domingo, 6 de abril de 2014

NOÉ (6d10)

Me decía el otro día un amigo: “Noé tiene pinta de ser un peliculón, ¿no?”. “Con ese director, creo que puede ser un poco rara”, le contesté.
No me equivoqué. Sin llegar a los extremos de los primeros títulos de Darren Aronofsky como Pi o Réquiem por un sueño, el guion que el realizador neoyorquino ha firmado a medias con Ari Handel contiene algunas rarezas sorprendentes que amenazan con sacar al espectador de la película, sobretodo en su primera mitad.
Se trata, naturalmente, de una adaptación de un texto bíblico, con las complicaciones que ello conlleva, pero aun teniendo en cuenta que la Biblia es un conjunto de cuentos y metáforas que no deben tomarse literalmente, Aronofsky ha añadido suficiente elementos de su propia cosecha como para confundir al más pintado, como la presencia de los Vigilantes (ángeles caídos) que ayudan a Noé en la construcción del arca, que parecen una combinación de los Comepiedras de La Historia Interminable y los Erts de El Señor de los Anillos y que muy sabiamente los productores han ignorado en los tráileres pues podrían haber asustado a muchos posibles espectadores, sobre todo del lado más conservador. Tampoco el diseño de vestuario es muy acertado, aparte de que pululan por doquier extraños elementos mitológicos como seres cuadrúpedos de pelaje alado o el uso de piedras brillantes que producen fuego.
Así pues, no son los Milagros lo más increíble de esta historia.
Por otro lado, aparte de los momentos más oníricos correspondientes a los sueños de Noé, hay cierto clasicismo épico en la narración que convierten a Noé, paranoias aparte, en la apuesta más comercial del director de Cisne Negro.
Con un Russell Crowe soberbio en su interpretación de Noé, la historia arranca con un breve prólogo donde vemos el asesinato de su padre Lamech en manos de Tubal-cain, el villano de la historia y representante del mal que simbolizan los hombres que han provocado el desprecio de Dios (aunque luego se colocan en su boca interesantes diálogos que invitan a la reflexión). Rápidamente se pasa a un Noé ya adulto y con familia que recibe en sueños un mensaje de Dios que no es capaz de interpretar del todo y acude en busca de consejo a su abuelo Matusalén (Anthony Hopkins), encontrándose por el camino a una niña malherida a la que recoge. Inmediatamente comienza a construir el arca junto a su familia y los Vigilantes y, tras un leve enfrentamiento con el pueblo cercano reinados por Tubal-cain y la aparición de miles de animales que se acomodan tranquilamente en el interior del arca, llega el diluvio y comienza el espectáculo.
Todo esto sucede sorprendentemente rápido e invita a preguntar qué diablos va a suceder en el resto de las dos horas y media que dura la película, pero un breve vistazo al reloj revela que ya se ha consumido la mitad del metraje, con lo que se puede decir que la principal virtud del film es que es sumamente entretenido y el espectáculo visual se impone sobre los defectos del film, que también los hay. Y al final ha pasado volando.
Veinticuatro horas he tardado en empezar a escribir este comentario. Una especie de jornada de reflexión que me he autoimpuesto antes de decidir cómo valorar la película, si lo que me había entretenido compensaba con las “fumadas” (si me permiten la expresión) del señor Aronofsky. Y he llegado a la conclusión de que sí, me ha gustado. No es una maravilla. No la conservaré en mi memoria como una obra maestra, pero  la película es francamente entretenida, con grandes actuaciones (Jennifer Connery y Emma Watsonestán también muy bien, los chicos ya son harina de otro costal).
Aronofsky ha querido conjugar el cine más comercial con escenas espectaculares con momentos de gran espiritualidad y reflexión interna. Tanto es así que el diluvio como tal termina resultando algo secundario ante lo que de verdad es el quid de la cuestión, el dilema interno de Noé entre seguir los dictados del Creador o actuar según su propio corazón. Es en este punto en el que la película deriva hacia el drama con una versión muy particular del abandono de Cam (Aronofsky ha aprovechado lo escueta que es la Biblia en ciertos puntos para inventar situaciones y subtramas a su antojo) y donde son los actores lo que realmente sostienen la película, que –si me permiten el chiste fácil- amenaza con andar a la deriva en ciertos momentos, rozando incluso el ridículo con la explicación metida con calzador de la creación del mundo en mitad del film (como si de un arrebato de genialidad a lo Terence Malik se tratara), compensado con otras situaciones brillantes como el uso de la canción que se canta en uno de los momentos cumbres de la historia.
Noé no es completamente fiel a la Biblia y eso enfadará a muchos cristianos. Tampoco es ajena al discurso de la existencia de Dios y a la fina línea que separa la Fe del fanatismo, lo cual puede provocar las burlas de los ateos. Y reinventa demasiado como para no ofender a los historiadores. Pero pese a todo, no merece la catalogación de polémica, sino más bien, como comencé diciendo, de rara.
No es la mejor película de Aronofsky, desde luego (adoro Cisne Negro). Tampoco la peor. Como experimento, puede que sea algo fallida, pero como mero entretenimiento funciona a la perfección y hay momentos de gran espectacularidad.
No sé si es lo que se esperaba de ella, pero se disfruta con agrado e invita en ciertos momentos a la reflexión. Y casi hasta se hace corta. No creo que se deba pedir mucho más teniendo en cuenta que ha habido varios montajes y cortes por exigencias de la productora y quizá nunca sepamos hasta donde habría llegado Aronofsky si le hubieran dejado a su antojo.

En breve llegará el Exodus de Ridley Scott sobre la huida de Moisés de Egipto. Las comparaciones serán inevitables.

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