domingo, 18 de mayo de 2014

GODZILLA (5d10)

Decepcionante.
Así de claro. Si no le gustan las críticas largas puede ahorrarse el resto del comentario. Una sola palabra resume a la perfección la sensación que a uno se le queda en el cuerpo después de ver al nuevo Godzilla.
Decepcionante.
No es una película mala, ni mucho menos. Incluso tiene momentos brillantes. Pero toda la genialidad que se intuía en su alargada campaña promocional y en esos trailers intensos que sin mostrar nada te dejaban inquieto ante lo que se insinuaba desaparece a los diez minutos de película y no vuelve a aflorar, y con cuentagotas, hasta la batalla final, larga y emocionante pero con demasiado regusto a Los Vengadores y, sobretodo, El hombre de Acero. Es decir, una hora y pico de absoluto vacío para darlo todo en un final de traca destruyendo una ciudad entera.
Después de dos prólogos (uno durante los títulos de crédito) sobre las pruebas nucleares de 1954 y el posterior salto a 1999 en Filipinas, que ya va poniendo los dientes largos sobre lo que nos espera, el principio es notable, con dos actores excelentes llevando la narración: efímero Bryan Cranston y anecdótica Juliette Binoche. Ambos, Joe y Sandra Brody, trabajan en la central nuclear de Janjira hasta que un accidente nunca aclarado provoca una fuga radioactiva que obliga a desalojar la zona y ponerla en cuarentena. De aquí saltamos quince años en el futuro cuando  el hijo de los Brody, Ford, ya es un adulto de pelo en pecho, soldadito fiel del ejército americano, amante padre y esposo y desconfiado hijo que no cree a su demente padre que sigue obsesionado con la explosión nuclear que le truncó la vida y lo arrastra hasta el cementerio de hormigón en que se ha convertido Janjira en busca de respuestas.
Hasta aquí la película tiene un ritmo notable, con una tensión palpable que va in crescendo sin necesidad de haber visto todavía bicho alguno, aunque el detalle de ver a Joe Brody gritando que algo malo está pasando sin que nadie le haga el más mínimo caso empieza a oler un poco mal, siendo tan manido como en la mayoría de las películas catastrofistas de Roland Emerich. Como sea, a partir de ahí la película comienza a ir cuesta abajo, resultando irónico que la aparición del monstruo de turno, que resulta no ser Godzilla, sino un Oteni (organismo terrestre no identificado). Y aquí encuentro el primer gran fallo, y es que el bicho de marras es espantosamente feo. De aspecto insectóide (un cruce entre una araña y una amantis religiosa) su diseño bebe demasiado del Alien de H.R. Giger y un robot, ya que tanto la confección de sus patas como su cabeza se me antojan ligeramente metálicos lo que, sinceramente, me saca de la historia y me hace olvidarme que estoy ante una superproducción estadounidense que hasta ahora era visualmente impecable.
A partir de ahora el protagonismo absoluto recaerá en Ford Brody, un insustancial Aaron Taylor-Johnson que no estaba mal en Kick-Ass y lo hacía francamente bien en Anna Karenina pero que no debía tener un buen mes mientras rodaba Godzilla pues está de lo más apático. Y ese es el segundo gran fallo de la película, pues su presencia molesta más que otra cosa (como sucediera con Matthew Broderick en el film del 98). Entiendo que lo que han pretendido los productores es dar más importancia al hombre que al monstruo, recordando que Godzilla es en realidad una metáfora sobre lo letal que puede ser la humanidad para sí misma, pero el camino elegido no ha sido ni de lejos el más acertado. Ford se pasará toda la película bailando al son de un “deus ex machina” que resulta mucho más inverosímil que la propia existencia de los monstruos atómicos. Verlo sobrevivir una vez a una situación mortal para el resto de sus acompañantes tiene un pase, pero a la tercera la paciencia del espectador empieza a flojear y todo amenaza con ser tomado a cachondeo.
