martes, 21 de mayo de 2013

STOKER (8d10)

Stocker es una película de Chan-Wook Park, director coreano reconocido internacionalmente por su trilogía de la venganza (Boksuneun naui geot, Oldboy y Chinjeolhan geumjassi). Comienzo así porque este es un caso de esos en los que conviene conocer al director y su obra antes de adentrarse en la oscuridad de la sala del cine y así estar más preparados para lo que nos espera. Y es que Park, como buen heredero del cine oriental, es un poeta filmando, importándole poco -o quizás nada- el abusar del ritmo lento de la narración en favor de un plano concreto o un sonido determinando. Y es que para redondear la cosa Park no se conforma con deslumbrar visualmente, sino que con el mero pretexto de que la protagonista tiene un oído por encima de lo normal consigue cautivar con un sentido habitualmente menospreciado en el cine.
Pero empecemos por el principio. La historia, aunque interesante, no es un homenaje a la originalidad, precisamente. Tras la muerte del cabeza de familia, la viuda y su hija adolescente acogen en su casa al desconocido e inquietante (a la par que cautivador) hermano de este. La incursión de un elemento extraño en el núcleo familiar (ya sea un vecino, un familiar o incluso una mascota) es un recurso recurrente en el cine, válido tanto para comedias, thrillers o incluso dramones televisivos ideales para la sobremesa, pero en el caso que nos ocupa Park no se centra solo en lo que cuenta, sino en cómo lo cuenta. Apoyándose en situaciones que se nos pueden antojar tópicas (el dolor por la pérdida de un padre, la falta de adaptación entre compañeros de clase, la atracción hacia un desconocido, el despertar sexual...) Park consigue seducirnos con su estilo único y reconocible, bailando entre el misterio y el drama pero recordándonos siempre que hay una amenaza latente que terminará irremediablemente en un estallido de violencia que el director muestra con hermosa maestría, como demuestran las escenas de la sangre empapando flores (y permitidme recordar que Stoker fue rodada con anterioridad a Django desencadenado). Sin duda el mayor triunfo de la película es, sin embargo, su capacidad para incomodar e incluso angustiar con las decisiones que toman sus protagonistas sin que ello nos impida identificarnos con ellos. A diferencia de otro film reciente (para mi muy sobrevalorada e infinitamente inferior a Stoker) como The Master, en esta ocasión la tortura interna de sus protagonistas no provoca un distanciamiento hacia los mismos, por más reprobables que podamos encontrar sus actos. Otra diferencia esencial entre Stoker y The Master cabe encontrarla en sus intérpretes. Mientras en aquella (y ahora es cuando los gafapastas y críticos sesudos intelectuales se me tirarán al cuello) sólo Philip Seymor Hoffman estaba correcto, Amy Adams solo pasa por ahí y la estrella (estrellada) de la función,  Joaquin Phoenix, está simplemente horrible (ahora es cuando llueven los puñales), en Stoker todos sus intérpretes están geniales,  incluyendo al sosainas de Dermot Mullroney. Nicole Kidman, aparentemente libre del botox que a punto estuvo de hundir su carrera, cumple a la perfección el papel de madre frívola y distante, más preocupada de su propio mundo que de intentar recordar que tiene una hija. Pero los que verdaderamente hacen magia son la pareja sobrina-tío. Mia Wasikowska, está inmensa, calculando pon precisión de cirujano la emoción necesaria en cada plano,  saltando de la apatía a la pasión en un parpadeo y demostrando, tras sobrevivir con acierto a la marabunta de efectos digitales sin sentido fue fue la Alicia de Burton, que tiene un gran futuro por delante, mientras que Matthew Goode, después de interpretar al Ozymandias de Watchmen, se ha convertido en un especialista en personajes seductores e inquietantes a la vez. Lo que es capaz de transmitir (y perturbar) con una mirada o una sonrisa lo sitúan, a mi parecer, a la altura de Anthony Hopkins en El Silencio de los Corderos, paseando con libertad por la fina línea que separa el bien y el mal que hace que el espectador dude entre amarlo u odiarlo, aunque lo más sensato sería,  sin duda, temerlo.


Tres interpretaciones brillantes, más si tenemos en cuenta lo tentador que podría ser con semejantes personajes caer en el histrionismo y la sobreactuación,  ofreciendo un regalo que Park aprovecha regando la película con planos brillantes y una inteligente composición de sonidos y silencios que subrayan a la perfección la tensión casi insoportable que se extiende durante el metraje insinuando un violento desenlace. 

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