martes, 8 de enero de 2013

THE MASTER (2d10)

The Master es, sin duda, la película del año. Los críticos sesudos intelectuales y demás gafapastas la han encumbrado hasta lo más alto. Ha arrasado por los festivales por los que ha pasado, va a triunfar en los próximos Globos de Oro y sus competidoras ya están planteándose retirarse de la pugna por los Oscars por no hacer el ridículo. La dirección es maestra y Joaquín Phoenix y compañía nos regalan una interpretación simplemente maravillosa.
¿O no?
Pues va a ser que no. Lo siento por mis queridos amigos los críticos sesudos intelectuales pero The Master se me antoja como una de las peores películas que he visto jamás. ¿Exagero? No, para nada.
Paul Thomas Anderson, su director, es uno de esos tipos que ha conseguido el nombramiento de genio sin haber dirigido nada digno de atención, y en esta película se le nota que la divinidad se le ha subido a la cabeza. Las buenas películas no se crean, surgen de manera espontánea, pero Anderson sin duda tenía la conciencia durante todo el rodaje de que él lo estaba haciendo, pues el film es de esos que parecen más dedicados a arrasar en los Oscars que en contar una historia. Y eso que la historia, de entrada, tiene su cosa: un veterano de guerra que no encuentra su lugar en el mundo, hundido por el alcohol y el sexo, encuentra una salida en su amistad con el líder de una secta que trata de ayudarlo. A partir de aquí Anderson podría haberse decantado por un drama sobrThe Master termina siendo una caricatura de un hombre despreciable al que Phoenix le pone tics y rostros en una de las interpretaciones más patéticas y sobreactuadas que puedo recordar.
e la inadaptación, una historia de amistad y esperanza o un alegato contra las sectas (con la sombra de la Cienciología aflorando tras cada esquina), pero incapaz de decidir intenta un batiburrillo de las tres cosas sin acertar en ninguna de ellas. No por apretar muchas teclas se aprende a tocar el piano y
Si la historia tiene su interés, el guion propiamente dicho es horrendo. En su incapacidad para hacernos entender el drama de Freddie Quell (Phoenix) tras su regreso de la guerra (que tan bien se muestran en El Cazador o Nacido el cuatro de julio, por poner solo dos ejemplos), Anderson necesita escarbar tanto en la basura y lanzar tanta mierda alrededor del personaje (y perdonen por tan desagradable metáfora) que al final acaba salpicando al espectador. Quell es una persona odiosa, mezquina y despreciable, y toda la película está repleta de situaciones desagradables que incomodan al espectador. Cierto es que eso es lo que busca Anderson, pero llega a tales extremos que no consigue ningún tipo de empatía hacia el desgraciado que interpreta Phoenix. Volviendo a uno de los ejemplos antes expuestos, el veterano que interpretaba Tom Cruise en la película de Oliver Stone también podía incomodarnos por sus actos y su carácter, pero siempre se tenía la sensación de que el malo de la historia era e conflicto bélico. Aquí, por más que el tema sea el mismo, Quell regresa y tiene un buen trabajo, una chica y unos amigos, así que no se puede excusar en la inadaptación. Él es el problema, y resulta por ello imposible mostrar la más mínima simpatía hacia él, por lo que todo lo que no sea terminar la película con Quell brutalmente descuartizado de la manera más cruel posible supone una decepción enorme.
Phoenix, como ya he dicho, está totalmente fuera de control, recordando a las interpretaciones más histriónicas de Nicholson o Penn. Estar tan pasado de vueltas aleja aún más al espectador, ya que en ningún momento provoca la más mínima compasión. A su lado, sin embargo, Philip Seymour Hoffman raya a muy buen nivel, tal y como nos tiene acostumbrados, haciendo creíble su papel y consiguiendo, esta vez sí, que simpaticemos con él pese a saber que todo lo que mueve a su alrededor es un completo fraude.
Cierra el círculo una de las actrices de moda, Amy Adams, que me da la sensación de que simplemente pasaba por ahí. No es que trabaje mal, pero trata de buscar un contrapunto tan fuerte a Quell, logrando una interpretación tan contenida, que da la sensación de que cualquier actriz desconocida sin su caché podría haber logrado lo mismo.

Una película, en fin, de esas en las que hay que entrar. Yo, desde luego, no lo hice. Y me aburrí soberanamente. Pretenciosa  como su director, The Master será de esas películas que, pese a las flores que la crítica le lance, será olvidada en breve. Y si no, al tiempo.

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