martes, 8 de enero de 2013

LA VIDA DE PI (7d10)

Ang Lee es uno de esos directores que logra juntar dos cualidades vitales en Hollywood: rodar bien y caer bien. Gracias a ello se permite hacer lo que le da la gana, y en lugar de acomodarse y repetirse como hacen muchos compañeros de profesión él opta por seguir sus instintos y saltar de un género y estilo a otro sin encasillarse, arriesgando en extremo en unas ocasiones y apostando seguro en otras. No es un realizador artesanal, por lo que carece de un sello de identidad que lo defina, pero ni falta que le hace. Con una variedad de estilos solo comparable a Danny Boyle, saltó a primera plana con un drama romántico como Sentido y Sensibilidad, reinventó el género de artes marciales en Tigre y Dragón, hizo un Hulk gafapasta, se aventuró en un wester homosexual en Brokeback Mountain y ahora se introduce en una aventura casi infantil demostrando además que aún  hay esperanza para el cine en 3D.
Basada en una novela de Yann Martel cuenta la aventura de Pi, un muchacho indio que sufre un naufragio cuando transportaba junto a su familia a los animales de un zoo camino a Canadá. Pi sobrevive gracias a un bote salvavidas, pero debe compartirlo con otro superviviente, un tigre con el curioso nombre de Richard Parker.
A priori una película donde dos tercios transcurren con el chaval perdido en medio del océano podría resultar tediosa (recuerden aquel coñazo de Zemekis llamado Náufrago), pero Lee lo resuelve con maestría. Dado lo increíble de la historia, el director decide liarse la manta a la cabeza y lanzarse a por todas, dejando que la historia quede un poco de lado y cediendo todo el protagonismo al terreno visual. La vida de Pi es un espectáculo sencillamente apabullante de luz y color de una belleza sublime. Cualquier excusa es buena para impresionar y hacernos abrir la boca, embobados, como si asistiéramos al mejor castillo de fuegos artificiales jamás concebido. Ballenas gigantescas, peces voladores, islas carnívoras… todo vale en pos de una fotografía impagable que convierte la fábula de Pi y su tigre en un sueño onírico, un viaje psicotrópico por un mundo mágico que amenaza con apabullar con tanto efecto digital pero que sabe quedarse siempre a las puertas de la saturación. Y como colofón, ese magnífico tigre, prodigio tecnológico, que se revela como el auténtico protagonista de la historia.
No todo es perfecto en La vida de Pi. Como ya he comentado, la imagen tiene más importancia que la narración, y eso hace que una vez finalizado el mágico viaje el ritmo decaiga en una final demasiado alargado, no sé si por la necesidad que se autoimpone el director de que todo quede más o menos aclarado o lastrados por el hecho de estar ante una adaptación literaria. El hecho es que hay dos versiones de la misma historia, la que se ve y la que se cuenta. La mágica y la realista. Y aunque se invite al espectador a creerse la que más le guste (al fin  y al cabo, todo se basa en creer en Dios en un discurso demasiado forzado en su intento de contentan a todas las religiones sin apostar claramente por ninguna), se abusa de algunas explicaciones, como si Lee temiese que su mensaje no quedara suficientemente claro.

Sea como sea, la película es una invitación a soñar, y durante gran parte del metraje es lo que consigue. En estos tiempos que corren, eso ya es mucho.

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