Además, su participación implica una subtrama dramática con su mujer (Elizabeth Olsen, otra que pasaba por ahí y cuya presencia solo sirve para que ella y Aaron empiecen a conocerse un poco de cara a generar la química necesaria para la inminente Los Vengadores: la era de Ultron, en la que interpretarán a los hermanos Maximoff) y su hijo que jugarán un cansino “¿dónde estás que no te encuentro?” cada uno por su lado al más puro estilo Lo imposible, que para nada conecta con la emotividad del público.
Mientras, aparece por ahí un segundo Oteni (un macho y una hembra, claro, porque ya demostró Alien y su secuela que toda peli de monstruos que se precie debe tener una amenazante escena de “huevos” para que funcione) y ya es entonces cuando, por fin, el señor Godzilla se digna a aparecer.
Sentadas las bases de la acción y con un patético ejército americano dando tumbos por ahí como gallina sin cabeza, generando más peligro que soluciones, y con otra muestra de la desidia de los actores participantes, pues se dejan ver por ahí actores de renombre y demostrada calidad como Ken Watanabe, Sally Hawkins y David Strathairn y todos se limitan a poner la misma cara durante todo el metraje, se empieza a intuir que Godzilla no va a ser, ni mucho menos, la gran amenaza que nos estaban vendiendo, sino más bien… Y ahí lo voy a dejar, que a veces me pierdo y explico más de la cuenta.
Godzilla no es el protagonista de la película, por más que cuando aparece su presencia sea imponente y amenazadora, y el director, Gareth Edwards, prefiere el juego de la sutileza antes que la destrucción masiva que tanto hace disfrutar a Emmerich, director de la anterior aproximación yanqui al Kaiju japonés. En este sentido, hay que agradecer que no se limite a mostrar durante dos horas a Godzilla luchando contra los Oteni (para eso prefiero revisionar el King Kong de Jackson y la escena entre el simio gigante y el dinosaurio) que podría haber resultado tan cansino como Pacific Rin (de la que trata de desmarcarse desde el primer momento) hasta el punto que la escasa aparición del lagarto mutante recuerda al trabajo de Spielberg en Tiburón o los minutos iniciales de Parque Jurásico.
Algo debimos olernos cuando se contrató a un director como  Gareth Edwards para el film, sabedores de que su única película, Monsters, era una película de extraterrestres sin apenas extraterrestres y que funcionaba como metáfora social rodada con apenas cuatro duros. Lo segundo preocupante era la clasificación moral de siete años.
Godzilla bebe mucho de sus referentes japoneses y apuesta por un toque intimista que podría haber funcionado si no fuera porque termina aburriendo. Pasan muchas cosas, hay mucha acción, pero el estar constantemente esperando la aparición triunfal del monstruo hace que todo el tramo central de la película nos sobre, pese a contener algunas secuencias hermosas (como la del salto en paracaídas, justo la misma que nos muestras prácticamente entera en el tráiler) y una impactante banda sonora a cargo de Alexandre Desplat. Así, yo me pregunto: ¿vale la pena tanta acción y destrucción si al final vamos a ver más los resultados que los hechos?
Con una tonalidad gris que predomina gran parte de la película (y que me invita a aconsejar que a nadie se le ocurra pagar la diferencia que supone su visionado en 3D), el desenlace final es un resumen de todo lo que hemos estado esperando durante más de una hora, donde se da un giro a los propósitos y, como en El hombre de acero, los destrozos son tan descomunales y los planos de edificios enteros cayendo al suelo tan repetidos que cuesta imaginar que nos puedan vender un final feliz a la historia sin hacernos reparar en los miles (o millones) de muertos que han debido dejar atrás.
En fin, que si se analiza dejando de lado las expectativas iniciales y recordando que quieran hacer más una película con mensaje que un espectáculo de acción, la obra es superior al Godzilla de Emmerich. Sin embargo, yo me lo pasé mejor con la otra.
Eso también lo resume todo…


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