sábado, 28 de diciembre de 2013

LA VIDA SECRETA DE WALTER MITTY (7d10)

Ben Stiller es un tipo curioso, un cómico de toda la vida que un buen día decidió pasarse periódicamente al otro lado de las cámaras y que, como le sucediera a su tocayo Affleck, conseguiría así sus mejores trabajos. Alabado por la crítica por Zoolander y por el público por Tropic thunder, era difícil a priori saber qué esperar de su tercera película en la que, además, abordaba un argumento a priori más serio y trascendental que en sus dos primeras obras: la búsqueda de la libertad. Pero no en un sentido literal, no. La libertad del alma, de la mente. Del espíritu.
Basada en un relato corto de James Thurber, que ya pasó a la pantalla grande en 1947 con Danny Kaye, Virginia Mayo y Boris Karloff como protagonistas, y adaptada en esta ocasión por Steve Conrad, experto en esto del trascendentalismo ya que es el firmante de En busca de la felicidad y el hombre del tiempo, la vida secreta de Walter Mitty explica como en plena transición de la revista Life del formato impreso al digital (con los consiguientes recortes de personal) Walter Mitty, dedicado durante 16 años a la recepción y procesamiento de negativos fotográficos con encuentra una pieza concreta del último envío de Sean O’Conell, fotógrafo estrella, la que se supone es su mejor trabajo y debe ser utilizada como portada del último ejemplar en papel ya que capta a la perfección la quintaesencia de la publicación.
Pero este no es el único problema de Walter. Por un lado, está enamorado hasta las trancas de una compañera de la oficina con la que no ha reunido nunca el valor suficiente para un simple Hola, mientras que por otro tiende a “evadirse”, a vivir fantasías en su imaginación que le permitan hacer lo que no es capaz de conseguir en la realidad.
Ahora, llega el momento en que debe decidir si luchar por aquello en lo que cree (el amor de su vida y recuperar el valioso negativo) o conformarse con vivir dentro de su imaginación.
Bajo esta premisa Stiller –total foco de atención de la película- realiza una propuesta interesante que invita al optimismo y manda un contundente mensaje muy acorde con estas fechas navideñas para no rendirse nunca y seguir luchando hasta el final. La lástima es que la fuerza que contiene el mensaje no es acorde con la fuerza de su guion, que comienza a desinflarse a mitad de la película, justo cuando los paralelismos entre las “dos vidas” de Walter empiezan a desaparecer y la realidad se descontrola hasta perder credibilidad.
No obstante, Stiller no se conforma con ser un narrador de buenas nuevas, sino que insiste en ser el protagonista de la cinta desde ambos lados de las cámaras, erigiéndose como un director prodigioso y componiendo una película cuya fuerza visual es tan arrebatadora que cabe perdonarle la flojera final del señor Conrad (que tampoco me gustó en los dos guiones ya mencionados). Acompañada por una banda sonora perfecta, la fotografía del film es hermosa e impactante, con contrastes de colores imposibles que iluminan esta historia de superación personal con una metáfora sobre la perdida de la inocencia y los valores de fondo en referencia a la invasión del mundo digital, arrasando no solo con montones de puestos de trabajo sino con la belleza y grandiosidad que caracterizaba a las míticas portadas de la revista y que desemboca en la escueta pero mesiánica aparición de Sean Penn interpretando al esquivo fotógrafo O’Conell.
A veces divertida, a veces emotiva, a veces exagerada, siempre majestuosa. Stiller se doctora, definitivamente, como uno de los grandes directores de este todavía imberbe siglo XXI.

Habrá que estar bien atentos a su siguiente paso.

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