jueves, 10 de julio de 2014

MIL MANERAS DE MORDER EL POLVO (5d10)

Después de la exitosa Ted, que con apenas cuatro duros arrasó en taquilla convirtiéndose en uno de los éxitos sorpresa del 2012, todas las miradas estaban atentas a ver cuál era el próximo paso de Seth MacFarlane, el nuevo niño mimado de Hollywood que ha triunfado en televisión con Padre de familia y American dad, ha sido monologuista, compositor y cantante musical e incluso ha presentado una gala de los Oscars.
Con semejante currículo estaba claro que el cine debía ser su máxima ambición, así que se atrevió a arriesgar y apostar por un género claramente marginal en nuestros tiempos como es el western, cuyas únicas representaciones en los últimos tiempos (si dejamos de lado títulos de corte más intimista) estarían en Valor de ley, de los hermanos Coen y El llanero Solitario, de Gore Verbinski, y ninguna de las dos fueron verdaderos fenómenos en taquilla.
En Mil maneras de morder el polvo MacFarlane, además de ridiculizar y exprimir al máximo todos los tópicos del género trata también de homenajearlo, estando ahí lo mejor del film, con escenas que nos retrotraen a los grandes clásicos y una intensa banda sonora que bebe del mejor Morricone, Berstein y compañía. Para ello, el director de Connecticut ha tirado de agenda y ha conseguido reunir a grandes nombres del cine actual, destacando una deslumbrante CharlizeTheron, un Liam Neeson de fuerte presencia y una Amanda Seyfried acostumbrada a lidiar con grandes estrellas sin dejarse amedrentar. Y no debemos olvidar el buen aporte de algunos secundarios, como Giovanni Ribisi, Sarah Silverman o el cada vez más activo Neil Patrick Harris tratando de desprenderse sin conseguirlo demasiado de su Barnie de ¿Cómo conocí a vuestra madre? El problema, sin embargo, está en que el ego de MacFarlane parece haber crecido tanto que decide reservarse también el papel de protagonista absoluto de la obra, no estando su talento interpretativo a la altura de las circunstancias y tratando de cargar sin conseguirlo con el peso de una historia que se desmorona a su paso.
Albert es un ovejero bastante cafre que se conforma con su vida sencilla junto a sus amigos Edward y Ruth y el gran amor de su vida, Louise. Pero cuando Louise se da cuenta de que es un donnadie y que nunca dejará de serlo decide romper con él y cambiarlo por el exitoso propietario de una tienda de artículos para bigotes, Foy. La vida de Albert se desmorona entonces más de lo habitual y solo la aparición de la atractiva pero dura Anna dará un toque de luz a su amarga existencia. Lo que nadie imagina es que Anna es también la esposa del peligroso ladrón y asesino Clinch Leatherwood.
Como verán, no es que el argumento sea nada del otro mundo, y desde el primer momento se adivina que la historia de una chica atractiva ayudando al protagonista a ser más hombre para acabar seduciendo a la dueña de sus sueños que lo desprecia y ningunea sólo puede acabar con el amor entre ambos. Lo importante de verdad es la sucesión de chistes, a cual más gamberro que campan por sus anchas por la película. Unos chistes que van de lo zafio a lo puramente escatológico y que si bien en algunos casos consiguen fácilmente la carcajada en otros son demasiado desagradables como para aplaudir el ingenio de MacFarlane, que hecha por la borda cualquier momento de inspiración anterior cuando se deja llevar por sus propios tics.
Siendo justo, son más los chistes correctos (algunos incluso brillantes) que los escatológicos, pero estos segundos tienen una fuerza y contundencia tal que al final se conservan en la memoria por encima del resto, haciéndonos pensar que la película parece peor de lo que en realidad es. Además, la presencia del propio MacFarlane hace que el humor visual quede en segundo plano ante un uso y abuso de diálogos para su mayor lucimiento, con lo que cas nos encontramos con una sucesión de monólogos que terminan por cansar.
Aciertos y despropósitos a partes iguales, lo mejor es el retrato realista que se ofrece de la época (mucho menos limpia y glamurosa de lo que Gary Cooper y compañía nos querían hacer creer), sucia y cruel. Y, como en Ted, las dos escenas más aplaudidas y recordadas serán las correspondientes a los cameos (la aparición de Flash Gordon en aquella es sustituida por dos inesperados protagonistas de westerns), que lamentablemente pierden fuerza al haber sido publicitados con anterioridad en diversos medios (y hablo también de revistas especializadas, que no siempre es todo culpa de Internet) y que, por supuesto, no voy a revelar aquí. Nos quedamos así con la reflexión con la que Albert describe al Salvaje Oeste y con algunos momentos especialmente inspirados como los padres de Albert, la coña con las fotografías, etc. Claro que los mejores chistes son, como es habitual, los que ya se ven en el tráiler.
Irregular en su ritmo y para paladares poco sensibles, la película divierte y entretiene, pero deja con una amarga sensación de que se ha perdido la oportunidad de ofrecer una gran comedia, de la que se queda sólo a las puertas.


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