Juntos
y revueltos es el título de la última estupidez de Adam Sandler, ese tipo que
se cree gracioso pero no lo es y que cada año con tortura con alguna comedia al
uso, todas cortadas por el mismo patrón, que representa con total cara de pasmo
y sin el más mínimo recurso interpretativo.
Y a los que vayáis a odiarme por criticar tan duramente a un tipo que
(de forma incomprensible) es idolatrado por muchos, recordad simplemente los
batacazos que se ha pegado cada vez que ha intentado hacer algo ligeramente más
serio, como En algún lugar de la memoria
o Hazme reír.
A
su lado está Drew Barrymore, esa actriz totalmente desubicada que lo mismo
pretende ser una sexy chica de acción como en Los Ángeles de Charlie como una estrella del cine romántico sin
llegar a cuajar en ningún sitio, de manera que no es ningún referente para las
generaciones más jóvenes mientras que para las más veteranas siempre será,
simplemente, la niña de ET.
Ambos
coinciden después de haberlo hecho ya en 50 primeras citas y, francamente,
viendo el carrerón que ambos llevan y la extraña pero reconocible química que
hay entre ellos no me cabe la menor duda en que volverán a hacerlo en un futuro
próximo.
En
la película que toca interpretan un padre viudo y una madre divorciada que nada
más conocerse se odian a muerte y que cualquiera que sepa algo de cine sabe que
van a acabar enamorados. La excusa para que estén obligados a encontrarse
constantemente es un viaje a un resort en África (un resort de cartón piedra
que más que un hotel parece Disneylandia) donde casi se puede adivinar lo que
va a suceder antes de que ocurra.
No
es que la previsibilidad sea lo peor de la película, desde luego, ya que
tampoco vamos a pedir milagros y las comedias románticas tienen unos esquemas
de los que es muy difícil salirse (me viene a la memoria (500) días juntos y poco más), lo peor es que la mayoría de la película
no tiene nada de gracia, los chistes son zafios y la mayoría de las escenas
absurdas e incomprensibles. Baste decir que al final ellos dos resultan ser lo
mejor de la función, ya que les rodean un elenco de secundarios insoportable
(el clásico matrimonio donde ella es una rubia tetona tonta, el omnipresente guía-mayordomo
o lo que sea del hotel o un grupo musical que podría haber dado mucho juego y
en lugar de ello son espantosamente insoportables) en una historia que arranca
espantosamente mal y que solo a partir de la mitad del metraje, cuando se dejan
de tanto sketch trillado y ahondan en la ternura y la sensibilidad de sus
historias, te permiten simpatizar algo con los personajes y comienzan a
invitarte a, por lo menos, sonreír levemente.
Curiosamente,
lo que mejor funciona de la película (y esto es una prueba de lo fallida que
es) son los momentos dramáticos, referentes a la muerte de la esposa de Sandler
o al espantoso y egoísta padre que resulta ser el exmarido de Barrymore (Joel
McHale, el Jeff Winger de Community).
Que la escena que recuerdo con mejor agrado de una comedia absurda como esta
sea a Drew Barrymore cantando a las hijas de Sandler Somewhere over the rainbow, el tema de la película preferida de la fallecida
madre y esposa dice poco a favor de la producción.
Con
todo, y a pesar de sus muchos errores y momentos bochornosos, la película logra
distraer levemente y provocar algún momento de complicidad, logrando hacia su
final alzar mínimamente el vuelo, o al menos lo suficiente como para estar por
encima de otras obras recientes de Sandler como Niños Grandes 2 o, sin ir más lejos, la reciente comedia estúpida
de No hay dos sin tres.
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