jueves, 18 de septiembre de 2014

BOYHOOD (8d10)

Resulta complicado diferenciar la calidad propia de esta película con la faraónica producción que la ha hecho posible. La mayoría de los medios no han sido capaces de hacerlo y voy a tratar de no caer en ese error. Así que, para quien no sepa de qué va la cosa, lo explico brevemente y me lo quito de encima.
Boyhood comenzó a rodarse hace doce años. Richard Linklater, guionista y director, quería contar la historia de un chico desde que era un niño pequeño hasta su marcha a la universidad, y convertir sus aventuras en un reflejo de la vida. Y para ello, en lugar de recurrir a diversos actores o a poco efectivos maquillajes, decidió rodar la película en tiempo real, reuniéndose con los intérpretes unas pocos días cada año hasta llegar a la culminación en 2014.
Y dicho esto, y sin dejar de maravillarme por tan peligrosa y valiente idea, voy a tratar de olvidarlo pues me parece injusto que se hable más de como se hizo la película que de sus valores propios.
Y es que Boyhood es una película deliciosa. Quizá no me he dejado cegar tanto por ella como otros colegas que la califican como una absoluta obra maestra (algunos momentos resultan algo tediosos y el peligro de querer identificar a todos los adolescentes en los rasgos del protagonistas puede llegar a molestarme) pero no voy a poner en duda lo magistral que es, cómo Linklater ha conseguido hacernos partícipes de los pensamientos y los deseos y frustraciones de un niño y cómo una parte de nosotros ha aprendido a crecer a su ritmo.
Uno de los peligros a los que se enfrentó Linklater en su epopeya fue la de trabajar con niños que, quizá, no tuviesen las mieles del éxito y la fama como aspiraciones futuras (eso precisamente le sucedió con Lorelei Linklater, la hermana del protagonista, que no ha seguido su carrera como actriz y que de no ser hija del director quizá los hubiese dejado en la estacada) o, simplemente, al crecer, no diesen la talla como actores. Por eso, la interpretación de Ellar Coltrane en el papel de Mason, el protagonista, es correcta pero no especialmente destacable, y muestra de ello es lo poco activo que ha estado en los últimos años.
Por fortuna, para compensar estas debilidades, Linklater recurrió a dos apuestas seguras para interpretar a los padres separados de Mason, Patricia Arquette y Ethan Hawke, viejo conocido del director con quien ya ha participado en otro experimento menos arriesgado como fue describir la vida de una pareja a lo largo de tres películas (Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer).
Pero en realidad, los actores son casi lo de menos. La vida es, permítanme la cursilería, la gran protagonista de la película. Los sueños, las aspiraciones, las dudas y temores… Todo aquello a lo que se debe enfrentar un adolescente al llegar a esa maravillosa/terrible edad en la quede alzar el vuelo y alejarse del nido y cuyos resultados de sus aciertos/errores pueden verse reflejados en las vidas de sus propios padres.
Esa búsqueda de la identidad, ese primer amor, ese sueño artístico… Todas las facetas por las que pasa Mason están perfectamente definidas alrededor de casi tres horas de películas durante las cuales el chico creará un universo propio que, por mucho que pretenda mantener cerrado en una burbuja, se verá constantemente afectado por elementos externos (la relación casi a distancia padre-hijo, las diversas parejas de su madre, las mudanzas continuas…).
Pero Boyhood no solo es una obra de guion, sino que Linklater se luce tras las cámaras, con una fotografía maravillosa en las que consigue que el paisaje forme parte de la historia, contribuyendo a la soledad, alegría, emoción… que pueda sentir el protagonista.
Utilizando de manera sutil la tecnología para demostrarnos el paso de los años y no desorientar demasiado con tanta elipsis (la mejor manera de situarse en el tiempo es viendo con que consola juegan los niños si hablan sobre Facebook o utilizan washapp), lo que más se echa de menos en pos a esta unión con la realidad de la que nunca quiere desprenderse la película es el destino de algunos personajes secundarios que, como en la vida, desaparecen de la historia dejándonos con un extraño sabor de boca. Eso y algunos diálogos algo pedantes del Mason más adulto, son los pocos detalles negativos de un film para disfrutar que invita a salir de la sala con una sonrisa en el rostro y e incluso invita a la reflexión a todos aquellos que, a lo largo de la vida, hemos actuado como padres o como hijos.

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