lunes, 8 de diciembre de 2014

TRASH, LADRONES DE ESPERANZA (6d10)

Los que han querido ver en esta película brasileña ecos de Ciudad de Dios no estarían para nada equivocados. De hecho, el director y guionista Stephen Daldry, conocido por Billy Elliot, Las horas o El lector, contactó con Fernando Meirelles para pedirle asesoramiento y este se implicó tanto con el proyecto que terminó participando en la producción del mismo.
Y es que Trash, ladrones de esperanza, está, como Ciudad de Dios, ambientada en el terrible submundo de las favelas, donde niños y mayores se ganan la vida con tareas tan crudas como, por ejemplo, rescatar algo de valor (botellas de plástico, metal...) de gigantescos vertederos de basura.
La diferencia está en que mientras Meirelles apostaba -basándose en una historia real- en el drama puro y duro, con apenas unas gotas de acción, la película de Daldry, basada en la novela de Andy Mulligan, es en realidad una aventura juvenil que bien podría recordarnos a unos socialmente maltratados Los Cinco o ser el reverso pobre y desamparado de la reciente adaptación de los hermanos Zipi y Zape.
Todo comienza cuando, tras un breve prólogo en el que vemos a un hombre durante un funeral, siendo luego perseguido y atrapado por la policía, no son antes conseguir arrojar una billetera al interior de un camión de basura, dos niños, Raphael y Marco, a los que luego se les unirá Rata, encuentran en el vertedero la misteriosa cartera en cuyo interior, aparte de algo de dinero, hallarán las primeras pistas para resolver un misterio que pondrá en peligro sus vidas y las de los que los rodean.
Así, aun estando muy presente durante toda la película, la pobreza y la corrupción en Brasil es tan sólo el telón de fondo para una aventura detectivesca con claves secretas y villanos malvados que, si acaso, peca de endulzar demasiado la trama en algunos momentos concretos.
Con el magnífico Martín Sheen y la melancólica Rooney Mara como nombres destacados de la producción (más reclamo comercial que otra cosa, los niños son quienes en todo momento llevan el timón de la trama), pero protagonizada realmente por tres chavales prácticamente rescatados de la calle y sin ningún bagaje cinematográfico, la historia es un laberinto de percusiones, emocionante, tierno, divertido y, también, de momentos dramáticos y angustiados, cuyo único pecado es no ser en ningún momento creíble.
Hay escenas que no se sostienen de ninguna manera, algunos personajes destacan por su simpleza (sirva como muestra el jardinero del corrupto Santos que casi sin venir a cuento les revela a los niños todo el misterio o la forzada aparición -y la ausencia posterior de reacción- del personaje de la niña) y las motivaciones sorprendentemente honestas y bienintencionados de los niños carecen de fundamento. Pero está claro que la intención de Daldry no era la de ofrecer un intenso drama real, sino encuadrar dentro de la Brasil más sucia y corrupta un cuento de hadas según el cual todavía hay esperanza para el mundo y donde los buenos son muy buenos y los malos muy malos, sin margen para grises nebulosos.
Cada uno tiene derecho a decidir sus intenciones y no voy a ser yo quien discuta las de Daldry, que ha preferido acercarse más (si me permiten la comparación) al estilo narrativo de Spielberg que al de Oliver Stone. O que Meirelles, ya puestos.
Trash, ladrones de esperanza es bienintencionada y positiva, y eso tampoco viene nada mal, ¿no?

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