavista Ford de 12 años de esclavitud. Aquí está magistral, con unos matices que, como dije al principio, puede recordar mucho a su Sherlock pero al que dota de una humanidad y unas debilidades ocultas bajo su fachada de perfección que logra que veamos las diferencias en el personaje de ficción que es el detective de Baker Street y el personaje real que fue Alan Turing. Tanto es así que logra, incluso, minimizar la aparición de secundarios de renombre como la cada vez más excelente Keira Knightley, el enigmático Matthew Goode o las presencias siempre efectivas de Mark Strong o Charles Dance.
En definitiva, una interesante escenificación de un hecho que cambió la historia, una reflexión sobre el poder de decisión y la represión social de la época y una interpretación genial que debía llevar a Cumberbatch camino del Oscar.


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