miércoles, 21 de enero de 2015

ST. VINCENT * (5d10)

Poco de original hay en St. Vincent, una película que sigue el patrón clásico del viejo cascarrabias al que no soporta nadie que, por caprichos del destino, termina conviviendo de una manera u otra con un chaval que le va a saber sacar lo mejor de sí mismo, llegando a aprender mucho el uno del otro en una simbiosis predecible desde el primer minuto.
Es lo que hemos visto en mil películas y que solo el año pasado me vienen a la mente Una noche en el viejo Méjico o ¡Así nos va!, aunque aquí además le roban alguna idea a El diario de Noa y pretenden abusar algo más de lo “políticamente incorrecto” de otras ocasiones, presentándonos al Vicent este como un bebedor empedernido, habitual a las prostitutas y que, como en la reciente El jugador, pretendiendo salir de sus deudas a base de endeudarse más aún.
Con una moraleja pobre, algo de misticismo religioso (muy abierto a todos los cultos, no se nos vaya a ofender alguien)  y un previsible final feliz tan edulcorado que hasta consigue emocionar, la película pretende divertir sin abusar del chiste, con un toque de amargura que la dignifica bastante y evitando caer en la tentación de aprovechar la presencia de Melissa McCarthy en su reparto para caer en el histrionismo, mientras que la prostituta embarazada que representa Naomi Watts solo gana enteros en su versión original con su esforzado (y ya utilizado en Promesas del este) acento ruso.
Aparte de pasar un rato entretenido sin demasiadas pretensiones con la fábula de que todos tenemos algo de valor en nuestro corazoncito y siempre que no esperemos que las tramas secundarias se resuelvan con suficiente coherencia (¿qué pasa con las deudas?, me pregunto), ¿qué otro aliciente podría haber para interesarse por esta película.
La respuesta es tan sencilla como obvia: Bill Murray. Toda la película gira en torno a su personaje, que tiene manga ancha para hacer lo que se le antoje y, aun teniendo en cuenta que hace un poco lo de siempre (recuerden, por ejemplo, ese divertido entretenimiento navideño que era Los fantasmas atacan al jefe), este actor es inmenso, y es tan poco frecuente verlo actualmente en una película (en un papel importante, al menos), que solo por él ya vale la pena pagar la entrada.
Bill Murray es Vicent tal y como St. Vicent es Bill Murray. Y viendo a él en acción nos damos cuenta de que todo lo demás es como un borrón de cosas que suceden a su alrededor. Si es usted de los que disfrutan de este actor (que ya fue de lo mejor de la fallida Monuments men), esta película le ofrece un reencuentro con el gran Peter Venkman (por mucho que pasen los años Murray siempre será un cazafantasmas en nuestro recuerdo). Si, por el contrario, es de los que aborrecen sus tics y manías, huyan de este título. Poco o nada encontrarán que les interese.
Yo, por lo menos, me entrego a Murray. Aunque a poco más.

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