Permítanme
empezar con un chiste fácil. Si un joven escribe, dirige e interpreta su propia
película, ¿no deberíamos estar hablando del primer caso de onanismo
cinematográfico? Y es que por mucho que
en los trailers y reportajes se habla del mundo del porno como telón de fondo
de esta (en esencia) comedia romántica, lo cierto es que es de onanismo de lo
que se está hablando. Y ver durante hora y media a Joseph Gordon-Levitt
disfrutando de sí mismo pues, ¿qué quieren que les diga?, no es mi forma
preferida de pasar el tiempo.
Y
es que, después de todo, de lo que quiere hablar, aparentemente, Gordon-Levitt es de la importancia del amor
para disfrutar del sexo, en contraposición con el egoísmo individual (conceptos
que si el protagonista escuchara música de autor como Ricardo Arjona o Pablo
Milanés sin duda habría aprendido antes, ahorrando por consiguiente una fortuna
en kleenex).
No
me malinterpreten. No voy a cargarme esta película por el camino elegido para
llegar a un mensaje demasiado trillado en el cine, que ya somos mayorcitos como
para escandalizarnos por utilizar ciertos temas antaño tabús y que ofrecen un
toque de originalidad con respecto a comedias románticas más convencionales. El
problema es, simplemente, que la película es aburrida. El trio protagonista
cumple muy bien con las expectativas, pero Gordon-Levitt no está
suficientemente maduro como director ni guionista para evitar caer en la repetición
de situaciones, ralentizando el desenlace que se adivina ya desde el ecuador de
la película y haciéndonos despertar con escasos detalles narrativos (planos
rápidos y de gran eficacia sonora) que por otro lado parecen copiados del cine
de Edgar Wright.
Encima,
Gordon-Levitt pretende hacer una sátira, no ya del mundo de la pornografía y la
trivialidad de las relaciones sexuales, sino de la familia, la iglesia y todo
lo que se le ponga por delante, y ahí es donde se encuentra su mayor error,
pues para hacerlo se ayuda de un personaje que resulta totalmente despreciable.
Jon
es mezquino, mujeriego, ególatra, irascible, chulo, prepotente y frívolo, así
que su obsesión compulsiva al porno no es ni de lejos su mayor defecto, sino la
simple exteriorización de lo solo que se siente por dentro. Una soledad, por
otra parte, totalmente merecida y de la que, llegando al final de la película,
da hasta rabia que solucione.
Poco
o nada me ha llamado la atención en esta película en la que, sin embargo, sí
hay mucho que me ha molestado (esa especie de burla hacia la confesión
católica, esa familia insoportablemente tediosa), empezando por el hecho de que
se haya estrenado con cierto ruido mientras películas buenas de verdad sigan en
el cajón de las distribuidoras a las que importa más que haya una rubia famosa
en el cartel que la calidad del producto.
No
puedo recomendar esta película a nadie, pero si sois de aquellos que se han emocionado
al escuchar los conceptos Scarlett Johansson y cine porno en una misma frase,
desengañaros. Ella es, posiblemente, el elemento más virginal de la película.
Y
ni aun así la salva.
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