domingo, 25 de enero de 2015

INTO THE WOODS (6d10)

Después de Chicago y Nine, Rob Marshall parece querer especializarse definitivamente en la adaptación al cine de exitosos musicales de Broadway, y este Into de Woods, con música y letra de Stephen Sondheim es la última prueba de ellos.
Sin embargo, hay una notable diferencia entre sus dos trabajos anteriores y este y es que mientras que en aquellos los números musicales tenían un intencionado toque de teatralidad, perteneciendo las canciones a momentos imaginarios o de marcado toque surrealista, aquí deben integrarse perfectamente en la narración, huyendo de vistosas coreografías e iluminaciones escénicas diferentes a las del resto del film, y aquí es donde Marshall muestra sus mayores carencias como director, consiguiendo que el ritmo narrativo se resienta por culpa de la incorporación de canciones que lastran la historia y que están repartidas de manera desigual, de forma que en algunos momentos climáticos casi hasta desaparezcan de la ecuación.
Además, una vez más nos encontramos con un buen ejemplo de lo complejo que es a veces realizar una adaptación cinematográfica de algo creado para cualquier otro medio (ya sea la novela, el comic o, como en este caso, el teatro) ya que los tempos cinematográficos tienen unas normas propias que no pueden obviarse a la ligera. Así, mientras en Broadway funcionaba correctamente la división de la historia en dos partes bien diferenciadas, con un intermedio por en medio que facilita incluso el cambio de estilo entre ambas, en cine se hace extraño que haya un clímax a todas luces definitivo a mitad del film para, a continuación, presentarnos una segunda mitad del metraje con un estilo muy diferente a los visto hasta ahora.
Into the Woods es una amalgama de los principales cuentos clásicos infantiles, tales como Caperucita Roja, Cenicienta, Jack y las habichuelas mágicas y, en menor medida, Rapunzel, aunque toma prestados elementos de otras historias. Un frondoso bosque es el nexo de unión entre todos ellos, con una pareja de panaderos que para poder tener hijos reciben el encargo de una bruja de conseguirle varios objetos de gran valor para ella como excusa argumental.
Una vez más debo reseñar las diferencias entre cine y teatro, pues mientras allí están sujetos a la dictadura del decorado aquí pueden permitirse regodearse en todos los escenarios posibles. Por ello resulta extraña la imposición de tener que conocer de antemano las historias originales (por mucho que se dé por hecho que todo el mundo las conoce) ya que el guion de James Lapine (demasiado empeñado en mantenerse milimétricamente fiel a su propio libreto escénico) y que provoca que la mayoría de las aventuras de los protagonistas sucedan fuera de plano, resultando forzado ver por tres veces a Cenicienta huir del Castillo del príncipe cuando no nos muestran en ningún momento el interior de la fiesta, la historia de Rapunzel no solo es contada con una leve pincelada sino que además ni siquiera se resuelve satisfactoriamente y la gran amenaza de los gigantes que alcanzan el reino no lo es tanto cuando no se nos permite ver a Jack en el mundo que hay a lo alto de la planta de habichuelas. ¿Acaso algún directivo de la Disney imaginó este Into the Woods como una versión de cuento de Los Vengadores, siendo recomendable para digerirla mejor haber visto antes la versión animada de Rapunzel, el Jack, el caza gigantes de Bryan Singer, y la inminente La Cenicienta de Kenneth Brannagh (para Caperucita casi me da miedo tener que quedarme con la versión de Catherine Hardwicke, ya que la magnífica obra de Neil Jordan se aleja demasiado al clasicismo del resto)?
No es la dirección de Marshall tan excesivamente teatral como lo fue Tom Hooper con Los Miserables, aunque se le acerca bastante, y su arranque tan disperso no nos prepara para el cambio de estilo que se avecina, pasando de un edulcorado musical al más puro estilo Disney (aunque afortunadamente se mantiene la mala leche y el humor negro de alguna de las canciones) a una historia oscura y dramática que hace pensar que la película habría resultado mucho más interesante de haber apostado desde el principio por esa línea tan macarra y turbia que la hace crecer como película aunque se intuye que algo pueda haberse suavizado al estar tras ella la productora de las orejas.
Al final, el resultado termina entreteniendo, consiguiendo incluso momentos muy divertidos (me quedo con la canción en la que se analiza quién tiene la culpa de todo lo sucedido) y un reparto bastante lujoso donde (vaya usted a saber por qué) se ha resaltado a una multinominada para todo (como siempre) Meryl Streep que aun haciéndolo bien me parece casi una imitación gestual y de miradas al excentricismo de Johnny Deep, mientras que el publicitado Deep hace apenas un papelito de esos de “pasaba por ahí”.
Debo terminar recomendándola, pues sentí en el cine como iba de menos a más y una vez aceptada la división de dos almas diferentes en el argumento pasé un rato francamente agradable, pero hay demasiadas objeciones para poder aplaudirla como me gustaría, advirtiendo también que quien más desconcertado se pueda sentir en la sala es un público potencialmente infantil que se van a encontrar con una historia final con mucho drama, muertes, infidelidades, abandonos familiares, asesinatos y secretos no desvelados que en ningún momento buscan una moraleja educativa, sino un análisis supuestamente corrosivo y cruel (aunque se queda algo corto) de la sociedad.
Me temo que, al final, los árboles no nos permiten ver el bosque. No tan bien como deberíamos, al menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario