viernes, 9 de mayo de 2014

APRENDIZ DE GIGOLÓ (6D10)

Curioso es ver a Woody Allen actuando en una película que no ha escrito y dirigido, aunque dicen algunas malas lenguas por ahí que es realmente él y no Turturro quien estuvo tras los mandos, ya que quieren ver en Aprendiz de gigoló la huella tan característica del director neoyorquino.
Yo personalmente no lo tengo tan claro pues, mejores o peores toda la filmografía de Allen camina en una dirección, mientras que las metas hacia las que se dirige la película firmada por John Turturro son tumultuosas, haciéndonos dudar sobre si se trata de una comedia, una sátira social o una cruel crítica a la sociedad judía más radical.
Sí hay en Aprendiz de gigoló muchos elementos característicos de Allen, eso es innegable. Ahí esta Nueva York como telón de fondo, los diálogos ingeniosos y el amor (o el sexo) como eje sobre el que gira todo. Sin embargo, me da la impresión de que Turturro lo que hace realmente (como hacía también Torregrossa en La vida inesperada) es jugar a ser Allen, copiar sus tics y manías y, para más inri, invitarlo a la fiesta.
El argumento no puede ser más desquiciante. Murray (Allen) tiene graves problemas de dinero, y a su amigo Fioravante (Turturro) no es que le vaya mucho mejor. La casualidad quiere que la dermatóloga de Murray, Parker (espectacular Sharon Stone para la que no parecen pasar los años) le comente sus deseos de realizar un trío con su amiga Selima (Sofía Vergara, sobran las palabras), a lo que Murray propone a su colega como candidato. Así será como Fioravante se convertirá en inesperado gigoló y Murray en su chulo, pero la cosa se complicará cuando entre en la ecuación Avigal (Vanessa -quedientesmáshorriblestienes- Paradis), viuda de un importante rabino y miembro de una rama ultraconservadora de judíos ortodoxos. Cierra el círculo un iracundo policía de barrio secretamente (o no tanto) enamorado de Avigal al que pone rostro el siempre efectivo Liev Schreiber.
Con todo este elenco tan variopinto la cinta avanza con complacencia mientras Turturro y Allen se enzarzan en discusiones dispares sobre la conveniencia o n de entrar a formar parte del negocio del amor y las primeras experiencias del inexperto gigoló, se pierde en la confusión de una historia de amor aburrida y que no lleva a ninguna parte (esto coincide con la parte de metraje en la que apenas aparece Allen) y trata de levantar el vuelo durante un extraño juicio judío que no termina de estar bien explicado para aquellos a los que los recovecos más radicales de esta religión nos resultan desconocidos.
Lo mejor de la función reside sin duda en sus intérpretes. Turturro es un grande que aquí parece algo comedido mientras que siempre es agradable ver a Woody allen haciendo de Woody Allen. La química entre ellos es innegable y se echa en falta más duelos entre ellos sin molestas interrupciones. La historia naufraga sin embargo al querer alejarse de una simple comedia romántica con ingenio y meterse en otros menesteres que enturbian la marcha de la acción y deja una sensación de desazón en el espectador, como si no entendiésemos lo que está pasando ni porqué los acontecimientos han tomado semejantes giros.
Y es que al final, como ya sucediera con la película de Torregrossa, la conclusión es que se le puede odiar o se le puede amar, pero Woody Allen no hay más que uno.

Por mucho que se empeñen en imitarlo.

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