martes, 3 de septiembre de 2013

JUERGA HASTA EL FIN (5d10)

Me he quejado muchas veces de la falta de originalidad el en cine actual. El caso que nos ocupa pretende ser una rara excepción a la regla, pues al ya manido tema del Fin del Mundo (ya sea un apocalipsis nuclear, una invasión zombie o el Juicio final bíblico) se le da el punto de originalidad de enfocarlo en medio de una juerga desenfrenada, convirtiendo así el posible drama en una comedia loca. Original, sí, pero no tanto, ya que en apenas unos meses llegará a nuestras pantallas (está previsto su estreno en el cercano festival de Sitges) Bienvenidos al Fin del Mundo, con la que Edgar Wright cerrará su trilogía denominada The Blood and Ice Cream Trilogy (que comenzó con Zombies Party y continuó con Arma Fatal) y que bebe de la misma fuente, un grupo de descerebrados a los que el fin del mundo pilla de cachondeo (en su caso en una competición de bebedores de cerveza).
Mientras esperamos a su estreno para las odiosas comparaciones, Juerga hasta el fin insiste en querer ser original con la ausencia de personajes. No, no me refiero a que no veamos a nadie en pantalla, ni mucho menos, sino a que está pensada como si de un reallity se tratara, siendo los protagonistas de la epopeya los actores reales. Así, son James Franco, Seth Rogen y compañía los que sufren el final de la humanidad en sus propias carnes, encerrados en casa del Duende Verde de Raimi, como si de un Gran Hermano apocalíptico se tratase, con confesiones a cámara incluidas. Y aquí es donde se esconde la (casi) única gracia del film, en la aparición de diversas estrellas interpretándose a sí mismas demostrando que aparte de gustarles el dinero también tienen el suficiente sentido del humor como parodiarse a sí mismos. Así podemos ver deambular por pantalla a Rhianna, Emma Watson, Christopher Mintz-Plasse, Chaning Tatum o Michael Cera, el cual parece tan insoportable en persona como sus personajes y verle morir horriblemente puede ser ya justificación suficiente para pagar el precio de la entrada. El problema es que se trata de una reunión de amigos, de un colegueo que se lo han pasado pipa haciendo la peli, demostrándolo con infinidad de chistes en algunos de los cuales el espectador no acaba de sentirse partícipe, ya que no se siente como un invitado más, por más que la presencia de Jay Baruchel, que se pasa media peli sin encajar en ese ambiente hollywoodiense, pretenda ser un nexo de identificación. Pero ni son todos los que están ni están todos los que son, y mal acostumbrados como estamos últimamente a ver a grandes estrellas trabajando juntas para gozo y disfrute de sus admiradores (ahí están títulos como las sagas Ocean’s, Los Mercenarios o Fast & Furious), aquí uno echa de menos que no hayan tirado más de talonario y hayan unido al pretendido despiporre apocalíptico a gente como Adam Sandler, Ben Stiller, Jack Black o Jim Carrey, que sin duda no habrían subido mucho la calidad interpretativa pero habrían aumentado la sensación de cachondeo. Porque quizá no sea necesario conocer a todos los actores que protagonizan el film, pero el hecho de que ellos se empeñen todo el metraje en decir lo famosos y ricos que son hace que uno se sienta un poco descolocado, pues si no se es muy aficionado a las películas de cacapedoculopis, uno se pregunta quién demonios es el tal Craig Robinson, Danny McBride (ese tipo odioso cuya cara te suena pero ni sabes de qué ni te importa demasiado) o el propio Baruchel.
La trama es bien sencilla: Baruchel es arrastrado a su pesar a una fiesta de inauguración de la nueva casa de James Franco (donde hay otras celebridades como el nominado al Oscar Jonah Hill) donde les sorprende el fin del mundo y ven morir a la mayoría de los invitados. Los supervivientes deberán buscar la manera de sobrevivir todo lo posible sin apenas comida, agua y, sobre todo, sin matarse unos a otros. Lo malo es que quitando las escenas apocalípticas (derroche de efectos especiales muy por encima de lo habitual en este tipo de películas pero ridículos en comparación a cualquier blockbuster veraniego) todo se reduce a los clásicos chascarrillos de siempre, chistes gays, conversaciones sobre masturbaciones, penes gigantes y, sobre todo, mucha droga. Se desaprovecha la oportunidad de ser más hiriente con respecto a sus propias carreras (los guiños cinéfilos son tan constantes como pobres) y quedarse en la superficialidad de los tópicos, como si Emma Watson no hubiese hecho nada más que Harry Potter (claro que el público al que va destinado esta película posiblemente no haya oído hablar en su vida de buenas películas como Mi semana con Marilyn o Las ventajas de ser un marginado), o si la obra maestra de James Franco fuese Superfumados (el momento en que ruedan una secuela de esa peli es un claro ejemplo de cómo desaprovechar una oportunidad de hacer algo divertido). Es precisamente Franco quien más representa las intenciones de Seth Rogen (codirector y coguionista), ya que pese a las inevitables referencias a 127 horas y Spiderman, la sensación final es que el actor californiano se siente más orgulloso de sus comedietas descerebradas que de sus proyectos más serios o ambiciosos (solo Hill parece evitar el encasillamiento, pues se presume varias veces de su participación en Moneyball, nominación al Oscar incluida), siendo esta una buena metáfora de por dónde van los tiros de Juerga hasta el fin.
Y es que si Los amos del barrio (aquella otra tontería que reunía a un grupo de amiguetes de Ben Stiller enfrentándose a una invasión alienígena) quería ser una comedia de acción tan ambiciosa como fallida, en Juerga hasta el fin uno tiene constantemente la sensación de que se ha perdido la oportunidad de hacer algo más brillante, de que hay mucha mala baba desaprovechada y de que el chiste bueno tiene que ser el siguiente, aunque al final termina la película sin que llegue.
Y no puedo concluir mi comentario sin plantear una reflexión acerca de cómo una película donde se eleva a los altares todo lo inmoral e indecente, queriendo mostrar (sin criticar, eso sí), la decadencia de Hollywood, nido de víboras y drogadictos, termine convirtiéndose en una reflexión sobre la redención e, incluso, la existencia de Dios y el demonio.

Distraída, pero decepcionante y desaprovechada, seguiremos esperando a la última obra de Edgar Wright. Y compararemos, vaya si compararemos…

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