viernes, 1 de noviembre de 2013

UNA CUESTIÓN DE TIEMPO (6d10)

Aunque el subgénero de las comedias románticas suele relacionarse con unas películas pastelosas, destinadas a un público primordialmente femenino (y prueba de ello es que ha estado siempre liderado por mujeres: Meg Ryan en los 80’, Julia Roberts y Sandra Bullock en los 90’ y Jennifer Alliston y Reese Witherspoon en la actual década), hace un tiempo apareció un tipo con la sana intención de cambiar los conceptos y romper los tópicos de las historias facilonas, con más lágrimas que risas y con tanto almíbar que no eran actas para diabéticos.
Estoy hablando de Richard Curtis, que aunque nació en Nueva Zelanda ha bebido mucha comedia británica en la que se mueve como pez en el agua. Tras escribir diversos episodios de La Víbora Negra y Mr. Bean triunfó en el cine con los libretos de Cuatro bodas y un funeral, Nothing Hill, El diario de Bridget Jones o War House (su trabajo más alejado del romance y también el más fallido), saltando también a la dirección con Love Actually y Radio Encubierta.
Empeñado en dotar a sus historias de un punto diferente a lo habitual, con personajes inteligentes, diálogos brillantes y grandes interpretaciones (rozando casi siempre los repartos corales), Curtis nos propone en Una cuestión de tiempo algo tan inusual como estimulante como es la combinación de la comedia romántica con la ciencia ficción más clásica: los viajes en el tiempo.
No es que vayamos a encontrar aquí grandes alardes técnicos con efectos visuales digitales, ni mucho menos, pero la capacidad de Tim, el chico protagonista, de viajar a su pasado bebe directamente de las influencias de la obra de H.G.Wells y no rehúye del concepto del Efecto Mariposa que tanto temen los viajeros temporales.
La premisa es sencilla: el padre de Tim le revela el día de su cumpleaños  esa curiosa cualidad que todos los varones de la familia poseen y el chico la aprovechará para conseguir lo que más desea, el amor de su vida. Desgraciadamente, como no podía ser de otra manera, descubrirá que las cosas nunca pueden ser tan sencillas y que cada acción viene seguida por una reacción.
Domhnall Gleeson (uno de los hermanos Westley de Harry Potter) y Rachel McAdams (que ya sabe lo que es protagonizar una comedia romántica con viajes temporales gracias a Woody Allen) protagonizan el bello romance bien secundados por el magnífico Bill Nighy como el padre de Tim; aunque no menos importantes son las aportaciones de Margot Robbie, Will Merrick, Tom Hollander, Lydia Wilson, Lindsay  Duncan, Vanessa Kirby y Richard Cordery, que conforman esta peculiar familia.
Portador de amor y alegría, como buen espíritu navideño (hay quien ha llegado a definir Love Actually como el Qué bello es vivir de las nuevas generaciones), las películas de Curtis tienen menos drama de lo habitual, hasta el grado de que no hay villanos en sus películas, aunque cuando la desgracia golpea lo hace sin contemplaciones.
El punto negativo lo encontraremos en alguna toma de decisiones de Tim y en las incongruencias  inevitables en los viajes temporales (Regreso al Futuro no solo no caía en esas incongruencias, sino que se reía de ellas; todas las demás películas de esa temática, desde la clásica Terminator hasta la reciente Looper tiene alguna que otra errata. Dejo de lado Midnigth in Paris porque los viajes de Wilson al pasado era más testimoniales que causales, y el único Efecto Mariposa en el film de Allen era en el propio viaje interno del protagonista). Tim hace lo que hace y le sucede lo que le sucede porque así lo decide Curtis, haciéndonos creer sin ser cierto que no existan soluciones mejores porque ello arruinaría la trama y posibilitando que, de pretender analizar en profundidad los viajes regresivos y sus consecuencias, todo parezca una absoluta tontería.

Pese a todo, esto es una fantasía y debemos dejarnos llevar por ella. No es una película sesuda ni metafísica, simplemente es cine simpático, cariñoso y optimista, de ese que conviene ver de vez en cuando para relajar nuestras almas y dejarnos enamorar, como Tim, por Mary y ser capaces de alterar el curso de nuestra historia por hacerla sonreír.

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