martes, 19 de noviembre de 2013

TURBO (6d10)

Turbo es una de esas películas de animación que nos invita a reflexionar sobre el destinatario de tales productos. Fue Pixar la primera en abordar un tratamiento más adulto a sus películas a raíz de la saga de Toy Story, pero fue con Wall-E con quien rizaron el rizo con una película estupenda pero difícilmente digerible por niños. Otra cosa son las apuestas mixtas, como Up (con una primera media hora brutalmente brillante pero que no conectaba para nada con los más pequeños hasta la aparición del perro hablador y el colorido pajarraco, momento a partir del cual desaparecía todo interés para los adultos) o, sobretodo, Shrek, donde se sucedían una serie de chistes y guiños cinematográficos destinados a los padres pero que en el fondo era un cuento de princesas y dragones.
Puede que alguno piense que quiero imponer mis gustos y fobias por encima de todo (¿acaso no es eso lo que hacemos todos los críticos?), pero en el género infantil hay una manera de demostrar mi teoría más allá de toda duda. Basta con acudir al cine a la primera sesión de un sábado por la tarde y observar el ambiente. Ya comenté los resultados en la comparativa entre Gru, mi villano favorito 2 y Aviones, y esta vez las conclusiones no fueron para nada sorprendentes. A la media hora de película la mitad de los niños de la sala estaban distraídos jugando con los móviles de sus sufridos padres, y antes de concluir más de una familia tuvo que abandonar sus localidades ante la imposibilidad de mantener a la criatura tranquila y callada.
Y no estoy diciendo con esto que Turbo sea una película mala, ni mucho menos, pero no es para nada infantil. Sí, el mensaje está claro: no hay nada imposible, con esfuerzo el pequeño puede vencer al grande, perseverar para alcanzar una meta, el valor de la amistad... Y todo eso está muy bien, pero no es suficiente para atraer al niño, que lo que quiere es divertirse y pasárselo bien y si, de propina, se queda con alguno de esos valores, pues mejor que mejor.
Y es que Turbo (que por cierto está protagonizada por unos seres tan poco carismáticos como son los caracoles) repite el esquema de cualquier película de acción real sobre la superación deportiva y el triunfo del aspirante ante el todopoderoso campeón,  temática vista en títulos tan dispares como Rocky, Acero puro, Seabiscuit o Hoosiers, más que ídolos, por nombrar solo algunos ejemplos bien diferentes entre ellos de entre las miles de películas posibles, con algunas referencias obligadas (incluso en el slogan del cartel), a la saga Fast & Furious.
Turbo es un caracol que sueña con ser veloz, siendo la burla de su comunidad hasta que sufre un accidente que le confiere asombrosos poderes que lo llevan a competir en las 500 millas de Indianápolis contra coches de verdad.
Pese a lo estúpido del argumento, Turbo destaca por un diseño técnico impecable, muy por encima de  la reciente Aviones, ejemplo comparativo obligado, con escenarios impresionantes y planos de la carrera de gran espectacularidad (más incluso que la brillante Rush, aunque allí lo importante de verdad eran los personajes) y con algunos momentos ciertamente divertidos.
Por eso resulta difícil clasificar esta película, que entretiene a los mayores aunque no sea fácil obviar que trata de un caracol corriendo en Fórmula 1, mientras que los pequeños son incapaces de conectar con la emoción y el drama de los circuitos, así como con referencias críticas a la sociedad actual como el poder de la publicidad o la capacidad de youtube de convertir en estrella a cualquier anónimo.

Las productoras deben ponerse las pilas y decidir a quién quieres destinar sus películas, porque si se empeñan en navegar entre dos aguas al final no terminan por contentar a nadie. 

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