sábado, 16 de noviembre de 2013

SÉPTIMO (6d10)

Nos encontramos ante un nuevo ejemplo de que el cine patrio sigue apostando por películas de género, con pretensiones más o menos internacionales (aunque en esta ocasión rodando en español) y con Belén Rueda convertida en una auténtica especialista en el tema.
Situada en la ciudad de Buenos Aires (de hecho se trata de una coproducción con Argentina), Séptimo explica la historia de una pareja en proceso de divorcio cuyos hijos desaparecen misteriosamente mientras bajaban por las escaleras de su comunidad. No es la primera vez que Rueda pierde a un hijo (todos recordamos El Orfanato), pero en lugar de actuar como una madre coraje y desesperada en esta ocasión deja que sea el padre, sufrido Ricardo Darín, quien tome las riendas de la situación y haga lo imposible por recuperar a sus vástagos. Con las entrañas del edificio como escenario principal comienza una búsqueda contrarreloj en la que, como si de una partida de Cluedo se tratase, se van sucediendo los sospechosos: una antigua canguro obsesionada con los niños,  un comisario de policía (siempre hay algún policía implicado en un secuestro, afirma el padre), un vecino de extraña conducta, el conserje, un empresario al que el personaje de Darín, abogado de profesión, tiene contra las cuerdas, o incluso el propio padre.
Hasta este punto la película muestra una factura impecable, con una sensación claustrofóbica acompañando a la creciente tensión y con unas interpretaciones excelentes, entregándose ambos al sufrimiento y al temor pero con la suficiente moderación para no caer en el histerismo exagerado, siendo capaces de traspasar su angustia al espectador.
El problema estriba en que el director, Patxi Amezcua, que tenía la opción de inclinarse hacia la vertiente más dramática de la historia, decide entregarse al thriller puro y duro, queriendo componer un puzle plagado de pistas falsas y giros de guion, pero olvida hacer partícipe al público. Siendo como son automáticamente descartados todos y cada uno de los sospechosos el resultado final es un camino demasiado lineal, donde a poco que apliquemos un poco de lógica daremos con la solución antes de lo debido.
Además, y esto es lo que más me molesta, Amezcua abre muchas puertas por el camino, algunas meras distracciones con la intención de que los árboles no nos permitan ver el bosque, pero se olvida luego de cerrarlas. Sin desvelar nada crucial pondré como ejemplo ciertas acciones que el abogado realiza en un momento dado para conseguir dinero que deberían tener graves consecuencias, pero que caen totalmente en el olvido. Un recurso habitual en el cine de intriga son los finales abiertos; esto, sin embargo, es más buen un final inacabado.
Insisto en que esto me podría parecer bien en un drama, donde quedan preguntas en el aire para que el espectador las reflexione más tarde en la soledad de sus pensamientos, pero aquí estamos ante un juego, un enigma en el que, una vez descubiertas las máscaras, se desinfla como un globo con un poro.
Una lástima, porque quizá hubiera bastado un último epílogo para cerrar las tramas, aunque eso obligaría al director a concluir su película con un tono que sin duda no era el deseado. Pero hacer trampas tampoco es lo deseado, querido Amezcua, por más que a cambio nos regales una hermosa panorámica de Buenos Aires.

Una vez más, algo que podría haber sido y se queda a las puertas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario